Víctor Vásquez [Guatemala] Corte de café |
Especial para La Página |
Guatemala sigue teniendo una
estructura agraria de corto monocultivista. Y, para respaldar lo dicho, hace
pocos días se acaba de elegir la nueva junta directiva de la Cámara del Agro
así: José Santiago Molina, representante del sector de la palma africana;
Ricardo Villanueva del sector cafetalero y Francis Bruderer del sector
bananero, como vicepresidentes; Rodolfo García del sector ganadero y Álvaro
Ruiz del sector de la azúcar como secretario y tesorero, respectivamente.
Los sectores representados, son los
que absorben el mayor porcentaje de las mejores tierras cultivables para
convertirse en latifundios sin que esto resulte en mayor valor agregado que, no
solo sigue generando una masa laboral sin mayor tecnificación, sino tampoco
aportan a la economía una cantidad sustancial de empleo. Eso sin contar el peor
salario de la sociedad.
Además, tras esa concentración histórica de tierra en
pocas manos se cuecen muchos relatos dramáticos de usurpación violenta y
leguleya contra comunidades enteras que fueron desplazadas y expulsadas de
ellas, cuyos miembros se convirtieron de la noche a la mañana en proletarios
agrícolas luego de ser propietarios cuya nueva relación se caracteriza por la
sobreexplotación y la miseria. Condiciones que en su real concepto son
las que prevalecen en su esencia en el campo guatemalteco desde la llegada de
los españoles a estas tierras hasta hoy. Las mismas que han y aún provocan los
conflictos agrarios pues después de la firma de una paz virtual no hubo más que
una pantomima de repartición de tierras en relación al tema agrario donde la
oligarquía se reservó para sí las mayores y mejores mientras algunas tenidas
por ella como de menor calidad por su improductividad y mayor trabajo para
convertirlas en laborales, fueron dadas a las comunidades. Ahora éstas, no solo
soportan la incapacidad de poder competir en el mercado productivo por su
carencia de capital sino también deben sobrellevar una deuda bancaria que este
sector vampírico les impuso por ellas. Negocio redondo para los traficantes de
esta región del mundo que a la par consiguieron una imagen de “generosos”.
El campo sigue sufriendo las más
férreas contradicciones de la sociedad guatemalteca. En él se ubican las
mayores carencias de los ciudadanos que habitan en él. Sus pobladores resisten
bajo las inclemencias climáticas que los pueden despojar de todo en un momento;
también, de enfermedades que en las urbes son más fácilmente manejadas, aún en
las áreas más abandonadas de éstas. Y, aunado a ello, sus tribulaciones se ven
sumadas por un trabajo duro y mal pagado. En el campo es donde se pagan los peores
salarios del país. Tanto, que los trabajadores se ven compelidos a llevar a sus
familias enteras para que los ayuden en las labores campestres y así poder
sumar unos cuantos pesos que ajusten su precario presupuesto diario de sobrevivencia.
Obvio, la magnate Junta Directiva de
la Cámara del Agro tratará de sumar más capital a sus miembros a través de la superexplotación de los jornaleros;
tratará de darle una lavada de cara a su primaria actividad por medio de la
ubicación de unas cuantas clínicas y escuelitas para los sempiternos enfermos e
hijos de los fantasmas que dejan su vida en sus plantaciones, mientras revisan los catálogos sin decidirse por el
yate más lujoso y cómodo que los haga gozar de sus próximas vacaciones por el
Caribe.
Mientras se sirven otro trago de
whisky para soportar esa tediosa selección, el campo hierve de rebeldía. Pero
bueno, para eso se están armando de nuevo los destacamentos militares. Para
sofocar cualquier motín de indios. Para eso financiaron al general ex insurgente
que les garantiza su estabilidad como clase y rémora social.
Lo que no captan en su justa
dimensión estos magnates, es que las épocas son distintas. Ahí está la
diferencia. Y, que el campo y la ciudad se han despertado.