“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

15/8/12

Jorge Amado / La alegría brasileña

Adrián Melo

Se cumplen cien años del nacimiento de Jorge Amado, el escritor que elevó la ciudad de Bahía a la categoría de mito, que contribuyó a construir la imagen de la sensualidad de la mujer brasileña y que no cesó de denunciar en sus escritos la explotación a la que fueron y son sometidos los negros, los trabajadores y los campesinos bajo el sistema capitalista.

Los libros de Jorge Amado retrotraen a los colores y el aroma de Bahía, a perennes tardes estivales, a los aires y la brisa marina, a mulatas de senos duros y almas valerosas, a hombres revolucionarios y mujeriegos pero cuyo corazón pertenece a una sola mujer, a jóvenes atléticos luchando y danzando la capoeira, a los ritmos del candomblé y el Samba de Roda. Y también a la risa de los obreros, de los campesinos, de los trabajadores del cacao, de los niños de la calle, de los delincuentes, de los marineros, de los vagabundos y de las prostitutas elevándose por encima de sus miserias, a la esperanza de los pobres, a cuerpos y corazones entrelazados en medio de la cópula febril del carnaval.

Video: Parte final de
Doña Flor y sus dos maridos
Porque de ello trata gran parte de sus novelas: del tiempo en que la carne vale, la carne que trabaja y es explotada pero puede rebelarse y la carne como plausible de ser gozada a través de los sentidos. Carne pobre que goza sobre todo a partir del baile, el sexo y la comida, En este sentido no es casual que dos de las heroínas de Amado más sensuales y populares sean cocineras: Gabriela y Doña Flor. El sexo y la comida se funden en uno a través de las palabras de Vadinho a su mujer, Doña Flor: “Quiero saborearte”.

La alegría bahiana que describe Amado se eleva por encima de las corrientes subterráneas de la historia. Es la risa de los perdedores que resuena a través de los siglos y que invade y atormenta los sueños de las buenas conciencias burguesas: la de los esclavos que comenzaron a luchar desde que el primer negro llegó a Brasil y que prosiguió hasta mucho después de la abolición, es la de los trabajadores del cacao y de los obreros urbanos secularmente explotados, es la de los vagabundos y los que beben hasta perder la decencia con la ilusión de un mundo al revés.

Contradiciendo aquella famosa canción de Tom Jobim y Vinicius de Moraes (“La felicidad del pobre parece una gran ilusión de carnaval. La gente trabaja el año entero por un momento de sueño para realizar la fantasía de ser rey, pirata o jardinero y todo se acaba rápidamente… La tristeza no tiene fin, y la felicidad si”), los libros de Amado parecen alentar el sueño eterno de la revolución y un tiempo donde es la felicidad la que no tiene fin.

El tiempo de una vida

Jorge Amado do Faría nació el 10 de agosto de 1912 en la hacienda Auricidía dedicada a la recolección del cacao en Ferradas, municipio de Itabuna, estado de Bahía. Es hijo del coronel (nombre reservado en Brasil a los dueños de las plantaciones del cacao) Joăo Amadao de Faría y de doña Eulália Leal Amado (“Nací en cuna rica, con una flor en el culo y una estrella en el pecho…”). En enero de 1914, una crecida del río Cachoeira destruye la plantación de su padre y obliga a la familia a trasladarse a Itabuna y de allí a Ilheus, donde Jorge pasa la mayor parte de su infancia.

El futuro escritor cursa sus estudios secundarios como pupilo en un colegio prestigioso de Bahía, pero del cual se escapa con apenas doce años y atraviesa solo todo el sertón de Bahía hasta Sergipe, donde vive su abuelo paterno. Esta experiencia será extraordinaria en su vida ya que como señaló algún poeta, sólo aquel que se haya escapado del hogar en su niñez conoce el verdadero valor de la palabra libertad. Y determina que, al año siguiente, sus padres decidan enviarlo como alumno externo en un colegio llamado Ipiranga donde Jorge vive sus años adolescentes libre y mezclado con el pueblo de Bahía.

A los dieciséis años, con su familia venida a menos, se vuelve contra su pasado terrateniente con rebeldía moral e intelectual. Un camino que de manera muy esquemática recorrerá el personaje principal de su novela Cacao, un joven y apuesto muchacho de una clase media empobrecida que adquirirá conciencia de clase a partir del contacto con los campesinos trabajadores del cacao.

Las huellas mnémicas de su infancia desarrollada en un ambiente duro de hombres armados, cruces en los caminos y seres humanos expuestos a las serpientes, las pestes y la intensa labor, y su contacto adolescente con el mundo de los marginados de las ciudades, prostitutas, marineros y pescadores bahianos lo inspirarán a construir una obra que le ha merecido la calificación de “rapsoda del alma popular de Bahía”.

Sus años de formación literaria culminan con su paso como “cronista de comisaría” en el Diario de Bahía, donde en busca de noticias recorre burdeles, fiestas callejeras, bailes populares y otros escenarios de la vida del pueblo.

El tiempo de los proletarios

Tras su primera novela, El país del carnaval (1931), publica las novelas proletarias Cacao y Sudor, que significan el encuentro y el compromiso político del autor con la izquierda. Con la evidente influencia de las ideologías del comunismo internacional y las tesis de la literatura socialista, las novelas tenían la pretensión de forjar una conciencia proletaria en un Brasil que comenzaba a industrializarse y pugnaban por un acercamiento entre los intelectuales y el proletariado, tal como sucede con el héroe de Cacao.

El año de su graduación en la Facultad de Derecho, publica la novela Jubiabá, donde crea el primero de esos hombres pícaros, honestos y mujeriegos que poblaran su universo literario: el negro Antonio Balduino, un corazón desmesurado devenido en huelguista revolucionario. La idea más violenta de la novela es que el problema de la raza es, en realidad y en primer lugar, un problema de clase. La raza no es la causa, sino la consecuencia del problema de clase: el problema del rico y el pobre, del amo y el esclavo. Es de sus primeras novelas, huelga decirlo, la más madura tanto en el plano estilístico como en el de la conformación del carácter principal que resulta absolutamente encantador y conmovedor.

El negro Balduino preanuncia su principal personaje masculino el Pedro Archajo de Tienda de los milagros (1969) que será elevado a la categoría de memoria viviente de la cultura popular viviente de Bahía. En esta novela Amado -en boca de ese personaje que bien puede ser su alter ego aunque él se haya cuidado de aclarar que se inspiró en varias personas para crearlo y sobre todo en dos amigos- plasma gran parte de su cosmovisión respecto del Brasil y de sus posibilidades de redención social merced a la fuerza que le otorga su mestizaje, su hibridación fundante. O como lo diría de otra manera, en otra ocasión: “Brasil es un país muy particular, muy… específico. Eso proviene de la mezcla de razas. Hubo aquí un fenómeno extraordinario: todo lo que nos aportaron los negros, la cultura negra. Los negros nos marcaron profundamente. La cultura negra nos dio un carácter diferente, un carácter casi mágico. Les debemos nuestra fuerza para superar la miseria. Y el sentido de la fiesta, los ritmos de nuestro carnaval… El pueblo de Brasil es un pueblo extraordinario, que lucha, que no pierde la esperanza, que va hacia adelante en las peores condiciones. Tú lo has visto, hasta las elecciones terminan en carnaval aquí, en fiesta, en baile, el pueblo sale a la calle”

El contenido subversivo de sus novelas, sumando a su carnet del Partido Comunista le valen ser encarcelado por primera vez en 1936 por orden del presidente Getúlio Vargas. Un año después, sus libros son quemados en la Plaza Pública de Bahía por la policía del Estado Nuevo Brasileño a la vez que es encarcelado nuevamente en Río de Janeiro. Ese mismo año de 1937 publica Capitanes de la arena que es el nombre que reciben los niños abandonados que roban por hambre y cuyo cuartel de operaciones suele ser las playas, los puertos y las orillas de los mares. Bajo amenaza de muerte, Jorge Amado es instado a abandonar Brasil y a refugiarse en la Argentina y en Uruguay a comienzos de los años cuarenta.

De regreso a Brasil, hacia la década del cincuenta, escribe Los subterráneos de la libertad. La decepción y el inmenso dolor años más tarde le produjera el develamiento del terrorismo de Estado estalinista le hicieron a Amado abjurar en cierta forma de esta novela. Mejor dicho: se refirió a ella como la novela de una época de su vida y que representa lo que él era y sentía en ese momento. Es la novela de una época en que creía que la URSS era el mejor de los mundos posibles y en la cual no hubiera imaginado ni remotamente en la peor de sus pesadillas las persecusiones, las purgas, las torturas y los campos de concentración del régimen estalinista soviético.

Las mujeres de Amado

Más allá de la pena y de las frustraciones que cambian las cosmovisiones del mundo, Amado cambió también, por fortuna, la forma de pensar la literatura y ello posibilitó la emergencia de sus inolvidables heroínas tan llenas de bondad y a la vez tan ávidas de carne y tan sexualmente activas:

La primera de ellas, la heroína de Gabriela, clavo y canela, una mulata encantadora que deja fluir sus ardientes deseos y que cambia a partir de su comportamiento libertario las costumbres morales de una comunidad. Son los años sesenta, plenos de sueños de liberación social y sexual.

Por otra parte, la novela de Jorge Amado más popular en el mundo Doña Flor y sus dos maridos cuenta como reza su subtítulo “la extraordinaria batalla librada entre el espíritu y la materia en el cuerpo y el corazón de la voluptuosa maestra culinaria Doña Flor dos Guimarăes. Comienza el triste día en que el primer marido de Doña Flor, el mujeriego, bebedor y jugador Vadinho muere un día de carnaval, exhausto de tanto bailar y beber cachaca. Aunque Vadinho propinaba una mala vida a Doña Flor con sus abandonos la hacía feliz cuando hacían el amor. Doña Flor vuelve a casarse pero esta vez con un hombre decente, el farmaceútico don Teodoro que le asegura una vida tranquila y cariñosa pero no es tan apasionado como su inolvidable primer marido. Entonces, Vadinho se le aparece como fantasma a Doña Flor y la ama apasionada y corporalmente, como siempre. Entonces Doña Flor toma la decisión de quedarse y hacer deliciosamente con los dos maridos. En 1973 Doña Flor es encarnada por la actriz Sonia Braga en una película que sería paradigma de su época. Años más tarde, Tieta de Agreste, la pastora ninfómana se convierte en una telenovela que haría furor en los hogares brasileños. Mujeres bronceadas al sol, fogosas, de labios gruesos, mujeres prostitutas -por placer o por necesidad o por ambas- y mujeres que se sacrifican por sus hijos como Rosa de Oaxalá (Tienda de Milagros) forman parte de su ciclo literario femenino.

Desde que la cantante popular Carmen Miranda apareciera en el film Banana da terra (1938) como una bahiana que cantaba y danzaba con una pequeña cesta de frutas en la cabeza, pasando por la Garota de Ipanema de Vinicius de Moraes, llena de gracia y con el cuerpo dorado por el sol carioca, hasta las heroínas descriptas por Jorge Amado podemos armar el mapa del imaginario de las fantasías eróticas en torno a la mujer tropical.

Los viejos marineros

A su turno, llegarán las llamadas novelas del mar, dedicadas a los marineros: el popular Capitán de ultramar (1961) Vasco Moroso de Aragăo que navega los siete mares, conquista hermosas mujeres y capea temporales y motines a bordo sin abandonar su pueblo natal.

Y Quincas Berro Dagua de La muerte y la muerte de Quincas Berro Dagua que vivió cincuenta años de su vida bajo el nombre de Joaquim Soares da Cunha, un funcionario ejemplar de la Dirección de Rentas de la Provincia, ciudadano respetable si los hay de barba rasurada y saco negro. Marido intachable y padre amantísimo sometido silenciosamente a los caprichos arbitrarios de las mujeres de la casa: su mujer Otacília y su hija Vanda. Y los diez años restantes Quincas los vivió como Quincas Berro Dagua, bebedor empedernido con alergia al agua, jugador vicioso, cantador y príncipe de las calles y los bailongos, amigo de marineros y vagabundos, amante de negras y mulatas de mala vida. Ahora, en la muerte, la familia respetable pretende regresar al muerto a la antigua dignidad perdida el día en que al grito de “¡Víboras!” Joaquim abandonara a su mujer e hija y se decidiera a vivir su destino.

Dos maneras de encarar la vida: Quincas Berro Dagua rompe con su familia y se transforma en el vagabundo que quiere ser el capitán Vasco Moscoso de Aragăo construye el destino que desea creando un mundo imaginario en el interior del cual empieza a vivir. En definitiva quién puede responder las preguntas: “¿Dónde está la verdad? … ¿En la pequeña realidad de cada uno o en el inmenso sueño humano?”. ¿Cuál es la vida real? ¿la que vivimos, la que soñamos o la que contamos que vivimos?

El amor después del amor

Casado en primeras nupcias con Matilde García Rosa (1916-1986) de la que tendrá una hija llamada Lila (Eulalia Dalila Jorge Amado 1935-1950) que no sobrevivirá a los quince años y que según palabras del escritor no hubo tiempo y ocasión de conocer, su gran amor -que adquiere la connotación de épico y legendario- es la mujer con quien convivirá más de medio siglo: Zélia Gattai (1916).

Es posible hacer un recorrido del amor y la vida de Jorge Amado y Zélia, a partir de las dedicatorias que el escritor le hace a su amada en cada uno de sus libros: “Para Zélia” (Los subterráneos de la libertad: Los tiempos ásperos). Para Zélia y sus celos, / su cantar y su dolor, / La luz lunar de Gabriela / Y la cruz de mi amor. (Gabriela, clavo y canela) Para Zélia por su amor a la náutica y a su caña de pescar (El capitán de ultramar). A Zélia, en la tarde quieta del jardín, con los gatos, en la cálida ternura de este abril; para Joăo y Paloma, en la mañana de las primeras lecturas y los primeros sueños. (Doña Flor y sus dos maridos). Para Zélia, la rosa y la brujería (Tienda de los milagros) A Zélia, vuelta al mar de Bahía (Teresa Batista…) Para Zélia rodeada de nietos (Tieta de Agreste). En la portada de este libro, en la entrada a la barra de la Bahía de Todos los Santos, quiero escribir tu nombre de bahiana. Un día viniste de paso para conocer mi ciudad, te quedaste para siempre. Aquí en este jardín donde crecieron nuestros hijos y crecen nuestros nietos, entre los árboles que plantamos, en el culto de la amistad, tomo tu mano de novia y te proclamo Zélia de Euá, hija de Oxum, mujer de Oxossi, dulce compañera, joven corazón irreductible, única e incomparable. (Bahía de todos los santos, versión modificada en 1977). Para Zélia, enamorada y cómplice (Navegación de cabotaje). Para Zélia en las alegrías y tristezas de este otoño (De cómo los turcos descubrieron América). Con Zélia comparte el compromiso con la situación política de Brasil, la pasión por las manifestaciones populares y por la literatura. Muere el 6 de agosto de 2001. Sus cenizas fueron enterradas en el jardín de su casa en la calle Alagoinhas cuatro días después, el día en que cumpliría ochenta y nueve años. Las últimas palabras de una vida siempre coherente sin claroscuros, son por cierto, para Ella.

Mi testamento
El testamento: hablarle a ella “Aun medio dormido, en vísperas de cumplir ochenta años, tiendo el brazo, toco tu cuerpo, siento tu calor, tu respiración. Amanece, la luz del nuevo día despunta tenue al rayar el alba, pienso en los privilegios que tengo, verdades sinecuras. Tus ojos, tu sonrisa, los senos, el vientre, el trasero, el corazón, la entereza, la decencia, la mansedumbre, la abnegación. La vida nace de ti en la madrugada…“Tomo de la mano a mi enamorada, cómplice de la aventura desde casi medio siglo, copiloto de esta navegación de cabotaje…“Dame tu mano de convivencia, vamos a vivir el tiempo que nos queda ¡es tan corta la vida!, a la medida de nuestro deseo, al ritmo de nuestro gusto sencillo, lejos de galas, en libertad y en alegría, no somos pavos reales de la opulencia ni genios de ocasión: somos solo tú y yo. Me siento contigo en el banco de azulejos a la sombra del mango, esperando que llegue la noche para cubrir de estrellas tus cabellos. Zélia de Euá envuelta en luna: dame tu mano, sonríe tu sonrisa, me siento jubiloso con tu beso, laurel y recompensa. Aquí, en este rincón del jardín, quiero reposar en paz cuando llegue la hora: éste es mi testamento.