“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

10/10/12

Sobre una carta de Rosa Luxemburgo

Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
Karl Kraus publicó en su diario (‘Die Fackel’) una carta que Rosa Luxemburgo le envió a Sonia Liebknecht. Esta carta es criticada por una tal Ida von Lill-Rastern, burguesa dueña de fincas y ajena al dolor de los que sufren. ¿Puede alguien ignorar el dolor del prójimo? Sí, y esto sucede cuando no reconocemos cómo es el dolor ajeno. Desconocer el dolor ajeno es desconocer la clase social que nos mira. Los parisinos sufrieron sendas y proletarias miradas cuando las calles de la capital empezaron a hacerse más amplias, más "cosmopolitas".

La carta de la que hablaré fue enviada en 1917, en la época rubricada bajo la palabra "diciembre". Quejándose, Luxemburgo dice: "Ayer pensaba, pues: qué extraño es que yo viva siempre en un éxtasis alegre, sin ningún motivo especial". O Luxemburgo tenía alma de hombre o simplemente aprendió a sobrellevar los dolores. Una poesía de Juana de Ibarbourou dice así:
"Si yo fuera hombre, qué hartazgo de luna,
de sombra y silencio me había de dar".

Pocas personas saben vivir en la soledad y en la carencia de motivos. Freud decía que los seres humanos son creadores de motivos, llamados 'mitos'. Macedonio Fernández, según atestigua Borges, sabía ver correr el tiempo. La sangre moruna que yace en toda la sangre española permite que la contemplación castellana sea paciente (estos desprecios hacia el tiempo "son dejos fatales de la raza mora", como dice un verso portentoso de Machado el Menor). ¿No ha dicho José Ortega y Gasset que los ojos latinos son ojos más profundos que los sajones? ¿Será acaso que los ojos de Luxemburgo, que era de raigambre nórdica, habían aprendido a mirar como miraba el griego?

Kraus, al menos, sabía que la gente de sangre judía sufre con perseverancia el desarraigo. Kafka quería ser parte de algo, de lo que fuera, y por eso trazó sus propias ciudades infernales. Los judíos, sabemos, rascan la tierra, pero ésta huele a nada, huele a negación. Cito a Luxemburgo, que narra la nada con técnicas vitales: "Permanezco, por ejemplo, tumbada en la celda oscura sobre un colchón duro como piedra, en el edificio a mi alrededor reina el habitual silencio de los cementerios, una se siente como en la sepultura: el reflejo de la farola encendida durante toda la noche delante del penal entra por la ventana y se dibuja sobre el techo".

Gramsci, que padeció algo similar, leía un libro a diario en su encierro, y Luxemburgo leía el libro de la vida a diario, libro titulado, según ella, "Callejón sin salida de la existencia". Luxemburgo sentía encerrado su cuerpo, pero libre su alma. Y todo esto no es casualidad, ya que todo gran teórico político frecuenta las páginas de Platón, quien habló sobre una hermosa pero angosta caverna. Luxemburgo, como hombre, hubiera dicho con Ibarbourou: "amigo de todos los largos caminos que invitan a ir lejos para no volver".

Un poeta argentino de mi predilección decía que todos los enfermos se curan en sus últimos cinco minutos de vida. ¿Qué aprendemos al final del laberinto? Que el laberinto de la existencia está en la cabeza ("el vigor verdadero reside en la cabeza", dice un poeta chileno, uno que se atribuye la paternidad del creacionismo). Los lectores que hayan visitado `La Náusea´ de Sartre entenderán de qué hablo. Luxemburgo insiste, y dice: "busco un motivo para esta alegría, no encuentro nada y vuelvo a sonreírme de mí misma". Bello tono racionalista, materialista.

Ella nos dice que la vida es buena si sabemos mirar y escuchar como "corresponde", con ojos y oídos nuevos (Nietzsche). La teoría de las correspondencias es una vieja teoría filosófica que nos enseña a buscar coincidencias en las incidencias. Hacer del accidente algo estridente es jugar a la ingenuidad. La señora Ida von Lill-Rastern, dueña de fincas, sostiene que Luxemburgo fue ingenua, aseverando esto: "la carta es realmente muy bonita". Lill-Rastern habla de la carta de Luxemburgo con ironía. Nuestra izquierdista, Luxemburgo, fue duramente criticada por Lenin, quien pensaba que la gran Rose andaba "por la vida con un abrigo guarnecido de estrellas".

¿Cuáles eran las estrellas que Luxemburgo leía para palidecer las horas? Stefan George, Platen, Goethe, Hugo Wolff y Lange. Nada sea en donde falta la palabra, pensaba Stefan George. En donde perecen las letras también perece el alma. El alma con las letras entra, me gusta pensar y me gusta transmutar el viejo adagio. La carta de la izquierdista no es bonita, pues me recuerda los abominables regionalismos de Mistral.

Ida von Lill-Rastern se ríe de Luxemburgo redactando estas groserías: "la vida de la Luxemburgo habría transcurrido de forma mucho más alegre y fructífera si, en vez de dedicarse a agitar al pueblo, hubiera ejercido, por ejemplo, de vigilante en un jardín zoológico o algo parecido". Bien dijo Schopenhauer que el odio entre mujeres es más agudo y grande y ancho que el odio que se profesan los hombres.

Luxemburgo interpreta el dolor de un búfalo en su carta, y Lill-Rastern sostiene que los búfalos no sufren como se argumenta en el escrito. Kraus, moderado y moderador, escribe para sanar las cosas lo que viene: "Que el diablo se lleve la praxis del comunismo, pero que Dios nos lo conserve como amenaza constante sobre las cabezas de aquellos que poseen fincas".  Que las mujeres se encarguen de la real politik, y que los hombres se encarguen de las utopías.