“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

30/12/12

De cara al Mercosur

Gustavo Márquez Marín

Especial para La Página
En la IV República,  el Plan de la Nación funcionaba como un instrumento de la élite dominante, para lograr que la asignación de los recursos se hiciese conforme a sus intereses. Detrás de la retórica modernizadora y  tecnocrática que lo moldeaba, subyacía la intención de reproducir un sistema  que en su esencia, le otorga  prioridad a los planes de negocios de  las corporaciones privadas por encima del interés  colectivo.

En su tránsito por el neoliberalismo, los gobiernos cuartorepublicano, propugnaron sin eufemismos la pulverización del Estado y demonizaron  la planificación centralizada supuestamente por “estar  plagada de ineficiencias” e interferir la sacrosanta “mano invisible del mercado”,  gestora de  un “progreso” globalitario empobrecedor.

Si bien, el gobierno bolivariano ha reivindicado al Plan de la Nación como el instrumento  que permite darle direccionalidad estratégica y gobernabilidad a la transición del capitalismo rentista-dependiente al socialismo del Buen Vivir, es en la nueva etapa que se inicia  cuando le ha dado un carácter participativo amplio, en correspondencia con la proyección que ha tenido el Poder Popular como sujeto fundamental de la revolución. Sin embargo, para lograr la anhelada eficacia,  la planificación, asumida como un proceso permanente y  continuo,  no solo debe enfocarse hacia la formulación del Plan, sino también, hacia  la construcción de los mecanismos de seguimiento y ejecución.

No basta disponer de un marco político-estratégico general, por muy pertinente que este sea con el discurso político revolucionario, si no se traduce en políticas y proyectos transformadores que movilicen a los actores en el territorio,  hacia la concreción de los cambios sociales, económicos, culturales y político-institucionales. A ese propósito podría contribuir la  activación de un nivel de planificación regional, intermedio entre el nivel estadal y el nacional, circunscrito a los ejes de desarrollo territoriales estratégicos. Por ejemplo, para ejecutar la directriz del Presidente Chávez de desarrollar un Polo Industrial de cara al MERCOSUR, fundado en el  Eje Barquisimeto-Puerto cabello-Valencia-Maracay-La Victoria y más allá, se requeriría de un nivel de planificación de este tipo que lo haga viable.