Especial para La Página |
La
Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), en su reciente
cumbre en Santiago de Chile ha nominado al mandatario cubano Raúl Castro como
presidente pro tempore de este
organismo por el lapso de un año, 2013 – 2014. Tanto la presencia de Cuba como
la nominación de su presidente a la cabeza de esta organización han suscitado
muchos comentarios en ciertos círculos. Sin embargo, pocos advierten el
significado político de este nombramiento. En efecto, la presencia de Cuba en
CELAC está marcando una nítida diferencia con la Organización de Estados
Americanos (OEA), institución con sede en Washington de la cual la isla ha
estado excluida desde hace décadas. Si la presencia de Cuba es ya un hecho
importante, pues
acoge a su gobierno en el seno político regional, lo hace sin la presencia del gobierno estadounidense.
acoge a su gobierno en el seno político regional, lo hace sin la presencia del gobierno estadounidense.
Es
interesante destacar que la CELAC nace sin el tutelaje de los Estados Unidos,
como el que ejerce en la OEA y que significó el veto a Cuba en la última
reunión en Cartagena de Indias (Colombia) el año pasado. Contra la opinión
generalizada, el reconocimiento de Cuba entre las naciones de América Latina
invita a ese gobierno a reconocer derechos y deberes entre sus pares, ocupando
la presidencia misma del organismo. América Latina no puede ni debe seguir
adscrita a visiones extemporáneas, propias de la Guerra Fría, ya largamente
superadas por la historia. La presencia de Cuba en CELAC es, además, el
reconocimiento explícito a la legítima soberanía de un gobierno y un pueblo que
dialoga con el resto de naciones latinoamericanas y caribeñas. Así también, la
entrega de la presidencia de esta institución al presidente cubano y la
realización de la próxima cumbre en La Habana es una valiosa oportunidad que
debe ser valorada por este gobierno, empeñado en un proceso de reformas en su
país.
En
un mundo global, CELAC es una voz propia de América Latina y el Caribe que
busca su lugar en este siglo. No se trata de una voz única o uniforme, por el
contrario, hay visiones distintas que deben ser confrontadas en un foro
democrático, en un clima de paz, reconociendo un pasado histórico común y un
horizonte que represente los anhelos de nuestros pueblos, la superación de la
pobreza y una vida más digna para todos.