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- “El patriotismo únicamente tendría cabida en un alma receptiva a lo sagrado y que en su propia experiencia haya apreciado su valor objetivo e incondicional, identificándolo en las reliquias de su pueblo”
Armén Oganesián
Hay momentos de la historia que, por su trascendencia y
simbolismo, casi no dejan a la razón ni a la conciencia libertad para
interpretar. Uno de ellos fue la batalla de Stalingrado durante la Segunda
Guerra Mundial. Alexander Chubarián, director del Instituto de Historia de la
Academia de Ciencias de Rusia y creador de un manual histórico ruso-alemán,
explica que las versiones de las partes sobre el gran choque a orillas del
Volga difieren mucho. Pero peor sería si sus enfoques hubieran coincidido por
completo.
Para Alemania la derrota en la ciudad rusa supuso una
tragedia nacional. Si el luto de tres días decretado por Hitler tras anunciar
el fin de la batalla se hubiera mantenido para convertirse en un homenaje anual
a los caídos, hubiese sido el antídoto por excelencia contra el nazismo. Y no
sólo en Alemania. Lo cierto es que los alemanes y los rusos nunca serán lo
suficientemente objetivos para valorar con frialdad este episodio histórico. El
académico Chubarián parece apuntar que la diferencia principal de las
perspectivas de los autores rusos y alemanes que aparecen en el manual nace de
la antigua discusión de si la batalla de Stalingrado supuso o no un cambio
decisivo en el curso de la guerra. Analicemos entonces si Stalingrado marcó un punto
de inflexión no sólo en la Segunda Guerra Mundial, sino en la historia de
Europa y de toda la humanidad.
Según los testimonios del mariscal de campo Friedrich Von
Paulus, general en jefe del 6º Ejército, que sucumbió en Stalingrado, las
primeras órdenes para planear la ofensiva del verano de 1942 habían llegado al
6º Ejército ya en abril de aquel año. Poco antes Hitler, durante un discurso en
Poltava (Ucrania), expuso ante sus generales su estrategia de la campaña: "Mi idea principal es ocupar la zona del
Cáucaso tras asestar un golpe decisivo a las tropas rusas. Si no conseguimos el
petróleo de Maikop y Grozni (Chechenia), tendré que poner fin a esta
guerra".
De esta manera las operaciones en el Volga y en el Sur de
Rusia en general, según la idea del líder nazi, decidirían el desenlace de la
guerra. Al mismo tiempo Hitler estaba absolutamente convencido de la supremacía
del ejército alemán sobre el soviético. “Los
rusos agotaron sus fuerzas en las batallas de invierno y primavera. En estas
circunstancias es necesario y posible poner fin a la guerra en el este antes de
que termine el año”, decía Hitler.
Para comprender el significado de la epopeya de Stalingrado
hace falta imaginar qué papel tuvo en el contexto de la estrategia del Tercer
Reich y por qué la derrota en el Volga anuló los planes de Hitler a largo
plazo. El 3 enero de 1942, en una conversación con el embajador de Japón en
Berlín, el general Oshima, Hitler declaró: “No
pienso lanzar más ofensivas en el Frente Central. Mi objetivo será el avance en
el sur. En cuanto mejore el tiempo emprenderé un ataque en el Cáucaso. Esta es
la dirección más importante. Tenemos que acceder al petróleo, tener salida a
Irán e Irak”.
Estos ambiciosos planes ya estaban perfectamente formulados
en abril: derrotar al enemigo al oeste del Don para luego hacerse con los
campos petrolíferos del Cáucaso y atravesar la cordillera caucásica. Los
generales de la Wehrmacht elaboraron los respectivos planes, que preveían
desarrollar la ofensiva en dirección a Sujumi para unirse a las tropas turcas.
Para aquel momento 26 divisiones del Ejército turco estaban listas para entrar
en combate en la frontera con la URSS. De haberse realizado estos planes,
Turquía se habría unido al Eje.
¿Qué batalla de la Segunda Guerra Mundial podría reducir a
cenizas estas ambiciones de los nazis? ¿La de Kursk? ¿La de Moscú? ¿La defensa
de Leningrado o Sebastopol? Ninguna de ellas, a pesar de su importancia para la
victoria final de la URSS, era suficiente para frustrar los planes de Hitler. Sólo
Stalingrado era capaz de aplacar su obsesión por la dominación mundial. Resulta
sorprendente que los fallos estratégicos que Moscú y Berlín cometieron a la
hora de planificar la campaña de verano de 1942 fueran casi idénticos. En un
intento de persuadir a Japón de atacar la URSS, Hitler aseguraba al ya
mencionado embajador nipón que el Ejército Rojo sería derrotado durante el
próximo verano, a más tardar. “No hay salvación posible para ellos... Los
bolcheviques serán arrastrados tan lejos que nunca volverán a pisar las zonas
civilizadas de Europa”, decía el líder nazi, para el que la debilidad del
Ejército Rojo era una evidencia.
También Stalin subestimaba al enemigo y por ello no tenía
una idea exacta de la situación en el Frente Sur. Además, a causa de la
desinformación, estaba esperando una ofensiva contra Moscú en lugar de en el
sur, según afirmó el mariscal Gueorgui Zhúkov. El historiador ruso Gueorgui
Kumaniov ha investigado nuevos documentos de archivo y pone de manifiesto que
la “minosvaloración por parte de Stalin de las fuerzas de la Wehrmacht y el
excesivo optimismo sobre el potencial del Ejército Rojo” constituyeron un
factor clave en el desarrollo de la batalla de Stalingrado. La causa de que el
Gran Cuartel General de las Fuerzas Armadas de la URSS manejara información
desvirtuada en cuanto a la situación real en los frentes fueron los informes
inexactos sobre las bajas proporcionados por la Dirección General de
Inteligencia.
“Según estos informes,
entre el 22 de junio de 1941 y el 1 de marzo de 1942, las bajas de las tropas
alemanas habrían sumado 6,5 millones, de las que 5,8 millones correspondieron
al Ejército de Tierra; pero en realidad las bajas del Ejército de Tierra
durante este período fueron poco mayores de un millón de efectivos”, asegura
el experto. Esta subestimación del enemigo costó muy caro al Ejército soviético
durante los primeros meses de la batalla a orillas del Volga.
Un corresponsal alemán informaba mientras se acercaba con
las tropas a Stalingrado: “Los rusos, que antes defendían con tenacidad cada
kilómetro, se retiraban sin un disparo. Tan sólo los puentes destruidos y los
bombardeos aéreos frenaban nuestro avance. Cuando la retaguardia rusa no
lograba evitar el combate elegían posiciones que les permitieran aguantar hasta
la llegada de la noche... Nos resultaba muy inusual avanzar por la ancha estepa
sin ver rastro del enemigo”.
El mariscal Vasili Chuikov escribió sobre los primeros días
de la defensa de Stalingrado: “Las unidades sufrieron muchas bajas y se
retiraron. Esto no significa que las tropas se hubieran desplazado de manera
organizada siguiendo una orden. Es una muestra de que los soldados que lograron
sobrevivir en aquel caos y consiguieron escapar de los tanques alemanes
llegaban heridos hasta la siguiente línea de defensa, donde les entregaban
municiones y les enviaban otra vez al combate”.
Al mismo tiempo ninguna de las partes veía el frente que
había en la estepa cerca de Stalingrado como el escenario de la confrontación
decisiva de un número colosal de hombres y máquinas de guerra.
En la reunión del 12 de septiembre de 1942, celebrada en la
ciudad ucraniana de Vínnitsa, Hitler advirtió a Friedrich Von Paulus y a otros
generales: “La resistencia en Stalingrado debe ser calificada como local. Los
rusos ya no son capaces de realizar operaciones estratégicas de gran
envergadura que puedan representar para nosotros algún peligro... Hay que
intentar tomar la ciudad cuanto antes para no permitir que se convierta en un
problema por mucho tiempo”.
A pesar de estas advertencias, Stalingrado cada vez se
parecía más un 'agujero negro' que se tragaba las mejores divisiones de la
Wehrmacht. Mientras, Stalin persistía en su convicción de que el líder nazi
lanzaría el grueso de sus tropas contra Moscú. Y, aunque no descartaba la
posibilidad de una eventual ofensiva alemana en el sur, restaba efectivos de
los frentes de las provincias sureñas del país.
Como consecuencia, según calculan los historiadores
occidentales, los nazis superaban notablemente a los soviéticos en efectivos y
artillería (tres veces más), en tanques (seis veces), en aviones (más del
doble).
Sólo durante la reunión del 13 de septiembre los generales
Gueorgui Zhukov y Alexander Vasilevski pudieron convencer a Stalin de que urgía
diseñar una contraofensiva. Los estrategas soviéticos sostenían que Stalingrado
debería ser defendida con una batalla de desgaste, utilizando las tropas
necesarias para mantener viva la defensa. No debían desperdiciarse soldados en
contraataques menores, a no ser que fueran absolutamente necesarios para
impedir al enemigo que tomara todo el margen occidental del Volga. Entonces,
mientras los alemanes se centraban enteramente en capturar la ciudad, se
reunirían secretamente nuevos ejércitos detrás de las líneas para preparar un
gran cerco.
El líder soviético dudaba. Pero aquella noche, por fin, dio
su respaldo a este plan. Instruyó a los dos hombres para que obraran dentro del
más estricto secreto. “Nadie, fuera de
nosotros tres, debe saber de esto por ahora”. La ofensiva se llamaría
'Operación Urano'.
Estos planes se ejecutaron durante la campaña de otoño e
invierno de 1942: del 19 de noviembre al 2 de febrero duró esta batalla en
Stalingrado. A las 14.46 horas del día 2 de febrero, un avión alemán de
reconocimiento sobrevoló a gran altura la ciudad transmitiendo el siguiente
mensaje: “En Stalingrado no hay señales
de combate”.
Nunca, en ninguna batalla la Wehmacht había sufrido tantas
bajas: un millón y medio de soldados y oficiales, que representaban la cuarta
parte de las tropas de Alemania en el Frente Oriental. El número de los
prisioneros de guerra superó, según los datos soviéticos, las 154.000 personas
(113.000, según fuentes alemanas). Al ascender a Paulus al grado de Mariscal de
Campo, Hitler dijo a general Alfred Jodl: “Ningún mariscal se había rendido en
la historia militar”. Aquel mismo día, 31 de enero, el comandante del 6º
Ejército fue capturado con vida.
Aquel tremendo choque en el Volga fue especial en muchos
aspectos. Según el testimonio de los generales alemanes, nunca un triunfo
militar del enemigo había sumido en tal terror al pueblo alemán. “Nunca en la
historia de Alemania tantos hombres perdieron la vida de una manera tan
horrorosa”, decía el general Siegfried Westfall.
El general Von Butler se daba cuenta de la imposibilidad de
continuar la guerra tras la derrota en Stalingrado: “Alemania no sólo perdió
una batalla y un ejército experimentado en los combates. Perdió la gloria de la
que se había cubierto al principio de la guerra, una aureola que ya empezó a palidecer
en la batalla de Moscú en invierno de 1941. Esta circunstancia no podía sino
cambiar radicalmente el curso de la guerra...”
Un diplomático berlinés recordaba que la sociedad alemana
estaba paralizada por una profunda crisis “cuyo símbolo era una sola palabra:
Stalingrado”. Esta batalla disipó cualquier atisbo de esperanza que albergase
Berlín en cuanto al ingreso de Japón y Turquía en la guerra contra la URSS y
aceleró la ruptura de Italia con el Eje. Y, finalmente, la batalla de
Stalingrado frustró todos los planes geopolíticos de Hitler y preparó el
terreno para la apertura de un segundo frente en Europa.
El desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía estaba
desde un principio condicionado a que los alemanes no dispusieran de más de 27
divisiones para mandar al Frente Occidental. El golpe que los soviéticos
asestaron a la Wehrmacht en Stalingrado hizo que este requisito se cumpliera.
Es curioso que dos personas tan diferentes como el cómico de
origen judío Charles Chaplin y el general nazi Hans Doerr pudieran sentir
acertadamente que el significado histórico de Stalingrado rebosó los límites de
la guerra. Doerr escribía: “En Poltava, en 1709 Rusia se ganó el derecho de
llamarse una gran potencia europea. Stalingrado la convierte en una de las potencias
mundiales más importantes”. Por su parte Charles Chaplin exclamaba con
admiración: “Rusia, has ganado la admiración de todo el mundo. Rusos, el futuro
es vuestro”.
Los que participaron en aquel choque también percibían la
trascendencia de aquella batalla. Escribe el historiador Guergui Kumaniov: “Los veteranos dicen que en la guerra no hay
ateos, los defensores de la ciudad del Volga entregaban su vida y su corazón a
Dios”.
En las películas soviéticas de la guerra los soldados se
lanzan al ataque al grito de “¡Por la Patria! ¡Por Stalin!”, pero muchas veces
gritaban también: “¡Sálvame Dios!”. Y fue el comandante del 62º Ejército, que
defendía Stalingrado, Vasili Chuikov, el “general
de las trincheras” como le llamaban los soldados, el que encendió la
primera vela en homenaje a la victoria en una de las iglesias que
milagrosamente quedó en pie en la ciudad arrasada.
El filósofo ruso Iván Ilián dijo: “El patriotismo únicamente tendría cabida en un alma receptiva a lo
sagrado y que en su propia experiencia haya apreciado su valor objetivo e
incondicional, identificándolo en las reliquias de su pueblo”. Este es el
auténtico significado histórico de la batalla de Stalingrado.
Título original: “Los alemanes en las tenazas de
Stalingrado”