Experimento con la campana neumática ✆ Joseph Wright [Ampliar] |
Especial
para La Página
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Inglaterra ha tenido siempre una relación amistosa con los
sueños, con la penumbra, y tal relación ha aguzado el ojo del isleño, que es
nítido y que siempre anhela la praxis, hacer que los sueños transmuten en
acción. Se sabe que Stevenson soñó fragmentos ingentes de su obra, y se sabe
que Shakespeare colocaba a sus personajes, preferentemente, en la penumbra, en
lo oscuro, rasgo de los sueños que se sueñan para llegar a la luz. James Bond
usa tecnologías para descifrar enigmas, así como Holmes, hijo de Doyle, empuña
saberes científicos y criminológicos para acorralar, al menos
epistemológicamente, malhechores. "Poco
importa burlar brazos y pecho/ si te labra prisión mi fantasía", ha
escrito Sor Juana en un soneto que trata temas de amor, temas teóricos del conocimiento.
¿A qué toda esta arenga? Es necesario que el guionista
maneje ciertos recursos mínimos para que las escenas que imagina sean
misteriosas. Y si de escenas queréis aprender, lector, tenéis que contemplar
con kantiana y schopenhaueriana minucia una pintura inglesa, una pintada por Joseph
Wright en 1768, intitulada ‘Experimento con la campana neumática’. Extraigamos
de la escena algunos ardides para relatar ‘machinas’ de misterios, como en la
Biblia, como en Dante y Goethe y Dostoievski. La realidad no está peleada con
la fantasía, pero tampoco quiere mezclarse con ella. Que no seamos enemigos tampoco
nos hace hermanos, creo.
Sigamos. Como dice el bardo Gerchunoff, ¿perdió el Quijote
sus sueños oyendo al vulgar Panza? No. ¿Perdió Macbeth sus ensueños por culpa
de Banquo? No. ¿Perdía la fe el Padre Brown tratando con follones? No. El
místico, quiero decir, el narrador de misterios, de enigmas, de acertijos, de
secretos o de historias intrincadas maneja con maestría los datos reales y los
datos fantásticos, haciendo con alucinaciones ilusiones, y con recordaciones,
oraciones. ¿Por qué es tan fácil que un biólogo de monta escasa nos fascine con
sus descripciones? Porque habla de lo que no conocemos y porque nos refiere, de
vez en cuando, a lo que sí conocemos. Pero su embeleco no dura más de diez
páginas. Canguilhem, en ‘La connaissance de la vie’, dijo: "Haeckel ha hecho notar que las celdillas de cera llenas de miel
constituyen una réplica completa de las células vegetales llenas de jugo celular".
A guisa de rodiniano meditador sentémonos sobre lo dicho y preguntémonos: ¿los
espectadores de la pintura de Wright confundirán algún día la luz artificial
con la natural?
Ya un poeta de Argentina, apellidado Roldán, ha dicho que
los enamorados, los dormidos en almohadas románticas, los fantasiosos, toman
"por todo farol, la Luna". Un guionista que jamás permite que el
público sepa si la luz de la escena es lunática, candelabra o farolera, produce
semiosis, polisemia. El oropel es oro para el pícaro, no para el químico. ¿Es
el público pícaro o químico? Un guionista es como el Quijote, y un buen público
es como Sancho, que aunque no comprendía la estoica filosofía andantesca
callado se quedaba, creyente se mantenía y deslumbrado de erudición vivía bajo
la protección del escudo más grande que hay, hecho de poesía y de prudencia.
Y ya que entrometido se ha Cervantes, hablemos de su Libro.
¿Cómo hizo el de Lepanto para mistificar a Quijano? El tío loco, al necesitar
armas para caballero hacerse, hizo lo historiado con unas que tenía por ahí: "Limpiólas y aderezólas lo mejor que
pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje,
sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un
modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacía una apariencia de
celada entera". ¿Con qué armas enfrentar los avatares de lo real? ¿Con
sombras de metal o cartón? Harto conocido es el cartón para el lector moderno,
que en leyendo la palabra "cartón" recuerda sus olores, texturas y
demás y que ignora toda experiencia con morriones y celadas.
Lo que hace un guionista místico es trucar el orden natural,
orden que sólo es lógico, no fenomenal. Poe usó un impensado y palpable mono
para justificar un crimen, Cortázar usó una "cosa" para expulsar
gente de su casa, Bioy Casares usó el tiempo y el espacio para hablar de amor,
Borges partió un jardín para elucubrar éticas, Lope excitó donjuanes para
sufrir amores y elevarse al Cielo, Virgilio mezcló la indignación con las
sombras para ejecutar su ‘Eneida’, y los textos talmúdicos ocultan el nombre de
Dios afirmando que sólo podemos proferir su Nombre so pretexto de grandes
sentimientos, buenos y malos. En conclusión, creo, el gran místico parte de lo
conocido hacia lo desconocido, mientras que el científico parte de hipótesis y
de supuestos para entrar en lo concreto. Joseph Wright retrató el ‘espíritu
científico’ del que habló Bachelard, retrató lo espiritual de la ciencia, su
misterio, y no la ciencia hecha acción, soplo, voluntad.