“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

6/11/13

En torno a La lucha contra el fascismo en Alemania

Hernán Camarero  |  El nazi-fascismo fue la mayor experiencia contrarrevolucionaria del siglo XX. Para el movimiento obrero y el socialismo internacional, su peor enemigo. Su estudio devino en un insumo vital para el desarrollo de un pensamiento estratégico. El destino quiso que León Trotsky, un referente clave de la tradición marxista clásica, fuera el encargado, sobre la base de su propio protagonismo, de ofrecer una explicación teórica, no solo sobre la Revolución Rusa, sino también acerca de esos dos fenómenos reaccionarios contemporáneos: el estalinismo y el fascismo.

La actual reedición en castellano de ‘La lucha contra el fascismo en Alemania’, que compila todos sus escritos sobre la temática, es una oportunidad para reexaminar esa elaboración, desplegada al calor de los acontecimientos. El título constituye la tercera entrega de las Obras Escogidas del autor, a cargo del CEIP León Trotsky/Ediciones IPS (Buenos Aires), en coedición con el Instituto del Derecho de Asilo/ Museo Casa de León Trotsky (México). Se
trata de la más completa y rigurosa versión del libro hecha hasta el momento en español, en base a una presentación muy cuidada. No solo reproduce y corrige todas las otras ediciones de la obra realizadas en ese idioma sino que incorpora otra gran cantidad de textos que el teórico de la Revolución Permanente escribió sobre el asunto y se hallaban sin traducir o dispersos en otras publicaciones, lo cual extiende el volumen a más de 500 páginas.

El tramo central del libro son las páginas escritas en su mayoría entre 1930-1933, originalmente publicadas en el Boletín de la Oposición de Izquierda, en artículos de periódicos de la corriente o en folletos. Para el revolucionario ruso esos fueron años de gran producción intelectual, pero bajo condiciones muy difíciles de exilio, aislamiento y persecución, mientras se hallaba desterrado en la isla turca de Prinkipo. Sus textos no podían llegar sino a un puñado de militantes que, además de su combate al nazismo, apenas podían resistir la doble hegemonía de la socialdemocracia y del estalinismo.

Trotsky entendía a esta pequeñísima vanguardia, en Alemania y en algunos otros pocos países, como la base para un nuevo reagrupamiento del socialismo revolucionario. Con ellos, acabó luego lanzando el proyecto de la Cuarta Internacional.

Una radiografía marxista del nazi-fascismo

La obra propone una compleja y matizada reconstrucción de las condiciones históricas que hicieron posible la emergencia, desarrollo y acceso al poder del nazismo. Trotsky advertía sobre la profunda crisis económica del capitalismo mundial iniciada en octubre de 1929, con su impacto devastador sobre el sistema económico, social y político de la República de Weimar, en donde en un lapso de tres años se multiplicó por cinco el número de desocupados. ¿Por qué fue el extremismo nazi quien pudo capitalizar más eficazmente la polarización política acicateada por la quiebra económica y la descomposición social? Este se erigió como la respuesta estructural a las necesidades del capital, que para poder sortear la crisis debía reducir los costos laborales, conquistar nuevos mercados y ampliar el mercado interno a través de la masiva producción armamentística. La brutal regimentación de la sociedad, la destrucción de los sindicatos y la liquidación de los partidos obreros, era la precondición para la militarización de la economía. Tras ver fracasar todos los intentos de montar un gobierno fuerte y decidido a aplicar este plan, la burguesía apostó a la salida del nazismo. Y con ella, el camino hacia una nueva guerra, para romper el corsé que atenazaban a las fuerzas productivas del capitalismo germano. En contra de la miopía ultraizquierdista del estalinismo, que identificó como iguales regímenes burgueses al fascismo y a la democracia parlamentaria, Trotsky plasmó una visión y una estrategia alternativas: si bien ambos sistemas políticos respondían a los intereses del capital, en el segundo de ellos los sindicatos, las cooperativas o las demás instituciones obreras podrían subsistir, y debían salvaguardarse frente al intento fascista por destruirlas. La burguesía optaba por el fascismo cuando la democracia ya no le aseguraba el equilibrio de la sociedad: allí era cuando la pequeña burguesía enfurecida y el lúmpenproletariado desmoralizado eran convertidos por el capital financiero en un movimiento de masas para aplastar a la clase obrera.

La incompatibilidad entre fascismo y socialdemocracia era total, pues si esta última no podía tener influencia sin las organizaciones obreras de masas, el nazismo sólo podía consolidar su poder si disolvía a estas instituciones proletarias. Ello obligaba a un acuerdo práctico entre comunistas y socialistas. Este planteo está bien desplegado en el texto más extenso y quizás relevante del libro, luego conocido como “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán”, originalmente escrito en enero de 1932. Tras el acceso de Hitler al poder, Trotsky, en “Qué es el nacionalsocialismo” (junio 1933), trazó un magistral retrato socio-cultural e ideológico del nazismo, mostrando el modo como éste usurpaba el concepto de revolución: en verdad, era un movimiento que dejaba “intacto el sistema social”. Identificaba las peculiaridades del bizarro fenómeno racista, antisemita y antimarxista, como el que había “hecho accesible la política a los bajos fondos de la sociedad”.

No obstante, Trotsky no confundía el esencial carácter de clase del fascismo: a pesar de sus pretendidos rasgos plebeyos, decía, “no es para nada el gobierno de la pequeñoburguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.

Cómo combatir al nazismo: un juicio al estalinismo

El modo en que el movimiento obrero y los comunistas debían enfrentar la grave amenaza del fascismo introducía el dilema crucial. El principal interés de Trotsky giraba en torno a impugnar la línea global que en ese entonces estaba adoptando el estalinismo: la del tercer período, también conocida como declase contra clase. La misma había sido argumentada en el VI Congreso de la IC (julio-agosto de 1928), ya bajo el dominio del sector liderado por Stalin. Rigió hasta la adopción de un nuevo viraje, en 1935, cuando se introdujo el frente popular. El tercer período ponía fin a la etapa iniciada en 1921, entendida como de relativa estabilización social. Desde una visión catastrofista, ahora se auguraba la inminente caída final del capitalismo y la radicalización de masas, al tiempo que se anulaban las diferencias entre dictaduras y democracias burguesas y solo se reconocía la existencia de dos campos políticos: fascismo y comunismo. El fascismo sería la última fase del capitalismo, y el triunfo de la revolución sería precipitado por el acceso al poder de aquél.

Era una caracterización ultraizquierdista, sectaria y aventurera, combinada con los elementos de oportunismo propios del estalinismo. Bajo esta línea la socialdemocracia fue definida como “socialfascista”, “hermana gemela” del fascismo. Así lo sostenía el PC alemán (KPD) y su líder, Ernst Thälmann. Trotsky combatió esta orientación desde su inicio mismo. En el Anexo de esta edición se reproduce su texto “La crisis austríaca y el comunismo” (noviembre 1929), que apuntaba las contradicciones entre fascismo y socialdemocracia: lo del “socialfascismo” era un desvarío que alienaba toda posibilidad de diálogo con los obreros socialistas que odiaban a la extrema derecha. Pero a Trotsky le preocupaba Alemania, donde el peso del KPD hacía más determinante su conducta.

En las elecciones de septiembre de 1930, el estalinismo festejó el aumento de votos del PC a 4,5 millones, ignorando el mayor salto protagonizado por el partido nazi (NSDAP), que saltó de 800.000 a 6.400.000 de sufragios, multiplicando casi por diez el número de sus diputados, mientras que el Partido Socialdemócrata (SPD) aún recibió 8,5 millones de votos. Para el KPD, ese ascenso de los nazis era “el principio del fin para ellos”. En “El giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania”, Trotsky señalaba que aún se estaba a tiempo de actuar, pues la burguesía estaba dividida en distintas opciones.

Pero una perspectiva revolucionaria debía considerar que la pequeñaburguesía viraba a un terreno hostil al proletariado, inclinándose al nazismo en tanto “partido de la desesperación contrarrevolucionaria”. Reclamaba, pues, un “frente único proletario” SPD-KPD para enfrentar los ataques nazis y defender “aquellas posiciones materiales y morales que la clase obrera ha logrado conquistar en el Estado alemán”. 

Pero el estalinismo se empeñó en el curso contrario. Cuando en julio de 1931 la derecha intentó avanzar con la celebración de un plebiscito (con resultado finalmente adverso) para definir la disolución del gobierno socialdemócrata de Prusia, contó con el apoyo de los nazis y… de los comunistas. En “¡Contra el comunismo nacional! (Lecciones del ‘Referéndum rojo’)”, Trotsky repudió esta política, que había provocado el debilitamiento de los comunistas, su distanciamiento de los obreros socialistas y el fortalecimiento de los nazis. En noviembre, en “Alemania, la clave de la situación internacional”, Trotsky redoblaba el llamado al frente entre el SPD y el KPD para enfrentar al nazismo. Pero lo cierto era que el primer partido prefería hacer alianza con los católicos de centro, mientras que el segundo apenas llamaba a unirse con los obreros socialdemócratas aunque sólo para denunciar a sus jefes. Al fin y al cabo, “después de Hitler, Thälmann”, argumentaban los estalinistas, creyendo que una victoria nazi uniría a la clase obrera y catapultaría a la dirección comunista. Para Trotsky se subestimaba el peligro. Informaba que el triunfo de Hitler superaría a la barbarie del fascismo italiano y conduciría a la destrucción del movimiento obrero. Su convocatoria iba asumiendo un carácter urgente e imperativo, como se registra en su “Por un frente único obrero contra el fascismo” (diciembre de 1931).

La caracterización del colapso definitivo de la IC

En la perspectiva de Trotsky, la dinámica política a lo largo de 1932 confirmaba las tendencias preexistentes. El mariscal reaccionario Hindemburg, merced al apoyo de la coalición gubernamental de Weimar (incluido el propio SPD), pudo aún imponerse a Hitler en las elecciones presidenciales de abril, pero el dato era que ya el NSDAP se había convertido en el partido más votado. Y el KPD se estancaba en una significativa, pero al fin y al cabo minoritaria, porción del electorado. Y mientras se alternaban las cancillerías de Brüning, Von Papen y, después, Von Schleicher, para Trotsky resultaba claro que, frente a la división y parálisis de la clase obrera, la victoria del nazismo resultaba inevitable y cercana. Las derivaciones de ello en el mediano plazo serían la disolución del Tratado de Versailles y un ataque bélico contra la URSS. Ello aparece bien reflejado en su escrito “Preveo la guerra con Alemania”, de abril, y en su extenso folleto “El único camino”, de septiembre.

El 30 de enero de 1933 la continuidad de la crisis condujo al gran capital a optar por el nombramiento de Hitler como canciller. Días después, en sus textos “Ante la decisión” y “El frente único defensivo”, se lee cómo Trotsky se resistía a un análisis derrotista, pues juzgaba que todavía había capacidad de reacción proletaria y la nueva coalición gubernamental aún poseía un carácter inestable. Anticipó así las movilizaciones obreras unitarias en los días siguientes en Berlín, que arrinconaron al NSDAP, pero que al no convertirse en una articulada estrategia de frente único, volvió a darle la posibilidad a Hitler a fines de febrero de lanzar los zarpazos definitivos. Fueron estos golpes y éxitos nazis (la clausura de la sede del KPD, el incendio del Reichstag, la aplicación del terror represivo y el fraude que les permitió una victoria en las elecciones de marzo) los que garantizaron los progresos del régimen hitlerista.

Trotsky tomó nota de la magnitud de los hechos. Tres textos lo testimonian: de marzo, “La tragedia del proletariado alemán. Los obreros alemanes se levantarán de nuevo. ¡El estalinismo jamás!”; de abril, “El derrumbe del Partido Comunista alemán y las tareas de la Oposición” (agregado para esta edición); de mayo, “La catástrofe alemana: la responsabilidad de la dirección”. Para el revolucionario ruso el derrotado era el “proletariado más poderoso de Europa”, el cual “no ofreció ninguna resistencia desde la llegada de Hitler al poder y sus violentos ataques contra las organizaciones obreras”. En esa debacle, la novedad no había sido el esperable comportamiento de la socialdemocracia, sino el de la IC, creada precisamente para liberar a los obreros de la influencia de aquella. El tercer período de la burocracia estalinista había dejado al proletariado alemán “impotente, desarmado y paralizado en el momento de su mayor prueba histórica”. Una verdadera quiebra política y moral. Dado que la línea y la actuación habían sido plenamente convalidadas, sin la menor crítica por la IC, para Trotsky se abría la tarea de construir un nuevo partido, primero en Alemania, luego prolongado como consigna de labor para todas las secciones de la Oposición de Izquierda. De ello derivaría, tiempo después, la construcción de la Cuarta Internacional. Así lo expresan los textos de julio: “Es necesario construir nuevos partidos comunistas y una nueva Internacional” y “Es imposible permanecer en la misma ‘Internacional’ con los Stalin, Manuilsky, Lozovsky y Compañía”.

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La lucha contra el fascismo en Alemania contornea una imagen de Trotsky, ya no sólo en su perfil de estratega revolucionario, sino también de analista de la realidad política, faena en la cual desplegó una refinada comprensión histórico-sociológica. Lo notable es la versatilidad que ella alcanzó respecto a geografías tan diferentes, sobre las que buscó descubrir el modo en que se produjo la interacción entre clases, partidos, direcciones, Estados y regímenes políticos, en tiempos de corta o de larga duración. Lo que había mostrado para el caso ruso, pudo prolongarse en el dominio de otras especificidades nacionales, como lo evidencia este libro, pero también los volúmenes dedicados hacia la misma década a las situaciones en Francia, España o Inglaterra, entre otras. Como sostuvo Perry Anderson, enConsideraciones sobre el marxismo occidental, respecto a estos escritos de Trotsky: su “calidad como estudios concretos de una coyuntura política no tiene parangón en los anales del materialismo histórico. 

En este campo, ni siquiera Lenin escribió una obra de semejante profundidad y complejidad. Los escritos de Trotski sobre el fascismo alemán constituyen (…) el primer análisis marxista verdadero de un Estado capitalista del siglo XX: la formación de la dictadura nazi”. Creemos que La lucha contra el fascismo en Alemania aún ofrece un método de análisis, provechoso de ser estudiado, independientemente de si todas sus hipótesis y conclusiones mantengan o no plena vigencia.