Armando Morales ✆ El último adiós a Sandino |
Decía Lenin que el viejo orden nunca, ni siquiera en
las épocas de crisis, caerá, si no se le hace caer, [1] y aunque las
causas de ello fueron debidamente expuestas por él en su época, hoy a la luz de
experiencias exitosas y fallidas de luchas revolucionarias, así como en la
construcción del socialismo, y teniendo además en cuenta los grandes cambios
ocurridos en la historia, podemos identificar viejas y nuevas razones que
otorgan vigencia a esta afirmación, tomando en consideración las ya
identificadas por el líder bolchevique.
Si el socialismo como transición al comunismo es la
racionalidad y espiritualidad como componentes de la condición humana puestos a
disposición de ésta para la creación (por ello mismo consciente) de la realidad
social, el capitalismo por su parte es también la máxima expresión de la
racionalidad humana, pero puesta a disposición de un orden social que actúa
contra
la misma, es decir la racionalidad humana llevada a su máxima expresión en el ámbito social, pero contra sí misma y por consiguiente, una diferencia fundamental entre ambos es que mientras el socialismo sólo puede construirse de manera consciente, el capitalismo se crea a sí mismo, espontáneamente, lo cual es una de sus semejanzas con sistemas sociales históricamente anteriores a él.
la misma, es decir la racionalidad humana llevada a su máxima expresión en el ámbito social, pero contra sí misma y por consiguiente, una diferencia fundamental entre ambos es que mientras el socialismo sólo puede construirse de manera consciente, el capitalismo se crea a sí mismo, espontáneamente, lo cual es una de sus semejanzas con sistemas sociales históricamente anteriores a él.
El capitalismo es el único sistema de opresión
científicamente organizado, con posibilidades objetivamente inagotables de
autorreproducción hasta hacer colapsar con él a la civilización en su conjunto,
si no a la especie humana como tal; es decir, que contar con su derrumbe
espontáneo para su sustitución por el socialismo es como esperar a que no haya
sociedad humana que transformar mediante la instauración del orden social que
lo reemplazará.
La autorreproductibilidad objetiva del capitalismo está
subjetivamente incorporada en los reflejos condicionados de los sujetos
individuales y sociales por él alienados (tanto opresores como oprimidos), lo
cual se ve facilitado por una característica distintiva del capitalismo con
respecto a los sistemas de opresión que le preceden: la posibilidad de generar
en sus víctimas ilusiones de mejoramiento, como resultado de la movilidad
social individual que también lo distingue de los sistemas anteriores, lo cual
impide que sus víctimas (es decir, los oprimidos, que por lo general no
vinculan su desdicha con su condición como tales, de la cual generalmente no
poseen conciencia) puedan pasar a ser, de forma natural, luchadores contra un
sistema que además de oprimirles, crea su alienación espiritual y el
atrofiamiento de su racionalidad, precisamente como manera de frustrar sus
posibilidades de luchar por la sustitución de dicho sistema por otro en el cual
desaparezca esa opresión de la que tales víctimas de la misma no son
espontáneamente conscientes.
Para que el capitalismo caiga como sistema sin que
desaparezca con él la civilización como tal o incluso la especie humana, debe
ser sustituido por el único sistema que solamente puede ser conscientemente
instaurado, que es el socialismo, en cuya razón de ser está incorporado el fin
de la opresión política y económica (la explotación, en este último caso) entre
los seres humanos, mediante el control del poder político por las clases antes
oprimidas como producto de su condición de explotadas, y de la producción y la
distribución de la riqueza según el aporte de cada uno a su creación, unidos
ambos principios (el poder en manos de las clases populares y la socialización
de la propiedad sobre los medios de producción) al aseguramiento de la
protección social universal, todo ello como condición previa a la distribución
según las necesidades (propia del comunismo), que requiere el predominio de las
motivaciones espirituales para el trabajo, rigiendo en ambos tipos de
distribución (la socialista, según el trabajo y la comunista, según las
necesidades) al principio de que cada cual aporte según su capacidad a la
producción de bienes materiales y la creación de la riqueza.
El mencionado cambio en el criterio distributivo resulta
inconcebible sin el predominio de determinados valores en la conciencia social,
los cuales según señala el Che (en lo cual consistía su principal crítica al
socialismo soviético) no surgen espontáneamente de la estructura económica,
sino que deben hacerse surgir de ella intencionalmente mediante determinados
mecanismos, lo cual se corresponde con el hecho ya explicado de que el sistema
sustituto del capitalismo en el marco de la vida civilizada de la sociedad
humana es el único y primero en la historia que no se puede instaurar sin su
construcción consciente, incluyendo esto último el carácter deliberado de dicha
construcción social y el conocimiento de las leyes objetivas que rigen la
realidad correspondiente, para la aplicación subjetiva de las mismas con el
objetivo de generar los cambios que se persiguen en dicha realidad, y que la
misma demanda históricamente.
El socialismo como transición al comunismo, única
alternativa histórica civilizada no sólo frente al capitalismo, sino también
frente al neoliberalismo
El hecho de que la crisis del capitalismo no implique la
inevitabilidad de su sustitución por el socialismo no necesariamente significa
que sea viable una versión no neoliberal del capitalismo; viable tanto en
sentido civilizatorio como en sentido socioeconómico y político, no solamente
porque sin civilización no puede haber capitalismo ni socialismo, sino porque
como veremos, el capitalismo (sea neoliberal o no) ha perdido viabilidad en
todos los aspectos de la vida social, lo cual sin embargo, no significa que
dicho sistema no pueda funcionar, pues suele confundirse su evidente
inviabilidad para el ser humano con su inextinguible viabilidad para sí mismo
como sistema; es decir, el capitalismo no resuelve los problemas del ser humano
y es contrario a la condición de éste como tal, pero funciona, porque en él
siempre hay un sector dominante a cuyos intereses responde de forma indefinida
en el tiempo, lo cual sumado a las otras razones arriba planteadas, hacen de él
el único sistema social de la historia que no puede ser destruido
espontáneamente por sus propias contradicciones, aunque éstas sean propicias e
indispensables para su destrucción que sin embargo, no será real si no es
deliberada o intencional, tal como Lenin señalaba como producto no solamente de
lo acertado de la caracterización que hizo de su época, sino de la capacidad
que tuvo de anticiparse en muchos aspectos a la actual.
Al no ser viable socioeconómica y políticamente, el
capitalismo tampoco es útil como instrumento para el desarrollo de las fuerzas
productivas en un proceso social que vaya rumbo al socialismo, lo cual no
significa que sea viable suprimir la participación económica de los grandes
propietarios individuales sobre los medios de producción en el desarrollo de un
país con rumbo al socialismo, sino que en un contexto de este tipo no es viable
promoverlo como modo de producción, siendo por tanto necesario promover formas
de propiedad y métodos de control popular de la producción y la distribución
que contribuyan a la transformación socialista de las relaciones de producción
en el marco de un proceso de cambio social orientado hacia el socialismo o que
tenga como meta la creación de condiciones en caso de que no existan, para la
instauración del socialismo, independientemente de lo prolongado que deba ser
el tiempo a transcurrir para alcanzar ese objetivo.
Por tanto, si se trata de un cambio social cuyo objetivo es
el socialismo o al menos la creación de condiciones para su instauración, la
única alternativa al neoliberalismo no puede ser otra variante del capitalismo,
sino la construcción del socialismo, que no debe confundirse con su
instauración, no siendo sin embargo ésta la culminación de aquélla, ya que al
instaurarse, el socialismo se sigue construyendo debido a su carácter
transicional con relación al comunismo, cuya instauración no significa que
llegue a su fin la construcción consciente de la realidad social, sino que por
el contrario, ésta apenas comienza en toda su plenitud. Tal como señalara el
Che, las condiciones subjetivas para la distribución comunista de la riqueza
(es decir, según las necesidades) deben crearse en el socialismo si se pretende
que éste sea efectivamente, la transición al comunismo, razón por la cual hasta
cierto punto, la construcción del socialismo y la del comunismo adquieren un
carácter simultáneo en lo que puede considerarse como la construcción social
consciente.
Ya cuando Lenin planteó la imposibilidad de que el orden de
cosas establecido cayera por su propio peso en las condiciones del capitalismo,
por características de éste que pasaron a ser decisivas en su fase imperialista
de desarrollo (que él caracterizó precisamente como la prolongación artificial
del capitalismo cuando sus contradicciones han puesto a la orden del día la
inminencia de su colapso), se imponía la necesidad también señalada por Lenin
en base a su caracterización del momento histórico y la identificación que hiciera
de las características en cuestión, de lo que se constituía como la necesidad
histórica de un nuevo sujeto político: la vanguardia revolucionaria cuyas
características la hicieran capaz de crear o identificar las condiciones
adecuadas para el cambio revolucionario, convirtiendo la situación
revolucionaria creada, propiciada o identificada como tal por dicha vanguardia,
en una revolución cuyo objetivo fuera la sustitución del capitalismo por el
socialismo.
Las características generales de esa vanguardia
revolucionaria (que hacen de ella una organización política de nuevo tipo para
la época en que esto fue planteado por Lenin y en comparación con el tipo de
organización política tradicional), son: El carácter permanente de sus
estructuras, regidas por un conjunto de principios que constituyen el
centralismo democrático; y la existencia de cuadros políticos dedicados a la
organización política como ocupación a tiempo completo. El centralismo
democrático, al igual que la vanguardia misma, suele ser erróneamente asociado
como tal a lo que en realidad es una de sus variantes posibles. Con
posterioridad veremos cuál es la variante específica de vanguardia y de
centralismo democrático que se corresponden con la época actual, distintas a
las que fueron propias del siglo XX.
La revolución electrónica, al poner en crisis las relaciones
salariales creadas por la revolución industrial – sin embargo, expulsando ambas
de la economía (cada una en su momento) gran cantidad de fuerza de trabajo –,
pone con ello en crisis la intermediación como modo de ejercer el poder, que se
manifiesta en el caso del capitalismo en lo económico con la propiedad privada
en tanto creadora del burgués como intermediario entre el trabajador y el
control de la producción y de la riqueza producida, y en lo político con los
representantes y gobernantes como intermediarios entre el ciudadano y el
control de la institucionalidad, mientras en el caso del viejo socialismo la
intermediación como poder se ponía de manifiesto en lo económico con el Estado
y en lo político con el Partido como intermediarios entre los mismos factores
mencionados.
El neoliberalismo es por ello el único capitalismo posible
en estos tiempos, ya que es la única manera que tiene éste de reducir la
intermediación como forma de poder, que le es sin embargo inherente, contrario
a lo que sucede con el nuevo modelo socialista actualmente en construcción
práctica y teórica, el cual como veremos, puede suprimir en el seno de su
propia esencia como sistema, la intermediación ejercida como poder en lo
económico y lo político, mientras el capitalismo, además de su ya señalada
limitante en este sentido, a través del neoliberalismo como única fórmula
anti-intermediadora a su alcance, ni siquiera suprime a los intermediarios que
le son propios, sino a un intermediario ajeno, propio del anterior modelo
socialista, y solamente en lo económico: el Estado como gestor directo
exclusivo de la economía.
El nuevo socialismo, en cambio, apunta hacia la supresión de
la función intermediadora como forma de poder ejercida por sus dos grandes
intermediarios. El Estado deja de ser intermediario económico al ser ejercida
la propiedad directamente por los trabajadores, pero sin renunciar a su
carácter como medio de ejercer un poder de clase en tanto esto sea necesario,
como tampoco renuncia a ello el capitalismo neoliberal (menos aún, pues la
necesidad del poder depende de los antagonismos de clase, inherentes a los
sistemas de opresión, de los cuales el capitalismo es la más desarrollada
expresión). En el nuevo socialismo tampoco desaparece la propiedad estatal en
las áreas económicas cuyas características así lo requieren, dependiendo ello
de su naturaleza y de la situación política concreta. Por su parte, el otro
gran intermediario como sujeto de poder del antiguo modelo socialista, que es
el Partido, deja atrás en el nuevo modelo socialista esa función, dejando de
ejercer la intermediación política entre los ciudadanos y las instituciones
mediante las que se controla el poder, pero sin dejar de cumplir su misión
histórica de conducir como vanguardia el proceso revolucionario.
El ciudadano, las clases populares, la vanguardia y el
problema del sujeto revolucionario en relación con el carácter revolucionario
de un proceso de transformación social
La vanguardia en el nuevo modelo socialista ejerce su
indispensable papel conductor (sin el cual es inconcebible el carácter
consciente de la construcción del socialismo) ahora exclusivamente a través del
trabajo político e ideológico permanente de sus estructuras presentes en todos
los ámbitos de la vida social y en todos los espacios institucionales creados
como parte del modelo en construcción para que desde ellos el poder político
sea ejercido directamente por los ciudadanos, que pasan así de ser los sujetos
individuales y pasivos de la democracia representativa legitimadora del
capitalismo o los sujetos colectivos subordinados de la democracia burocrática
del anterior modelo socialista, a ser los sujetos sociales y
activos-protagónicos de la democracia directa como nuevo modelo político del
socialismo y por tanto, sujetos políticos protagónicos del nuevo modelo
socialista, en tanto la vanguardia sigue siendo el sujeto político conductor
del cambio revolucionario, ya sin sustituir en el ejercicio del poder a las
clases sociales cuyos intereses defiende, que son las clases populares puestas
de manifiesto como los ciudadanos en tanto los sujetos sociales que éstos son.
Se pasa así de la vanguardia como partido de nuevo tipo a la
vanguardia de nuevo tipo, que para ejercer eficazmente su papel conductor debe
estar abierta a la sociedad, lo cual entre otras cosas le sirve para actuar con
efectividad en el ámbito del pluripartidismo como contexto político impuesto
por las circunstancias históricas. Otro elemento indispensable para la eficacia
del papel conductor de la vanguardia en la actualidad es la forma horizontal de
dirección y organización, que no niega el carácter jerárquico de éstas, sino
que garantiza los más altos niveles posibles de participación de la militancia
en la definición de las línea políticas y en las tomas de decisiones de la
dirigencia, para que las posiciones políticas a ser promovidas desde los nuevos
espacios del poder ejercido directamente por las clases populares estén en
correspondencia con la voluntad popular, llevada al seno de la vanguardia por
esa militancia que se encuentra en sistemática y permanente vinculación con el
pueblo, que en tales circunstancias se autoeduca mediante la acción decisoria
que el modelo le atribuye, de manera que la vanguardia revolucionaria define
junto al pueblo las posiciones que éste asumirá en todos los ámbitos de la vida
política y social.
El centralismo democrático como conjunto de principios que
constituyen el método científico para el funcionamiento de la vanguardia debe
ser transformado de igual forma que la vanguardia misma, adecuándose a las
nuevas características de ésta ya señaladas, de modo que tales principios
consistan en mantener el necesario carácter jerárquico de estructuras y
decisiones, unir la búsqueda de consenso al principio de subordinación de la
minoría a la mayoría, y consolidar el método y el estilo de trabajo leninistas,
consistiendo el primero (el método) en el carácter colectivo del trabajo, la
dirección y las decisiones, el carácter único de estas dos últimas, y el
carácter individual de las responsabilidades; y consistiendo el segundo (el
estilo) en la vinculación con el pueblo, el carácter perfectible y verificable
del trabajo, y el carácter constructivo de la crítica (frontal, fraterna, hecha
en el momento y el lugar adecuados).
Sin lucha revolucionaria no hay vanguardia que logre crear
y/o identificar las condiciones objetivas para el triunfo revolucionario, y sin
vanguardia política no hay lucha revolucionaria que logre convertir ese
conjunto de condiciones en una revolución triunfante, para lo cual hacen falta
condiciones subjetivas, cuyo común denominador es precisamente la existencia de
esa vanguardia, con lo que se plantea la presencia de lo que Lenin denomina una situación
revolucionaria, que aún con la existencia y la acción de la vanguardia
creando y/o identificando las condiciones objetivas requeridas, no
necesariamente podrá convertirse en una revolución. En cuanto a las condiciones
objetivas necesarias (pero no suficientes) al respecto, Lenin plantea que para
el triunfo de una revolución no suele bastar con que los de abajo no
puedan, sino que hace falta, además, que los de arriba no puedan seguir
viviendo como hasta entonces. [2]
La revolución se puede hacer y el socialismo se puede
comenzar a construir aún cuando no hay condiciones, pues la revolución se hace
y el socialismo se construye desde el momento en que se comienzan a crear esas
condiciones, ya que desde entonces la revolución y el socialismo comienzan a
manifestarse en la conciencia social, que es donde más necesidad hay de que
esto suceda, y debido al carácter de dicha misión histórica, ésta solamente
puede ser asumida por la vanguardia revolucionaria. Pero igual, aún habiendo
condiciones para la revolución y el socialismo, sólo una vanguardia es capaz de
hacer efectivas ambas cosas, debido al carácter de ellas. Cuando no hay
condiciones para construir el socialismo, las reformas pueden ser el inicio de
su construcción, pero no cualquier reforma, y en dependencia de la manera en
que las mismas se implementen.
Tales reformas son el inicio de la construcción del
socialismo cuando adquieren carácter revolucionario, el cual consiste en que
estén deliberadamente orientadas hacia la creación de condiciones apropiadas
para la instauración del socialismo y que vayan acompañadas de toda una
pedagogía revolucionaria masiva, la cual solamente la vanguardia (debido entre
otras cosas, a las características que la definen como tal) es capaz de poner
en práctica a través de su estructura política y su liderazgo, al igual que sólo
la vanguardia puede imprimir orientación socialista a las reformas, pues éstas
(cualesquiera que sean) siempre se orientarán en otra dirección en ausencia de
la conducción política que sólo la vanguardia puede ejercer, debido al carácter
consciente de la construcción del socialismo.
Aunque toda reforma puede ser orientada hacia el socialismo,
puede haberlas de un tipo cuya razón de ser esté únicamente en crear las
condiciones para su instauración, pero aún éstas quedan sin esa razón de ser en
ausencia de la vanguardia revolucionaria. Por otra parte, la ausencia de este
tipo de reformas impide que cualquier conjunto de otro tipo de éstas pueda ser
orientado al socialismo e impide también que la vanguardia esté en condiciones
de ejercer la pedagogía revolucionaria en cuestión. Las características de tal
tipo de reformas sólo pueden ser definidas en el marco de cada situación
concreta dada y en base a los principios del poder al servicio de los intereses
de las clases populares, la socialización de la propiedad sobre los medios de
producción y la creación de la conciencia social que se corresponda con el
cambio que se pretende en las relaciones de producción.
La vanguardia revolucionaria está integrada por individuos
que, identificados con los intereses de las clases populares, han alcanzado un
mayor nivel de conciencia acerca de esos intereses y por consiguiente, de la
necesidad de impulsar la transformación revolucionaria de la sociedad como la
más alta expresión de la defensa de los mismos. Es decir, la vanguardia
revolucionaria no está por encima de las clases populares, sino que es la
manifestación política organizada y más desarrollada de éstas, cuyos intereses
se corresponden con la transformación revolucionaria de la sociedad (que desde
el surgimiento del capitalismo consiste en la sustitución de éste por el
socialismo como transición al comunismo), debido a que constituyen el conjunto
de las clases sociales definidas por su condición de explotadas en el
capitalismo, razón por la cual el ejercicio del poder por ellas es la característica
política fundamental del socialismo en general, así como en el ámbito económico
lo es la socialización de la propiedad sobre los medios de producción.
Como ya ha quedado en evidencia y planteado con
anterioridad, al ser posibles la revolución y el socialismo en todo momento, y
al ser el neoliberalismo la única variante posible del capitalismo en la era de
la revolución electrónica, la alternativa de la izquierda ante la versión
neoliberal del capitalismo no puede ser un capitalismo nacional o cualquier
otra variante del sistema socioeconómico y político imperante, sino el
socialismo. Éste, sin embargo, también debe ser la alternativa frente a su
versión histórica anterior, la cual no puede responder a los desafíos de la
época actual, por las razones que hemos planteado antes.
La construcción social consciente o lo que es igual, la
construcción del socialismo y el comunismo (secuencial y simultánea a la vez,
como hemos visto) es la creación por el ser humano, de una realidad social a la
altura de su condición como tal, es decir de su racionalidad y su
espiritualidad. La diferencia entre el socialismo y el comunismo está más en la
distribución que en la producción, de modo que si bien el socialismo es un
nuevo modo de producción en relación con el capitalismo debido al control de la
misma por los trabajadores mediante la propiedad social sobre los medios para
llevarla a cabo, el comunismo es en lo socioeconómico sobre todo un nuevo modo
de distribución en relación con el socialismo (a cada quien según su trabajo en
el socialismo, y según su necesidad en el comunismo), pero la principal
diferencia entre el comunismo y cualquier orden de cosas anterior está en el
ámbito de la conciencia social, destacándose como parte de ésta en el caso del
comunismo, la motivación espiritual para el trabajo y el aprecio de lo propio,
características de la conciencia sin las cuales es imposible el modo comunista
de distribución, siendo por tanto el comunismo en relación con todo el orden
social precedente, por encima de todo, una nueva civilización, cuya
característica principal es la capacidad del sujeto de construir la realidad
social objetiva de acuerdo a su condición específicamente humana en este caso,
y con ello, de construirse a sí mismo en tanto que dicha realidad es, al menos
en última instancia, lo que necesariamente determina las características del
sujeto que la constituye.
En lo relacionado con la motivación para el trabajo, el cual
hace posible la creación de la riqueza, si la distribución comunista de ésta se
aplicara siendo tal motivación de tipo material, nadie trabajaría y no habría
riqueza que distribuir, lo cual no significa que la creación de la riqueza sea
primero que la distribución de ésta, pues de la distribución depende la manera
en que la misma es creada, de lo cual a su vez depende que llegue o no a haber
condiciones para la distribución según las necesidades. Es por eso que el Che
plantea la necesidad de los estímulos morales sin descartar los materiales de
tipo colectivo como creadores de las motivaciones espirituales para el trabajo
(aunque sin hacer en su caso una diferencia explícita entre estímulos y
motivaciones), adquiriendo en la actualidad una mayor importancia que en su
época los estímulos materiales colectivos, debido a la tendencia a la desaparición
de la intermediación estatal como forma de poder en el ámbito económico.
En cuando a la capacidad de apreciar lo propio, sin ella no
habría manera de que las necesidades se autolimitaran, lo cual las haría entrar
en contradicción con lo limitado de los recursos naturales, fuente de las
riquezas según nos recuerda Marx en su Crítica del Programa de Gotha, su
última obra y la misma en que define la diferencia entre trabajo y necesidad
como criterios de distribución que distinguen el socialismo del comunismo en el
ámbito socioeconómico, así como la capacidad como criterio común a ambos para
el aporte de cada individuo a la creación social de la riqueza. [3]
Por su parte, la falta de control real de la producción por
los trabajadores hizo que la mayor parte de los modelos socialistas en el siglo
XX fueran un nuevo modo de distribución y no de producción en relación con el
capitalismo, lo cual al contrario de lo que sucede con el comunismo en relación
con el socialismo en el ámbito socioeconómico, es una anomalía que impide la
transformación socialista de las relaciones de producción y con ello, se ve
suprimida una condición indispensable para la creación de la nueva conciencia
social, a cuya importancia fundamental para la construcción social consciente
ya nos hemos referido.
Debido a razones ya señaladas, la caída del sistema
capitalista no es un resultado espontáneo de sus contradicciones, sino de la
acción revolucionaria que lo hace caer, a partir del conocimiento y
aprovechamiento de dichas contradicciones con tal propósito. Esa acción no será
efectiva si no es llevada a cabo de manera organizada por una vanguardia
política cuyas características difieran de las que tradicionalmente han tenido
las organizaciones políticas revolucionarias en otras circunstancias
históricas, debiendo destacarse al respecto que la nueva vanguardia no debe ser
sustituta de las clases populares en el ejercicio del poder, y que debe ser
políticamente abierta a la sociedad y organizativamente horizontal en su vida
política interna, lo cual no impide que al inicio del proceso de instauración
del nuevo modelo político sea inevitable en cierto modo dicha sustitución, que
debe ser eliminada gradualmente en la medida en que las clases populares
adquieran la capacidad de ejercer directamente el poder o se transformen de
sujetos sociales en sujetos políticos.
Las características del nuevo tipo de vanguardia tampoco
pueden impedir que en determinadas circunstancias ésta deba cerrarse o
verticalizarse, pues esto no es un asunto de principios, ya que mientras
existan los antagonismos de clase y por tanto, mientras el poder sea necesario
y como consecuencia de ello deba ejercerlo una clase o grupo de éstas, la
democracia será un instrumento legitimador al servicio del poder de clase
existente o en formación, mientras por su parte el poder en el caso del
movimiento revolucionario, es un medio para la transformación revolucionaria de
la sociedad, y el sentido que tiene por tanto el ejercicio directo del poder
político por las clases populares no es tanto la instauración de la democracia
como un principio ético, sino su instauración como algo indispensable para que
existan condiciones adecuadas a la creación deliberada de la conciencia social
requerida para lograr en el largo plazo la distribución comunista de las
riquezas.
Una razón adicional a las ya señaladas para considerar que
la única alternativa posible e histórica civilizada frente al neoliberalismo no
es una nueva variante del capitalismo, sino el socialismo, es que para los revolucionarios,
ejercer el poder no tiene sentido si no es para hacer la revolución, pues de lo
contrario surge la frustración, se dividen las filas revolucionarias y
retrocede la conciencia social alcanzada hasta ese momento. El poder surgió
para oprimir, no para hacer la revolución, pero es indispensable para esto
último, porque si no lo ejercen las clases populares lo ejercerán las clases
pudientes, mientras existan los antagonismos de clase y por tanto, mientras el
poder sea necesario.
El poder por tanto, es indispensable para hacer la
revolución, pero es reaccionario por naturaleza, razón por la cual si no es
ejercido en concordancia con los principios revolucionarios y las metas de la
transformación revolucionaria de la sociedad (es decir, si no es ejercido de
modo tal que deje de ser necesario en un largo plazo histórico al desaparecer
las condiciones que lo definen como tal, sobre todo los antagonismos de clase),
en lugar de un medio (tan indeseable como necesario) para la transformación
revolucionaria de la sociedad, puede terminar siendo un medio para la
deformación reaccionaria de los revolucionarios que pretenden mediante él,
llevar a cabo dicha transformación.
Puede afirmarse, por tanto, que el poder es tan dañino para
los que lo ejercen si éstos son revolucionarios, que no vale la pena ejercerlo
si no es para hacer la revolución. Y la única manera de hacerlo de manera tal
que sea para eso, es asegurando que sea ejercido directamente por las clases
populares y garantizando la vinculación con ellas de la vanguardia, pues el
poder deforma a los individuos, pero educa a las clases sociales que lo
ejercen. Las clases pudientes, en este sentido, tienen la ventaja de que desde
el punto de vista de la conciencia social que les es favorable, el ejercicio
individual del poder no se contradice con el ejercicio del poder por la clase
social cuyos intereses defienden los individuos que lo ejercen.
Debe dejarse claro, sin embargo, que la defensa del orden
establecido necesita instituciones, pero los cambios revolucionarios necesitan
líderes que inspiren confianza para contrarrestar el temor naturalmente humano
a lo desconocido, y es más fuente de seguridad algo concreto como una persona
capaz de encarnar los anhelos revolucionarios del pueblo que un conjunto de
ideas abstractas cuya identificación es mucho más complicada y prolongada que
la de un líder. Es por eso que el liderazgo personal (como encarnación – y en
tanto lo sea – del liderazgo de la vanguardia revolucionaria organizada) juega
un papel crucial en la primera etapa de un proceso revolucionario, porque
aunque la revolución la hagan los pueblos y las vanguardias revolucionarias,
esos pueblos y vanguardias no tendrán el imaginario colectivo revolucionario
requerido para el impulso revolucionario primigenio sin ese liderazgo personal
al que hacemos referencia, y al que sin embargo le sería casi imposible cumplir
su cometido si se concibe como sustituto de los métodos científicos de
dirección, que incluyen el carácter colectivo de ésta como parte del centralismo
democrático; sustitución que implica un gran peligro de que el líder se
transfigure en un caudillo cada vez más divorciado de lo que el proceso
revolucionario requiere de su actitud y su conducta.
Las revoluciones, pues, necesitan líderes; en cambio, la
defensa del orden que la revolución debe cambiar sólo necesita administradores
que pueden ser relevados cada cierto tiempo sin mayores problemas. Esta es una
ventaja política de la derecha, que puede así presentar propagandísticamente a
los líderes revolucionarios como aferrados al poder a título personal. Otra
ventaja de la derecha en este sentido es que la necesidad del liderazgo
personal dificulta la incorporación en el imaginario social, de que es un nuevo
proyecto de sociedad lo que está en marcha y de que por tanto, no se trata
simplemente de un buen gobernante que se preocupa por el pueblo, sino de un
proceso revolucionario cuyo sostén está en la lucha revolucionaria de los
sectores más conscientes del pueblo, más que en la presencia personal de un
líder, lo cual es decisivo en la formación de la nueva conciencia social, y en
lo cual, paradójicamente, la labor educativa del líder es fundamental, y parte
indispensable de la misión que al respecto tiene la vanguardia, sin cuya
presencia con todos sus atributos aumenta exponencialmente el peligro de que el
líder no juegue un papel revolucionario o que deje de jugarlo en determinado
momento. Sin liderazgo no hay revolución, y sin vanguardia política organizada
no hay liderazgo revolucionario.
En vista de lo planteado sobre el nuevo modelo político
socialista, el principio rector apropiado para describirlo puede ser: la
vanguardia para dirigir (como el sujeto político de la nueva revolución
con rumbo al socialismo, o lo que es igual, sujeto conductor del proceso
revolucionario) desde su presencia organizada permanente en todos los ámbitos
de la vida social y en los espacios institucionales creados por la revolución
para que desde ellos el pueblo ejerza directamente el poder; el pueblo
para mandar (las clases populares puestas de manifiesto en la nueva figura
del ciudadano en tanto sujeto social y político protagónico de la democracia
directa como modelo político del nuevo socialismo) mediante su potestad
decisoria ejercida desde una institucionalidad creada y/o estimulada con tal
propósito por la vanguardia revolucionaria; y el gobierno para obedecer lo
que el pueblo mande a través de esos nuevos mecanismos institucionales (es
decir: la vanguardia para dirigir, el pueblo para mandar y el gobierno para
obedecer).
Una muestra de la necesidad de la vanguardia es el hecho de
que los ciudadanos de la democracia representativa, por lo general, no demandan
el poder colectivo para sí mismos, limitando sus aspiraciones a que el poder se
ejerza de alguna manera en su beneficio, al igual que sucede con los
trabajadores sindicalizados, los cuales como clase en sí, no demandan
espontáneamente el poder político para la clase a la cual pertenecen, sino
reivindicaciones enmarcadas en un sistema que incluye el ejercicio del poder
por las clases sociales que les son adversas; de modo que solamente una
vanguardia revolucionaria que sea la expresión organizada de los individuos que
han trascendido la subjetividad del ciudadano individual y pasivo para alcanzar
la del sujeto social activo y que encarnan la conciencia de las clases
populares como clases para sí, tiene la posibilidad y la capacidad de crear un
nuevo poder, que al ser ejercido directamente por las clases cuyos intereses se
oponen al carácter reaccionario del poder como tal, termine perdiendo su
carácter como medio de dominación política para convertirse en la capacidad del
ser humano para controlar su propia existencia social; es decir, la vanguardia
revolucionaria (y sólo ella) crea un poder que no es para sí misma (y que sólo
ella puede crear), sino para la clase cuyos intereses defiende esa vanguardia,
los cuales tienen como máxima expresión la transformación revolucionaria de la
sociedad y la construcción social consciente, que constituyen la razón de ser de
esa vanguardia revolucionaria.
El socialismo como
nuevo modo de producción y distribución. El comunismo como nuevo modo de
distribución y como nueva civilización
Por su parte, el nuevo modelo económico socialista
consistiría en la socialización autogestionaria o cuentapropista de la
propiedad sobre los medios de producción para el ejercicio directo de la
propiedad y el control de la producción por los trabajadores. En el ámbito
ideológico-cultural, vinculado estrechamente con el económico (productivo-distributivo),
la clave estaría en el peso creciente de los estímulos morales y materiales de
tipo colectivo para el trabajo capaces de generar el aumento gradual de las
motivaciones espirituales para el mismo, haciendo así posible el paso de la
distribución según el trabajo a la distribución según las necesidades, en el
marco del también creciente control de la producción por los trabajadores.
El límite de las necesidades tendría que pasar por la ya
mencionada incorporación en la nueva conciencia social, de la capacidad de
apreciar lo propio, la cual junto a la motivación espiritual para el trabajo,
depende del aprecio de lo espiritual por encima de lo material, en oposición al
inviable aumento irracional de las necesidades materiales tan característico de
la mentalidad humana en la sociedad de consumo, una de tantas razones por las
que el Che contradecía la afirmación marxista manualesca de que el principio
fundamental del socialismo es la satisfacción de las necesidades materiales
crecientes de los individuos, planteando en su lugar su postulado marxista
revolucionario de que la ley fundamental del socialismo es la planificación, lo
cual podemos interpretar a la luz de sus demás planteamientos, como la
capacidad de la sociedad para saber lo que es necesario para su más pleno
desarrollo espiritual y a partir de ello, definir las necesidades de su
desarrollo material que si bien es determinante en última instancia, por eso
mismo debe colocarse al servicio de lo anterior; algo que en su relación con lo
anterior también lo plantea Raúl Sendic citando a Gandhi en el sentido de que no
se trata de multiplicar las necesidades hasta el infinito, sino aislar las
esenciales y solucionarlas. [4] La iniciativa personal y el
funcionamiento propio de una sociedad racionalmente organizada y
espiritualmente definida mediante valores predominantes que se corresponden con
la condición humana, se encargan del resto.
Estamos refiriéndonos, pues, al paso del viejo socialismo
(estatista en lo económico y burocrático en lo político) al nuevo socialismo
(autogestionario o cuentapropista en lo económico y protagónico en lo
político), el cual como nuevo modelo histórico se encuentra en construcción
práctica y teórica. En América Latina y el Caribe (a excepción de Cuba) se
trata de un modelo socialista del siglo XXI surgido directamente del
capitalismo, mientras en Asia y Cuba son modelos correspondientes al socialismo
del siglo XX en proceso de adecuación a las nuevas condiciones históricas, a
excepción de Corea del Norte, donde se mantiene un modelo socialista con
características culturales propias y que no ha sufrido transformaciones
significativas desde su instauración a mediados del siglo XX. En el caso de Cuba,
su particularidad ha estado en la fuerte influencia de las concepciones
marxistas del Che (que sin embargo, no siempre prevalecieron en la conducción
política revolucionaria cubana) y la fuerza del liderazgo de Fidel Castro,
firme partidario e inspirador en gran medida, de los planteamientos
guevarianos.
Hacia el mayor grado
posible de invulnerabilidad e irreversibilidad de los procesos revolucionarios
Pero cada nación, país y región tiene sus propias
particularidades en el marco de un mismo contexto histórico, de donde surgen
los modelos socialistas territoriales, precisamente originarios del modelo
histórico, que es común a todos ellos, porque es de la práctica que nace la
teoría, aunque sin ésta la primera pierde su sentido de orientación y se frustra.
Igual sucede con la estrategia de lucha revolucionaria a nivel mundial. Pero
para definir el nuevo modelo socialista histórico, indispensable en un cambio
de época como el que vivimos; para diseñar una estrategia revolucionaria
mundial y continental, algo vital en un mundo en el cual, más que nunca antes,
lo que sucede en una parte de él influye en otras y en todas partes; para que
los modelos alternativos regionales y las estrategias de lucha nacionales
puedan enriquecer el modelo histórico y la lucha revolucionaria a nivel global,
es necesaria la organización mundial de vanguardia del movimiento
revolucionario.
Las características específicas de tal organización (que
permitan combinar la acción conjunta de los revolucionarios del mundo con
respeto a la diversidad territorial y cultural, y que impida cometer viejos
errores de otras experiencias históricas similares) son ya otro tema, al que
nos hemos referido en otros momentos. Lo importante es no tan sólo saber que
esto es necesario, sino hacer algo al respecto y sobre la marcha, definir lo
que la realidad demande. De ahí el llamado simultáneo que a finales de 2010
hicieran líderes como Hugo Chávez y Daniel Ortega, a organizar lo que el
primero llamara la Quinta Internacional y el segundo, la Internacional de los
Pueblos.
Si algo está demostrando el imperialismo es que piensa y
actúa globalmente, aunque esa acción se manifieste inicialmente a nivel local,
mientras ciertos gurúes a su servicio, profetas de la eterna miseria espiritual
y material, nos llaman a pensar globalmente y actuar localmente. Si la
tendencia que se impone en las filas progresistas y revolucionarias en el mundo
es a no trascender lo territorial, la izquierda y el movimiento revolucionario
serán derrotados y esta vez, sería para siempre, perdiendo una oportunidad
histórica irrepetible cuando lo que está en juego es la supervivencia misma de
nuestra especie.
O se impone la irracionalidad y la falta de principios con
la ayuda indispensable de nuestros cálculos mezquinos y estúpidos alentados por
el carácter reaccionario de las diminutas parcelas de poder que ejercemos, y la
humanidad sucumbe; o se impone la racionalidad y la espiritualidad propias de
nuestra condición humana, gracias a la indispensable trascendencia de lo
individual hacia lo social en la actitud revolucionaria ante la vida, según la
cual el sentido de ésta es la revolución, de manera que la humanidad sobreviva
y se supere a sí misma como es capaz de hacerlo el ser humano a nivel
individual y como lo haremos todas y todos cuando así lo propicien las nuevas
condiciones sociales que habremos creado con el triunfo del movimiento
revolucionario, con el triunfo de los pueblos y con la derrota final y total
del imperialismo.
La reacción mundial a través de sus formidables centros de
poder promueve en estos momentos la estrategia de los golpes de Estado light contra
gobiernos considerados hostiles a las políticas hegemónicas de las grandes
potencias imperialistas. Tales golpes de Estado se caracterizan por surgir de
situaciones artificialmente montadas sobre la base de ciertos temas debidamente
manipulados y alrededor de los cuales se generan determinados estados de
opinión mediante la industria mediática y los ejércitos cibernéticos que actúan
desde las redes sociales para crear realidades cuyo origen virtual no evita su
condición práctica, y que aunque también pueden ser utilizadas en contra del
sistema mundialmente dominante, las fuerzas revolucionarias dispersas no lo han
hecho eficazmente, pues la mayor parte de los simpatizantes y militantes de
izquierda o aislados individuos antisistema que hacen uso de estos medios no
trascienden la virtualidad del ciberespacio por esa dispersión como expresión
de la falta de organización, creyendo en muchos casos que se puede hacer la
revolución sin pasar de las redes sociales virtuales a la organización social y
política real, única capaz de llevar a la práctica el cambio revolucionario.
Los golpes de Estado en cuestión son tales no siempre por el
hecho de que una parte del Estado violenta el orden legítimamente constituido
imponiéndose contra el mismo a la otra parte, sino porque los poderes fácticos
locales y/o mundiales imponen su voluntad al poder institucional legítimamente
constituido, lo cual se disfraza convenientemente como levantamiento popular,
cuando en la mayoría de los casos son bandas de perturbados a quienes de pronto
se les hace sentir dueños de una situación que en realidad está controlada por
esos grandes centros de poder causantes de todas las desgracias sociales
imaginables, incluyendo las que atraviesan algunos de quienes se involucran en
tales situaciones.
Lo que podríamos llamar la versión “guarimbera” de esta
variante intervencionista tiene en Venezuela la particularidad de ser el primer
ensayo de este tipo en las actuales circunstancias mundiales, en un país donde
se desarrolla un proceso revolucionario de construcción del nuevo modelo socialista
histórico, además de ser el impulsor de la actual ofensiva política de la
izquierda en América Latina y el Caribe, que a su vez se constituye como la
avanzada de la nueva oleada revolucionaria mundial después del colapso de los
viejos modelos socialistas en la Unión Soviética y Europa del Este. En este
caso se ha combinado la incidencia de los poderes fácticos en franco
debilitamiento y aprovechando lo que sería su última oportunidad de acción en
alguna medida efectiva, con la participación de poderes institucionales locales
que cuentan con el peligroso control jurídicamente legítimo de personal armado
(policial y de seguridad), aunque muy limitados y sin posibilidad bélica alguna
en comparación con las fuerzas armadas, en las que hay una clara hegemonía
revolucionaria.
Algo que no podrán comprender las fuerzas reaccionarias es
que la fortaleza política de la Revolución Bolivariana hace que esta aventura
de la reacción mundial en el país sudamericano sea inviable para el
derrocamiento del poder revolucionario. La tendencia actual indica el gradual
debilitamiento de la ofensiva derechista en ese país, en gran medida gracias a
la inteligente y aleccionadora estrategia de la dirigencia bolivariana, de
responder inmediatamente a la histeria guerrerista contrarrevolucionaria con
alegría pacífica revolucionaria; es decir, la estrategia de responder a la
violencia con paz, al menos mientras las condiciones lo permiten y haciéndolo
de modo que se pueda evitar el advenimiento de condiciones distintas en ese sentido.
Una derecha que ha batido récords en derrotas políticas
consecutivas sólo puede tener como salida la desestabilización y si fuera
posible, la guerra. Por la trascendencia continental de lo que ocurre en
Venezuela, todo lo que allí sucede adquiere dimensiones continentales. El
sorpresivamente ajustado resultado electoral en El Salvador es una muestra de
ello, y convierte en una verdadera proeza sin precedentes ese triunfo histórico
del FMLN frente a la campaña sucia del miedo basada en la situación que llegó a
crear artificialmente la ultraderecha fascista en Venezuela. La maniobra de la
derecha cavernaria salvadoreña (célebre por sus crímenes de lesa humanidad) de
presentar los hechos protagonizados por sus homólogos venezolanos como algo que
sucederá en El Salvador, llegó a tal extremo que estuvieron empeñados en “guarimbear” El Salvador aún antes de
asumir el gobierno Salvador Sánchez Cerén.
Situaciones como estas, pero también cualquier otra
situación definitoria del futuro en el continente y muy posiblemente en el
mundo, solamente pueden ser encaradas exitosamente por el movimiento
revolucionario desde una vanguardia organizada a nivel continental y mundial,
independientemente del nombre y eso sí, con características que la hagan
efectiva y superior a otras experiencias históricas similares. Esto no
invalidaría los espacios de convocatoria ya existentes a nivel continental y
mundial, pero cuya naturaleza es otra y que sin embargo seguirían siendo
necesarios, como el Foro de Sao Paulo y el seminario anual de partidos
progresistas y de izquierda convocado desde los años noventa por el Partido del
Trabajo de México, que son hoy por hoy, las más notables expresiones de
convocatoria de la izquierda a nivel mundial, aunque deben dar pasos
sustantivos en busca de una mayor efectividad práctica de sus deliberaciones,
como lo ha hecho ya el Foro de Sao Paulo en cierta medida y en gran parte
producto, precisamente, de este debate sobre la necesidad de mayores niveles de
organización de la izquierda a nivel continental y mundial, acerca de lo cual
nadie debería olvidar el llamado de Hugo Chávez en el XVIII Encuentro del Foro
de Sao Paulo en Caracas, a contar no solamente con análisis, discursos y listas
de acciones a realizar, sino también con el Plan de Batalla, el Comando y sobre
todo, el Ejército Revolucionario para librar una lucha que no podrá triunfar si
no adquiere ese nivel organizado continental y mundial en términos estratégicos
y programáticos que aún no tiene, y que urgentemente debe tener.
Desde nuestro punto de vista, lograr la meta de la
organización mundial revolucionaria de vanguardia (sin la cual disminuyen
dramáticamente las posibilidades de sobrevivencia y consolidación del proceso
revolucionario latinoamericano y caribeño, así como el paso a la ofensiva del
movimiento revolucionario a nivel mundial) sería la mejor manera de mantener
presente entre nosotros (en nuestra acción, nuestro pensamiento y nuestros
sentimientos revolucionarios) a ese líder revolucionario mundial de estos
nuevos tiempos que fue y es Hugo Chávez. Ya es momento de que pasemos de las
loas solemnes a las acciones prácticas como homenaje a referentes
revolucionarios tan universales como el Che y Chávez, entre cuyas
características comunes estuvieron su rechazo a las loas y solemnidades, y su
verdadera pasión por poner de manifiesto sus ideas en la práctica.
La organización de la vanguardia revolucionaria a nivel
mundial y la apropiación del proceso revolucionario por las clases populares
mediante el diseño e implementación del nuevo modelo en lo político y lo
socioeconómico, así como a través de su instalación en la conciencia social,
son indispensables para lograr el mayor grado posible de invulnerabilidad e
irreversibilidad de los procesos revolucionarios, lo cual no significa que
éstos puedan ser invulnerables e irreversibles en términos absolutos, pues como
bien señala Mao Tse-tung, no hay recetas generales suficientes para hacer lo
necesario en cada momento histórico y en cada situación específica, de modo que
cada circunstancia sociohistórica requiere de la iniciativa suficiente para la
creación intelectual que permita saber cuál es la acción específica que demanda
el momento y el lugar donde la revolución o la construcción del socialismo
están a la orden del día.
Es interesante lo que dice al respecto Gérard Boulakian en
su sobrecogedora obra El testamento de Mao, en el sentido de que para
Mao no basta poner en práctica hoy los valores de mañana con el
convencimiento de que ello sólo ayudará a conseguir la sociedad del futuro (…)
Mao creía que los hombres deben ser aguijoneados sin cesar (…); la Revolución
no morirá si se “está encima de ella” (…) Mao intuyó que el líder
revolucionario no ha de emplear siempre las mismas técnicas, sino que ha de
idear continuamente otras nuevas. Sin ello, la Revolución sucumbiría… [5]
Las ideas revolucionarias, a diferencia de las
reaccionarias, apuestan a la capacidad del ser humano para tomar el control de
su existencia social creando una realidad socioeconómica y política que se corresponda
con su condición o lo que es igual, con su racionalidad y su espiritualidad; es
decir, su capacidad para crear una realidad social a la altura de sí mismo;
algo además indispensable para que lo ya hecho en similar medida con la
realidad material no termine siendo una catástrofe que ponga fin a la
existencia humana.
Las ideas revolucionarias tienen la gran ventaja sobre las
reaccionarias, de que las grandes metas que de ellas se derivan no pueden ser
presentadas por sus adversarios como algo no deseable para el género humano,
sino a lo sumo como algo imposible de lograr. Por tanto, la diferencia entre
las ideas revolucionarias y las que no lo son es que al contrario de éstas (que
invitan al ser humano a no creer en sí mismo), las ideas revolucionarias tienen
como punto de partida la convicción de que el ser humano es capaz de crearse a
sí mismo mediante la creación de una realidad social en correspondencia con la
mayor sabiduría imaginable y con los más preciados valores forjados en la
formación de su espiritualidad, máxima expresión de la condición humana misma.
Ser revolucionario es creer en la capacidad de realización
espiritual a nivel de toda la humanidad mediante la superación de sí mismo que
cada individuo es capaz de lograr en determinadas circunstancias, llevada a
nivel de toda la sociedad; es por tanto, creer en la posibilidad de la
felicidad para toda la sociedad humana, creando las condiciones adecuadas para
ello; adquirir y si es posible, crear el conocimiento científico y la sabiduría
que son necesarios para hacer de esa posibilidad una realidad; convertir eso en
razón de ser, luchar organizadamente para lograr ese objetivo y dedicar a eso
la propia vida; es por tanto, ser protagonista consciente de la lucha del ser
humano por crear una realidad social a la altura de su propia condición como
tal, es decir de su racionalidad y espiritualidad. Las grandes metas de la
revolución son por eso mismo como la felicidad: Se alcanzan en el camino que
conduce a ellas. Quizás por eso en Nicaragua a nuestra Revolución Sandinista,
por costumbre guerrillera, le pusimos un pseudónimo: el Proceso.
Aplicando en Nicaragua las ideas aquí expuestas nos ha ido
muy bien. Lo sabe cualquiera que esté medianamente informado y en otras
ocasiones nos hemos referido a ello, por lo cual aquí solamente nos referiremos
a que hemos aprendido el peligrosísimo arte de vencer al enemigo con sus
propias reglas del juego llegando al extremo de casi ser partido único a punta
de votos en el contexto de la democracia representativa que estamos
sustituyendo gradualmente por la democracia directa. Justo es decir que
nuestros logros habrían sido imposibles sin el apoyo de la Unión Soviética, el
ejemplo y el apoyo de la Revolución Cubana y el apoyo vital que recibimos de la
Revolución Bolivariana.
En 1959 triunfó la Revolución Cubana, que inauguró toda una
época, destruyendo el mito de la “cortina de hierro” y recuperando para América
Latina el carácter revolucionario del marxismo a partir del pensamiento de
nuestros próceres. Veinte años después, en 1979, triunfó la Revolución
Sandinista, que dejó atrás el mito de la excepcionalidad del triunfo de la
lucha armada en Cuba y la consiguiente imposibilidad de otra experiencia
similar en nuestro continente. Luego de otros veinte años, en 1999, triunfó la
Revolución Bolivariana, dando inicio a la actual ofensiva revolucionaria en
América Latina y destrozando el mito del fin de la historia y las ideologías, y
de la irreversibilidad de la más grande derrota sufrida por el movimiento revolucionario
en su historia con el derrumbe de la Unión Soviética.
Falta poco ya para se cumplan otros veinte años desde el
triunfo de la Revolución Bolivariana. Los revolucionarios no podemos esperar a
que suceda algo: Debemos hacer que suceda lo que debe suceder. La necesidad
histórica no actúa por su propia cuenta: es la vanguardia política
revolucionaria organizada, producto ella misma de una necesidad histórica, la
que debe actuar para responder a ésta, como lo es en este momento la
organización de la vanguardia revolucionaria mundial que, consensuando una
estrategia y definiendo con mayor nitidez el nuevo modelo socialista histórico
en la diversidad de realidades existente, logre la consolidación de los
actuales procesos revolucionarios y modelos alternativos, y el avance de la
lucha contra el sistema imperante, extendiendo la ofensiva revolucionaria al
mundo entero, justo a tiempo para que la humanidad sobreviva a su negación por
un sistema que es causante de todas sus desgracias y se encamine hacia una
realidad en la cual la sociedad humana se corresponda con la condición que le
es propia.
Notas
[1] Lenin, Vladimir I., La bancarrota de la II
Internacional, Editorial Progreso, Moscú, sf, p. 13.
[2] Lenin, Vladimir I., Idem.
[3] Marx, Carlos, Crítica del Programa de Gotha. Https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gotha.htm#i.
[4] Sendic, Raúl, Reflexiones sobre política
económica, Mario Zanocchi Editor, 1985, p. 59.
[5] Boulakian, Gérard, El testamento político de
Mao…, pp. 149 y 150, Plaza y Janés, Barcelona, 1977.
Carlos Fonseca Terán, Secretario Internacional Adjunto, Frente Sandinista de Liberación Nacional Managua, Nicaragua.