Es muy preocupante que muchos ciudadanos del mundo
se dejen llevar por una rusofobia jamás vista, ni en los peores momentos
de la guerra fría. La imagen que la maquinaria mediática nos impone
es que los rusos son unos «bárbaros atrasados» frente a los «civilizados
occidentales». El importantísimo discurso de Vladimir Putin el 18 de
marzo, después del referendo en Crimea, fue prácticamente boicoteado en todos los medios. En cambio, se dedicaron amplios espacios a las reacciones occidentales. Naturalmente, todas negativas. En ese discurso, Putin explicó detalladamente que la crisis en Ucrania no fue provocada por Rusia y presentó con toda racionalidad la posición rusa y los legítimos intereses estratégicos de su país en la era postconflicto ideológico.
Humillada por el trato que le impuso Occidente a partir de 1989, Rusia despertó con Putin y empezó a reanudar una política de gran potencia buscando reconstruir posiciones en la línea histórica tradicional de la Rusia zarista y después de la Unión Soviética. La geografía determina muchas veces la estrategia. Rusia, después de haber perdido –según la fórmula de Putin– gran parte de sus «territorios históricos» y de su población rusa y no rusa, se fijó como gran proyecto nacional y patriótico, recuperar su estatus de superpotencia, de actor «global», asegurando en primer lugar la seguridad de sus fronteras terrestres y marítimas. Eso es precisamente lo que quiere impedir un Occidente inmerso en su visión unipolar del mundo.
marzo, después del referendo en Crimea, fue prácticamente boicoteado en todos los medios. En cambio, se dedicaron amplios espacios a las reacciones occidentales. Naturalmente, todas negativas. En ese discurso, Putin explicó detalladamente que la crisis en Ucrania no fue provocada por Rusia y presentó con toda racionalidad la posición rusa y los legítimos intereses estratégicos de su país en la era postconflicto ideológico.
Humillada por el trato que le impuso Occidente a partir de 1989, Rusia despertó con Putin y empezó a reanudar una política de gran potencia buscando reconstruir posiciones en la línea histórica tradicional de la Rusia zarista y después de la Unión Soviética. La geografía determina muchas veces la estrategia. Rusia, después de haber perdido –según la fórmula de Putin– gran parte de sus «territorios históricos» y de su población rusa y no rusa, se fijó como gran proyecto nacional y patriótico, recuperar su estatus de superpotencia, de actor «global», asegurando en primer lugar la seguridad de sus fronteras terrestres y marítimas. Eso es precisamente lo que quiere impedir un Occidente inmerso en su visión unipolar del mundo.
Como buenos ajedrecistas, Putin y su equipo tienen varias
jugadas de adelanto, basadas todas en un conocimiento profundo de la historia,
de la realidad del mundo y de las aspiraciones de gran parte de las poblaciones
de los territorios anteriormente controlados por la ex Unión Soviética.
Vladimir Putin conoce a la perfección las divisiones de la Unión Europea,
sus debilidades, la capacidad militar real de la OTAN y el estado de las
opiniones públicas occidentales, poco deseosas de aumentar los gastos
militares en un periodo de recesión económica. A diferencia de la Comisión
Europea, cuyo proyecto coincide con el de Estados Unidos en cuanto a
consolidar un bloque euroatlántico político-económico-militar,
los ciudadanos europeos no quieren seguir ampliando la Unión Europea
hacia el este ni admitir en ella a Ucrania, Georgia ni ningún otro país
ex soviético.
Con sus gesticulaciones y amenazas de sanciones, la Unión
Europea, siguiendo servilmente a Washington, no demuestra otra cosa que el
estado de impotencia en que se encuentra para poder castigar seriamente a
Rusia. Su peso real no está a la altura de sus ingenuas ambiciones de
moldear el mundo a su imagen. Por su lado, el gobierno ruso, reactivo y
astuto, aplica respuestas graduales, poniendo en ridículo las medidas punitivas
de Occidene. Putin se dio incluso el lujo de anunciar que iba a abrir una
cuenta en el Rossiya Bank, de Nueva York. Él todavía
no habla de limitar el suministro de gas a Europa occidental, conservando
esta carta en su manga, por si acaso, pero obliga a los occidentales
a pensar en una reorganización total de sus fuentes de energía, algo que
tardará años en concretarse.
Aprovechando los errores y divisiones de Occidente, Rusia
está en posición de fuerza. Putin goza de una popularidad extraordinaria en su
país y en las comunidades rusas de las naciones vecinas. Sus servicios de
inteligencia tienen seguramente informaciones de primera mano sobre las fuerzas
en presencia en toda la zona ex soviética. Su aparato diplomático le
da sólidos argumentos para arrebatar a los países occidentales el monopolio de
la interpretación del derecho internacional, en particular sobre la
autodeterminación de los pueblos. Como era de esperarse, Putin se
refirió al caso de Kosovo para resaltar la incoherencia de los
occidentales y su papel en la desestabilización y guerra de los Balcanes.
Las vociferaciones occidentales bajaron entonces
de tono y en la cumbre del 24 de marzo, en La Haya, el G7 decidió
no excluir a Rusia del G8, contrariamente a lo anunciado días antes, sino
limitarse a «no participar en la cumbre de Sochi», dejando así abierta
la posibilidad de reactivar en cualquier momento el G8,
foro privilegiado de diálogo con Rusia creado... a petición del G7,
en 1994. Moscú no pide nada. Los occidentales tendrán que dar
el primer paso. Eso fue un primer retroceso del G7.
El segundo retroceso fue el de la OTAN. Obama fue muy claro
al anunciar que no habrá intervención militar occidental para ayudar
a Ucrania, solamente una promesa de cooperación militar para reconstruir el
potencial militar de Ucrania, que actualmente se limita en gran medida a material
soviético obsoleto. Van a tardar años en construir un nuevo ejército. Y ¿quién
va a pagar eso? No se sabe con certeza en qué estado están las fuerzas
armadas ucranianas. Moscú invitó a los militares que lo desearan, herederos del
Ejército Rojo, a incorporarse al ejército ruso. La flota de Ucrania pasó
totalmente a control ruso.
Tercer retroceso de Estados Unidos: se habla de
conversaciones secretas muy adelantadas entre Washington y Moscú para imponer a
Ucrania una nueva constitución, aprovechar las elecciones del 25 de mayo para
establecer un gobierno plural –sin los extremistas neonazis–, llegar a un
acuerdo de «finlandización» de Ucrania, excluyendo su ingreso a la OTAN
pero permitiendo acuerdos económicos tanto con la Unión Europea como con Rusia.
De paso, Moscú y Washington dejarían a la Unión Europea fuera de la jugada,
manteniéndose así las dos superpotencias en un tête-à-tête excluyente
para los europeos. Con tales garantías Moscú podría dejar de alentar el
separatismo de otras provincias ucranianas y en Transnistria [1],
cumpliendo así el compromiso de respeto de las fronteras europeas y ofreciendo
a Obama una salida decorosa. La jugada de Putin es magistral.
El G7 no calculó que tomando medidas para aislar a Rusia,
aparte de aplicarse a sí mismo una serie de «castigos sadomasoquistas», según
la fórmula del ex canciller francés Hubert Védrine, estaba acelerando un
proceso muy profundo de recomposición del mundo a favor de un bloque
no occidental liderado por China y Rusia reunidos en el grupo de los
BRICS.
En reacción al comunicado del G7 del 24 de marzo
los cancilleres de los BRICS, también reunidos en La Haya, expresaron su
rechazo inmediato a cualquier medida de aislamiento contra Rusia,
aprovechando de paso su reunión para condenar el espionaje estadunidense a sus
líderes y exigir a Estados Unidos que ratifique la nueva repartición de
los derechos de voto en el FMI como primer paso hacia un «orden mundial
más equitativo».
El G7 no esperaba una reacción tan contundente y rápida de
los BRICS. En la práctica esto quiere decir que el Grupo de los 20
(G20), del cual el G7 y los BRICS son los dos pilares, podría pasar por un
momento de crisis antes de su próxima cumbre en Brisbane, Australia (15 y 16 de
noviembre), sobre todo si el G7 persiste en querer excluir a Rusia. Es casi
seguro que una mayoría de países del G20 condenará las sanciones adoptadas contra
Rusia, aislando así al G7. En su comunicado, los cancilleres de los BRICS
consideran que definir quién es miembro del G20 y para qué sirve es una
decisión a tomar por todos los miembros del grupo «en igualdad de condiciones»
y que «ningún integrante [del G20] puede unilateralmente determinar su
naturaleza y carácter».
Los BRICS llaman a resolver la crisis actual, en el marco de
las Naciones Unidas, «de manera serena y de alto nivel, abandonando el lenguaje
hostil, las sanciones y contrasanciones». Bofetada con guante blanco. El G7
ya está avisado: tendrá que hacer muchas concesiones para conservar algo
de influencia en el G20. Se ha metido en un callejón sin salida.
En los próximos meses se perfilan dos acontecimientos
fundamentales:
Uno es la visita de Vladimir Putin a China, en mayo.
Los dos gigantes están a punto de firmar un convenio energético de
gran alcance que va a modificar profundamente el mercado energético
mundial, estratégica y financieramente. Las operaciones compraventa ya no se
harían en dólares sino utilizando las divisas nacionales de cada país. Si
Europa occidental decide cambiar de proveedor, Rusia no tendrá
ningún problema para reorientar las exportaciones de sus recursos
naturales. En el mismo movimiento de acercamiento, China y Rusia están
desarrollando una cooperación industrial para la producción del cazabombardero Sukhoi 25.
El otro hecho es que en la próxima cumbre de los BRICS, que
tendrá lugar en Brasil en julio, después del mundial de futbol, se podría
acelerar el lanzamiento del Banco de Desarrollo, decidido en 2012, en reacción
a la falta de voluntad de los países del G7 de cambiar las reglas del juego en
el FMI y el Banco Mundial para dar más peso a los países emergentes y a sus
monedas junto al dólar en las transacciones internacionales.
Finalmente, otros factores poco comentados por los medios
occidentales revelan que la interdependencia entre Occidente y Rusia es también
una realidad en el terreno militar. Desde 2002, Rusia aceptó cooperar con la
OTAN en Afganistán para facilitar la logística de las tropas occidentales. A
petición de la OTAN, Moscú autorizó el tránsito por el territorio ruso de
suministro no letal para las tropas de la International Security
Assistance Force(ISAF), por vía aérea y terrestre, entre Duchambé (Tayikistán),
Uzbekistán y Estonia, vía una plataforma multimodal en Ulianovsk, Siberia.
Se trata de abastecer un ejército de varios miles de hombres (lo cual
representa toneladas de cerveza, vinos, queso, hamburguesa, lechuga,
indispensables para mantener en alto la moral de las tropas). Y eso
se hace con aviones civiles rusos ya que las fuerzas aéreas europeas
no tienen los aviones de carga necesarios para sostener un despliegue
militar de tal envergadura. El acuerdo de la OTAN y Rusia firmado en octubre de
2012 profundiza esa cooperación, indispensable para los occidentales e incluye
la presencia de un importante destacamento ruso, dotado de
40 helicópteros, en territorio afgano, donde capacitan al personal
afgano principalmente para la lucha contra el narcotráfico. Pero Rusia
se negó a dejar pasar por su territorio el material pesado de la OTAN
repatriado hacia Europa, lo que obligó a la ISAF a utilizar una ruta aérea
(Kabul-Emiratos Árabes Unidos) y marítima hasta los puertos occidentales, multiplicando
así por 4 el costo de la retirada. Es el precio a pagar para evitar los ataques
de los talibanes contra los convoyes que se retiran entre Kabul y el puerto de
Karachi. Para el gobierno ruso, la intervención de la OTAN fue un
fracaso, pero su retirada precipitada de Afganistán antes de fines de año va a
generar un caos que puede afectar la seguridad de Rusia y
desencadenar un nuevo brote de terrorismo.
Rusia tiene también muchos contratos de armamento con países
europeos. El más importante es la fabricación en Francia de 2 buques
portahelicópteros [clase Mistral] por un monto de 1 300 millones de
euros, ya pagados por Rusia. Si [Francia] cancela el contrato, las
consecuencias serán miles de empleos perdidos en ese país, que tendrá además
que rembolsar a Rusia los pagos ya realizados y multas por incumplimiento
de contrato. Sin hablar de algo muy importante en el mercado del
armamento: la pérdida de confianza en el proveedor, que podría afectar la
industria armamentista francesa, como ya subrayó el ministro ruso de
Defensa.
No hay que olvidar tampoco que sin la intervención de Rusia
los países occidentales no habrían logrado un acuerdo con Irán sobre el
tema de la proliferación nuclear, ni tampoco con Siria sobre el desarme
químico.
Estos son los hechos que no comentan los medios
occidentales. La realidad es que, por su arrogancia, torpeza y desconocimiento
de la historia, el bloque occidental está precipitando la deconstrucción
sistémica del mundo unipolar, ofreciendo en bandeja a Rusia y China una
oportunidad única para fortalecer un nuevo bloque con el apoyo de
la India, Sudáfrica y Brasil, y probablemente de muchas otras naciones.
El cambio ya estaba en marcha, pero a un paso lento y gradual. Ahora
todo se acelera y la interdependencia cambia todas las reglas de la
globalización.
En cuanto al G20 de Brisbane, será interesante ver cómo
se posiciona México después de las cumbres del G7 en Bruselas (en
junio) y de los BRICS en Brasil (julio). La situación va a evolucionar muy
rápidamente y va a exigir mucha agilidad diplomática. Si el G7 persiste en su
actitud de aislar a Rusia, el G20 podría desintegrarse. México, atrapado
en las redes del TLCAN [2]
y del TPP [3],
tendría entonces que escoger entre zozobrar con el Titanic occidental o adoptar
una línea autónoma, conforme a sus intereses de potencia regional con vocación
mundial, acercándose a los BRICS.
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