A la postre, si existe alguna tendencia subyacente que impulse a que la inversión se revalorice sobreproporcionalmente al resto de la economía, ¿por qué reprimir políticamente esa tendencia (impuesto sobre la riqueza) en lugar de permitir que toda la sociedad se aproveche de ella (privatización de las pensiones)? Extrañamente, Cowen acusa a Piketty de omitir cualquier referencia a la privatización de las pensiones como alternativa a su ambicionado impuesto sobre la riqueza. Pero no: en su libro, Capital en el siglo
XXI, Piketty sí valora escuetamente la posibilidad de privatizar las pensiones y, a mi juicio, sus opiniones a este respecto son mucho más sabrosas y reveladoras de lo que podría serlo cualquier omisión.
Piketty, sobre la
privatización de las pensiones
Así, de acuerdo con Piketty, la transición hacia sistemas de pensiones privados y de capitalización —merced a los cuales los trabajadores podrían beneficiarse de la sobreproporcional revalorización del capital— no es una buena idea por lo siguiente: “A la hora de comparar los méritos del sistema de reparto y del sistema de capitalización hay que tener en cuenta que el retorno del capital resulta extremadamente volátil. Sería muy arriesgado invertir todos los ahorros para la jubilación en los mercados financieros globales. El hecho de que r>g como media no significa que eso sea cierto para toda inversión individual. Para una persona con recursos que pueda esperar entre 10 y 20 años para cosechar los beneficios, el retorno sobre el capital puede ser ciertamente atractivo. Pero cuando se trata de sufragar los gastos básicos de toda una generación, sería bastante irracional jugárselo todo a la ruleta rusa”. Es decir, según Piketty las pensiones no pueden privatizarse porque la tasa de retorno sobre el capital es una magnitud individualmente demasiado volátil e incierta.
Llegados a este punto, recordemos el propósito general de la
obra del francés: de acuerdo con este economista, el capitalismo tiende a
exhibir una tasa de retorno del capital superior al crecimiento del conjunto de
la economía, lo que provoca que los capitalistas se vayan volviendo
proporcionalmente más ricos y copando porciones mayores de la renta de una sociedad.
Tal como el propio Piketty resume: “El empresario tiende a convertirse en un
rentista que domina crecientemente a aquellos que no poseen nada salvo su
trabajo. Una vez acumulado, el capital tiende a reproducirse a sí mismo más
rápido de lo que aumenta la producción. El pasado devora al futuro”. O todavía
peor: “Con independencia de si la riqueza de una persona de 50 o 60 años es
producto del ahorro o de la herencia, lo cierto es que, a partir de cierto
nivel, el capital tiende a reproducirse a sí mismo y a acumularse
exponencialmente. La lógica de r>g implica que el empresario siempre termina
transformándose en un rentista”.
La contradicción de
Piketty
Es obvio que existe una contradicción profunda entre estos
dos razonamientos de Piketty. Por un lado, el francés proclama que el capital
se reproduce solo y de manera automática, lo que contribuye a su irrefrenable
acumulación en cada vez menos manos; por otro, sostiene que el capital sólo se
autorreproduce en términos medios, siendo altamente volátil e incierto como
mecanismo individual de acumulación de riqueza. De hecho, este
último razonamiento es el que yo mismo ofrecí hace unas semanas para criticar
la visión de Piketty de que los superricos son cada vez más superricos: no
sólo sucede que los multimillonarios de finales de los 80 no son los mismos que
los multimillonarios actuales sino que muchos de ellos han perdido desde
entonces más del 80% de su fortuna.
Es más, si de alguna manera deseáramos combinar las dos
afirmaciones anteriores de Piketty, el sentido común nos indica que deberíamos
hacerlo de forma inversa a cómo lo está haciendo el francés. Salvo honrosas
excepciones, la fortuna de los superricos suele estar concentrada en unas pocas
empresas (Bill Gates en Microsoft, Amancio Ortega en Inditex, Larry Ellison en
Oracle, los hermanos Koch en Koch Industries, la familia Walton en Wal-Mart,
etc.) que, por consiguiente, sí están sometidas a una volatilidad e
incertidumbre potencialmente muy elevadas: si alguna de esas compañía
desapareciera, la fortuna del correspondiente superrico se extinguiría. En
cambio, las pensiones privadas de capitalización se hallarían invertidas en una
amplia y diversificada cartera con millares de empresas, de modo que las clases
medias se hallarían expuestas a la volatilidad del conjunto del mercado y no de
una empresa o de un sector en particular: en ese sentido, la rentabilidad media
de los mercados de valores durante el último siglo se sitúa alrededor del 5,5%
anual. A largo plazo —el plazo en el que se invierte para la jubilación— se
trata de un retorno bastante estable y con escaso riesgo: todo lo contrario que
la inversión en empresas individuales.
A menos que Piketty esté sugiriendo que las empresas de los
superricos son sistemáticamente más conservadoras que las del resto de la
economía, carecería de sentido su afirmación de que cuanto más rico se vuelve
un individuo, más automáticamente se capitaliza su riqueza. Ahora bien, si
Piketty asume que las inversiones de los ricos son muy poco arriesgadas,
entonces no se entiende que, a su vez, sostenga que los más ricos obtienen
rendimientos extraordinarios por encima del resto del mercado.
¿Más rentabilidad a menor riesgo? Si eso fuera así, sólo
cabrían dos explicaciones: una, que las empresas de los superricos gocen de
privilegios gubernamentales; dos, que las empresas de los superricos generen
mucho más valor para los consumidores que todas las restantes debido a ubicarse
siempre dos pasos por delante de la competencia. En el primero caso, lo
razonable sería que Piketty reclamara la supresión de tan nocivos incentivos
gubernamentales; en el segundo, que Piketty aplaudiera la excelente gestión de
los accionistas a la hora de maximizar el valor de sus modelos de negocio pese
a la presión competitiva. Sin embargo, este último reconocimiento atentaría de
lleno contra una de las tesis centrales del libro del francés: a saber, que la
acumulación de capital es un proceso automático e independiente de los méritos
del inversor a la hora de gestionar su capital (motivo por el cual puede ser
sujeto a un tributo sobre la riqueza).
En definitiva, como dice Tyler Cowen, si aceptamos el
mensaje esencial del libro de Piketty, las pensiones
públicas deberían ser privatizadas. El economista francés sólo es capaz de
esquivar esta inapelable conclusión incurriendo en una profunda contradicción
interna que pone en solfa la perspectiva filosófica con la que analiza sus
datos económicos. En el fondo, y como ya
explicamos, la gestión y acumulación de capital es un muy complejo proceso
de adaptación a un entorno dinámico y cambiante cuyos riesgos y dificultades
sólo pueden minimizarse o a través de un extraordinario conocimiento del sector
económico en el que se está invirtiendo (sólo disponible para los ahorradores
exitosos y habilidosos) o a través de una amplia diversificación de activos
(sólo disponible para los ahorradores medios). Ahorro e inversión
empresarialmente inteligente: los dos grandes activos que explican el
enriquecimiento de una sociedad respetuosa con los derechos de propiedad y los
contratos.