La nueva película de Lars von Trier simplemente no podría
encajar en el ambiente actual en el que la separación entre iglesia y estado, y
las conquistas sociales resultado del ímpetu de la liberación sexual iniciada
el siglo pasado (el aborto, el matrimonio gay, etc.) están bajo constante
peligro de ser revertidos por una agobiante presión conservadora. A principios
del siglo XX, Alexandra Kollontai —destacada revolucionaria bolchevique—
escribía
agudamente sobre la problemática sexual en la sociedad capitalista moderna, la cual continúa reproduciéndose hasta hoy sin cambio significativo alguno e impone un contexto real para este texto:
agudamente sobre la problemática sexual en la sociedad capitalista moderna, la cual continúa reproduciéndose hasta hoy sin cambio significativo alguno e impone un contexto real para este texto:
“La humanidad contemporánea atraviesa por una aguda crisis sexual, mucho más grave y difícil de resolver por su carácter prolongado. En todo el curso de la historia de la humanidad, seguramente no encontraremos otra época en la que los problemas sexuales hayan ocupado en la vida de la sociedad un lugar tan importante… En nuestra época, más que en ninguna otra, los dramas sexuales constituyen una fuente inagotable de inspiración para artistas de todos los géneros del arte.” (“Relaciones sexuales y lucha de clases”, 1921)
Una crisis sexual sustentada según Kollontai en: “la idea del derecho de propiedad de los
esposos entre sí y el concepto de desigualdad entre los sexos”. En este
sentido, Lars von Trier nos ofrece una grata reversión de un coming-of-age
story donde la protagonista, una mujer libre de cualquier limitación moral
sobre su sexualidad, lejos de crecer hacia una vida adulta “moralmente
aceptable” y convencional, lo hace hacia su irrefrenable plenitud sexual,
violentando la pútrida noción de la mujer como esclava doméstica y sexual del
hombre.
En Nymph()maniac, Von
Trier reproduce la simbiosis existencial entre una ninfómana y su deseo sexual,
misma que es sometida a un debate filosófico-moral sostenido entre Seligman —un
virgen y erudito sexagenario— y Joe, la asumida ninfómana cuya historia
personal es la espina dorsal del filme. Joe relata su historia a Seligman y
busca convencerlo de que su vida entera ha sido un reprochable acto de placer
personal y egoísmo, mientras que él trata de justificar y vindicarla desde un
plano meramente racional.
El primer volumen de la película abarca la narración de Joe
sobre sus casi idílicas infancia y adolescencia —entre sexo y placer lúdico y
un profundo amor por su padre, y su explosiva juventud de ecuménico sexo sin
ataduras ni sentimentalismos con miles de hombres en el contexto de la
liberación sexual de los años sesenta. Sin embargo, Joe traiciona sus
principios al enamorarse y entablar una relación monógama que eventualmente
destruye su habilidad de sentir placer sexual como antesala a la maternidad. En
el segundo volumen, Joe rompe con su núcleo familiar y se asume como un outcast trabajando como ajustadora
de cuentas para un hombre de dudosa valía, L, mientras experimenta desde la
abstinencia sexual, el sexo homosexual y hasta el masoquismo para poder
recuperar su raison d'être: el placer sexual perdido.
Eros
Cada relación amorosa que Joe vive termina sacudiendo sus
raíces: desde la traumática muerte de su padre, la pérdida de su sensibilidad
sexual tras su amor por Jerôme, hasta la humillante traición de su pupila y
amante adolescente, P. El amor, que Joe menosprecia como algo no más allá que
la combinación de “lujuria y celos”, se convierte, a veces de manera
sarcástica, en la fuente de toda tragedia, una verdad factual dentro de la
película, pero también en el corrosivo modo en que amor y sexo se relacionan en
la vida real, lo cual tiene sus raíces en el pilar de la sociedad actual: la
propiedad. Sobre esto, Kollontai abunda:
“La idea de ‘propiedad’ se extiende mucho más allá del ‘matrimonio legal’… Exigimos el derecho a conocer todos los secretos de esa persona. El amante moderno perdonaría la infidelidad física antes que la infidelidad ‘espiritual’. Concibe cualquier emoción experimentada fuera de los límites de la relación ‘libre’ como la pérdida de su tesoro personal.” —Ibid.
A través de la historia de Joe, Von Trier critica ese
“inmutable” absoluto moral que condiciona el sexo al anclaje del “amor”, una
quimera que irónicamente sujeta al ser a una inevitable soledad en su búsqueda
de un “alma gemela”. Lamentablemente, uno podría concluir que
mientras que los incontables tipos de interacción afectiva sean compendiados
arbitrariamente en una idealización eterna del “amor” metafísico, una mercancía
ajena a toda metamorfosis de la psique, y anclado al sexo firmado, las
relaciones humanas no superarán el ámbito de los contratos de propiedad.
Afrodita
En un punto de la película, Seligman opina que si Joe fuera
un hombre, la historia de su vida habría sido “extremadamente banal”. Una
apreciación basada en la existencia de la doble moral sexual en la cual la
promiscuidad femenina es vista como una peste mientras que en el hombre es una
práctica pocas veces condenada. Al respecto, Kollontai argumenta lo siguiente:
“la mujer no tiene valor más que como accesorio del hombre… cuando valoramos la personalidad del hombre hacemos por anticipado una total abstracción de sus actos en relación a sus relaciones sexuales. La personalidad de la mujer, por el contrario, se valora casi exclusivamente en relación con su vida sexual” —Ibid.
Es en ese sentido que Joe es un personaje fuera de serie en
tanto que asume resueltamente su promiscuidad sin limar asperezas con la
aséptica moral adulta. Sólo ella puede mostrar indiferencia ante la histérica
condena de su adulterio por parte de Mrs. H, llorar la muerte de su padre con
sexo casual, disolver su núcleo familiar en pos de su vida sexual, o confortar
con sexo oral a un hombre de pensamientos pedófilos reprimidos. Es ella quien
puede pasarse por la entrepierna toda regulación de la conducta sexual y
—notablemente— no terminar siendo aplastada por una carga moral o sometida a la
brutalidad física como consecuencia de sus decisiones personales.
Joe llega incluso a estructurar una defensa verbal de su
estilo de vida cuando encara a un grupo de abstinencia para “adictos al sexo”
al que denuncia como “la policía moral de la sociedad, que busca borrar mi
obscenidad de la faz de la tierra para que la burguesía no se incomode”. ¿Y de
dónde viene esa obsesión de la moral burguesa con la monogamia femenina? En una
sociedad de clases definidas por relaciones de propiedad, la monogamia a la que
se fuerza a la mujer es la forma de asegurar la herencia de bienes consanguínea
del padre a los hijos; una condición opresiva que desaparecería completamente
con la abolición de la propiedad privada y la socialización del cuidado de los
hijos a manos del estado y la sociedad.
Hímero
Durante el filme, Joe atraviesa también por una vasta gama
de experiencias sexuales: sexo heterosexual, homosexual, colectivo, anal, oral,
intergeneracional, interracial, etcétera, así como por un crudo episodio de
masoquismo a manos de K. Se podría argumentar que Lars intenta crear una
alegoría de la oculta y secreta sexualidad humana, que ha sido revelada en
contados estudios científicos como los del biólogo evolucionista Alfred C.
Kinsey. En su par de seminales obras: Sexual Behavior in the Human Male y Sexual
Behavior in the Human Female (1948 y 1953) escritas bajo el tropel del
macartismo, el Dr. Kinsey registró y catalogó estadísticamente las verdaderas
prácticas sexuales de mujeres y hombres en la sociedad estadounidense de los
años cincuenta.
Basado en más de 18 mil historias sexuales, Kinsey descubriría
que en la generación de nuestros abuelos o bisabuelos, 19 de cada 20
estadounidenses habrían quebrantado la ley por tener sexo; una de cada cuatro
esposas habría cometido adulterio, una de cada dos habría tenido sexo
premarital y que el 62 por ciento de las mujeres casadas se masturbaban
regularmente. De igual forma, Kinsey descubrió que el 37 por ciento de la
población masculina blanca había alcanzado un orgasmo por contacto homosexual y
que una de cada 6 personas criadas en granjas había copulado con animales,
entre muchas otras revelaciones más.
Joe representa para Lars von Trier el arma perfecta para
cuestionar el rol social del sexo como chivo expiatorio de la humanidad. Así,
ella llega a plantear en un diálogo sobre su vida sexual que: “quizá la única
diferencia con otras personas es que yo siempre esperé más del atardecer:
colores más espectaculares… en el horizonte”. Una construcción poética que
parte de un plano cabalmente simple y humanista, ajeno a todo prejuicio social,
en el que el sexo no es más que un acto de placer consensual, un pasatiempo, en
el que la posibilidad del consenso es lo que dicta la frecuencia. Muy distinto
a la absurda noción convencional de ninfomanía — ¡“furor uterino” según el Diccionario
de la Real Academia Española!—, la cual parte de concebir el sexo extramarital
como una patología social.
Polis
El cineasta envuelve el hogar de Seligman (el lugar donde
ocurre la conversación) en un ambiente ocre revestido con alegorías del
medievo: el retrato colgado de una madona bizantina y referencias a la
matemática de Fibonacci. Conforme el filme evoluciona aparecen también
menciones del Barroco y el Clasicismo —Bach y Mozart. En este contexto, las
posturas contrarias de Joe para quien la “hipocresía” es la principal característica
de la humanidad y el optimismo de Seligman sobre la inherente razón humana,
parecerían un guiño al gran debate racionalista de la Ilustración entre
Rousseau para quien la humanidad se había corrompido irremediablemente por
siglos de civilización, y Voltaire, para quien el progreso humano sólo vendría
con el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Incluso, la conclusión fatal del filme, cuando Joe se niega
a tener sexo con Seligman y contesta la agresión de manera tajante; por un
lado, evidencia el fracaso en tratar de justificar la vida sexual de Joe desde
un punto de vista lógico-causal sin considerar el factor humano-subjetivo (el
libre albedrío o caos), pues ulteriormente para Seligman, Joe no tiene derecho
a tener sexo simplemente cuando ella quiera y con quien ella quiera; y por el
otro lado, si se piensa en Seligman como un mecanismo —y no así un personaje—
que facilita el diálogo de Joe consigo misma (su yo) se hace claro que
incluso una justificación puramente racional de sus decisiones se puede volver
en su contra.
Es ahí donde el ámbito idealista del debate entre Joe y
Seligman llega a su límite, de igual forma que la trascendencia del debate
entre Rousseau y Voltaire sobre la regeneración moral de la humanidad sería
superada sólo por el dramático cambio en las relaciones sociales tras la
Revolución Francesa de 1789, la cual marcaría el deceso del sistema y la moral
feudales europeos, y abriría la puerta a la época actual, hoy de un capitalismo
en decadencia. Así, en ausencia de una perspectiva de cambio social, los
protagonistas del filme, Joe y su álter ego terminan por voltearse el uno
contra el otro, en un cruel y cómico truco de escapismo narrativo que sostiene
una relación más cercana con las quimeras del feminismo burgués, como respuesta
liberal y sin fundamento histórico-material a la misoginia —planteando la
división fundamental en la sociedad entre hombres y mujeres, y no entre clases
sociales.
Valdría la pena plantearse una secuela del filme, Nymp()maniac:
Vol. III, donde Lars von Trier explorara la misma temática, esta vez en un
contexto donde la libertad de la mujer se erigiera sobre las bases materiales
de una sociedad no regida por preceptos de propiedad. Donde la terrible
disyuntiva que se muestra en el filme entre la promiscuidad sexual y la
imposibilidad de la maternidad, de cualquier forma de “amor” o afecto
incondicional o no reprimido, de un trabajo llevadero y de la aceptación social
estuviera solventada por una estructura social donde el cuidado de los hijos le
compitiera al ámbito público y profesional, y no al triple turno de las mujeres
trabajadoras. Donde la familia nuclear fuera una estructura arcaica que
invocara escenas del principio de la civilización humana y en su reemplazo
existiera la más amplia gama posible de relaciones humanas intergeneracionales
igualitarias. Donde el amor y el cuidado se distribuyeran entre el género
humano tan fácilmente como la abundancia fruto del trabajo colectivo: a cada
quien según su necesidad. Donde el ideal de los revolucionarios de la
generación de Kollontai cobrara vida tras la renovada irrupción violenta de las
masas en la historia.