“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

30/4/15

Lenin y una revolución inconclusa

Vladimir Lenin ✆ Mario Tosto
Dari Mendiondo Bidart   |   Un 22 de abril de 1870, en la lejana Rusia, nació Vladimir Ilich Lenin que se ha insertado en la historia como el líder indiscutible de lo que fuera una revolución que supo derribar a un imperio milenario, cuyo despotismo concitaba el rechazo de los intelectuales y el mundo político avanzado de la época. En el país más atrasado de Europa, donde la servidumbre recién fue erradicada en 1865, donde precisamente en 1870 Jorge Plejanov introduce El Capital de Marx en los círculos estudiantiles y políticos progresistas de la Rusia de los zares.

En el calendario europeo se habían sucedido grandes revoluciones, como la del 14 de julio de 1789, donde surgió la bandera tricolor, los Derechos del Hombre y el Ciudadano y el trípode en el cual se asentó el ideario de la naciente república: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

A la República la sustituirá el Imperio Napoleónico, luego de su caída vendrá la restauración monárquica en Francia, y estallarán las revoluciones de 1830, 1848 y la Comuna de París en 1871, todas ellas con su heroísmo, sus enseñanzas, sus leyendas de martirologio, así como avances en la proliferación de ideas revolucionarias. Europa se sacudía envuelta en grandes transformaciones.

Rusia dormía la larga siesta de una monarquía absoluta, milenaria, caracterizada por millones de campesinos analfabetos y apenas unos pocos millones de obreros situados en Moscú y San Petersburgo, y algo en Kazán.

En 35 años (de 1870 a la revolución de 1905) se fue cultivando en la intelectualidad, en los estudiantes y en círculos políticos estrechos pero muy vinculados a los obreros (particularmente el Partido Obrero Social Democrático Ruso) una resistencia al poder absoluto.

Será la 1º Guerra Mundial, en la cual participa Rusia, aliada de Inglaterra y Francia contra Alemania, que generará el desgaste y el desplome de una autocracia corrupta, permisiva, sin capacidad de conducción de los nuevos desafíos que significaban los cambios.

En 1917 se produce lo previsible: el estallido; y él tiene un conductor, el bolchevique Vladimir Lenin, quien luego de décadas de clandestinidad fue capaz de liderar la revolución más grandiosa del S XX. Pero dejemos que sobre Lenin hable un grande de la historia, Don José Batlle y Ordóñez, quien al morir éste, en 1924, escribió:
“El fallecimiento del jefe del comunismo ruso es un acontecimiento que pone de inmediato en segundo término a todos los demás que ocurren en el mundo.
Podrán tenerse ideas muy adversas a las que sustentaba este apóstol de mejores aunque irrealizables devenires, pero no se podrá negar que con él se extingue un magnífico ejemplar humano, uno de esos personajes apasionantes que dan significación a toda una época y sirven para fijarla en la historia.
Lenin era en estos momentos la palabra de sensatez y de cordura, la mirada avizora y penetrante, la mano que no temblaba en el timón. No juzgamos sus ideas con las que no podemos estar de acuerdo, sino sus condiciones de orientador de muchedumbres y de saberse adaptar a las exigencias del momento sin encapricharse tercamente en rígidos dogmas…
Mejor de lo que podemos hacerlo nosotros hoy, lo juzgará la posteridad ya que pasará un tiempo todavía antes de que puedan verse claros los resultados de su obra. De cualquier modo, desaparece con Lenin un hombre excepcional, ante cuya tumba, prematuramente abierta, sería pueril no descubrirse con respeto”. (El Día, 26 de enero de 1924, “De pie, murió Lenin”).
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