► Se cumplen siete décadas
del estreno de “Roma, Città Aperta” (1945), la película de Roberto Rossellini
que motivó el bautismo internacional del cine italiano de posguerra como
neorrealismo, y que a nivel de lenguaje cinematográfico, en palabras de Jacques
Rivette, “abrió una brecha por la que el cine entero debe pasar bajo pena de
muerte”.
Manuel González
Ayestarán | En
plena ocupación nazi de Italia un director de cine católico (Rossellini) y un
escritor comunista (Sergio Amidei) se reunieron para poner en común la voluntad
de ser cronistas de su tiempo. Amidei comenzó a escribir el guión en junio de
1944 basándose en la historia real del sacerdote Luigi Morosini, el cual fue
torturado y asesinado por colaborar con el
Comité
de Liberación Nacional. Rossellini por su parte comenzó a realizar tomas
documentales de Roma cuando la ciudad aún se encontraba ocupada. Federico
Fellini entraría algo más tarde a colaborar junto a Amidei en la elaboración
del guión.
Juntos retrataron en el celuloide las ruinas que la historia
dejaba en la capital italiana junto a aquellas personas que lo sufrieron,
empleando un lenguaje cinematográfico espontáneo y liberado en el que primaban
más los sentimientos y la vivencia de lo mostrado que las reglas de composición
y el acabado de las escenas.
“
Roma, ciudad
abierta es el filme del miedo, del miedo de los demás, pero sobre todo del
mío”, dijo su director. El escritor y crítico español José Luis Guarner
advertía en su célebre biografía de Rossellini acerca de la paradoja que
suponía que un cineasta despreocupado por las cuestiones formales fuese el
principal detonante de la renovación del lenguaje cinematográfico de aquellos
años. Su “trilogía de la guerra”, compuesta además por
Paisà (1946) y
Alemania, año
cero (1948), logró incorporar la mirada documentalista y el espíritu de
protesta al cine de ficción, cambiando para siempre la óptica del séptimo arte.
La informalidad que caracterizó la producción de este tipo
de películas, y su compromiso con la veracidad de lo representado, hizo que
fuese habitual la modificación del guión sobre la marcha del rodaje. Además era
frecuente que los actores y figurantes se interpretasen de alguna forma a sí
mismos, por tanto sus ideas y testimonios suponían un interesantísimo material
para los directores y guionistas, los cuales les dejaban un amplio margen para
la improvisación. Así la dictadura de las celebrities,
propia del star system
estadounidense, se abolía.
La realidad del Neorrealismo
El relato de Roma, ciudad abierta se estructura
conforme a la historia de tres personajes protagonistas, cuya disparidad deja
constancia de la heterogénea composición del Comité de Defensa Nacional que lideró la resistencia italiana: una
viuda en el paro, cabeza de familia (Anna Magnani), un ingeniero comunista
(Marcello Pagliero) y un cura antifascista (Aldo Fabrizi). El resultado fue una
crónica coral acerca del fin de la ocupación, compuesta por las diversas
(sub)crónicas vitales entrelazadas de aquellos que participaron en su
producción.
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Anna
Magnani en ‘Roma, Città Aperta’,
la obra maestra de Roberto Rossellini
|
Irrumpían en la pantalla los nuevos personajes arquetípicos
del movimiento, el niño y la mujer, encarnados en Pina (Anna Magnani) y su hijo
Marcello (Vito Annicchiarico), un niño al que sus propias circunstancias
vitales arrebataron la infancia de forma prematura, y que como tantos otros de
su tiempo participó junto a sus compañeros activamente de la lucha
antifascista. La carencia de medios del momento, así como de la voluntad de
otorgar primacía a la realidad filmada sobre la propia narración, derivaron en
un nuevo estilo de filmación que supuso una respuesta a los rígidos cánones de
producción del cine clásico estadounossellinión en serie
de películas surgía la naturalidad prodigiosa neorrealista con directores que
supieron mirar su entorno y valorar la vida misma. Una vida cruda y sin
maquillajes, como el rostro de Anna Magnani, una nueva diva aguerrida, víctima
de su tiempo, tanto por sus circunstancias de clase como por su género. En su
rostro y gestualidad se pueden apreciar las huellas de su crianza en los
suburbios romanos. No es una
celebrity
al uso de belleza decorativa, su encanto y hermosura superan los frívolos
cánones estéticos del cuerpo femenino mercantilizado, siendo sin duda la que
mejor encaja en la pantalla del nuevo cine. No por casualidad un visionario
como Federico Fellini se refirió a ella en su Roma de 1972 como el emblema de
la capital italiana.
Su personaje de Pina, en Roma,
ciudad abierta, está inspirado en la mártir de la resistencia romana Teresa
Gullace, una mujer embarazada, esposa de un partisano detenido por los
fascistas que fue asesinada cuando acudió junto a otras mujeres a protestar
ante el cuartel donde éste se encontraba retenido. Según se cuenta, Teresa se
acercó a hablar con él a través de una ventana desatendiendo las órdenes de los
guardias, los cuales dispararon contra ella en plena calle. Su marido en la
realidad acabó siendo liberado tras su asesinato, pero no rescatado a los tiros
por sus compañeros como se representa en el filme, sino debido a la presión
popular que desencadenó la iniciativa que llevaron a cabo las camaradas de
Teresa, las cuales instalaron una improvisada capilla ardiente de la difunta
frente a dicho cuartel en forma de protesta. En pocas horas su ataúd se llenó
de flores aportadas por los vecinos de la ciudad solidarizados con la causa, lo
que sirvió para ocupar la calle alzando la voz contra la represión nazi.
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La película se rodó en varias viviendas particulares, entre
ellas la del propio Sergio Amidei, frecuentada por varios líderes de la
resistencia amigos suyos, como Giorgio Amendola y Celeste Negarville, en los
que el escritor se inspiró para crear el personaje del ingeniero Giorgio
Manfredi. Las escenas que transcurren en el interior de una iglesia fueron
filmadas en una capilla situada en el Trastevere romano, cedida por el padre
Papagallo, un sacerdote que desempeñó su activismo antifascista proporcionando
documentos falsos a los partisanos, tal cual el personaje interpretado por Aldo
Fabrizi. Paradójicamente, la película no gustó a las posteriores autoridades
democristianas a pesar de haber sido rodada por alguien que comulgaba con parte
de sus planteamientos. Así, catalogaban este tipo de películas como incitadoras
del odio, e instaban a sus realizadores a rodar con mayor optimismo acerca de
la realidad patria. La hipocresía de estos dirigentes les hacía preocuparse más
por la imagen de Italia que estas cintas trasmitían en el exterior que por la
crudeza de la realidad que retrataban. Sin embargo, a nivel histórico el
neorrealismo supuso un detonador de la revolución expresiva que llegaría a finales
de la década siguiente con las “nuevas olas” que se propagaron a lo largo y
ancho del globo al margen de Hollywood, liberando definitivamente el lenguaje
cinematográfico en pro de soluciones expresivas determinantes para representar
la compleja realidad psicológica, social y humana. Desde Godard hasta creadores
más recientes, como Michael Haneke o Abbas Kiarostami, pasando por los
innumerables maestros que se ubican entre ellos tanto a nivel temporal como
geográfico, se encuentra la matriz creativa e inconformista que los
neorrealistas trazaron en su momento, y que en
Roma, ciudad abierta tuvo su primera difusión internacional.