La aparición de apuntes inéditos, de manuscritos que se
creían perdidos, de textos dispersos en viejas publicaciones suelen despertar
la sospecha de que alguien se está abusando de la posteridad de un escritor
célebre. Sin negar la polémica acerca de cómo y cuánto respetar la voluntad del
autor, la publicación póstuma de Michel Foucault es siempre un acontecimiento
bienvenido. A la aparición de ‘El poder, una bestia magnífica’, donde se
reúnen textos clave de los años ’70 y comienzos de los ’80 sobre poder y sociedad,
se suma Lecciones sobre la voluntad de saber, transcripción del primer año
de cursos de Foucault en el Collège de Francia. Dos novedades de peso a las que
vale asomarse para comprobar que Foucault es, aun después de su muerte, un
escritor de primerísima actualidad.
A fines de los años
‘60, un hombre calvo, delgado y jovial irrumpía en la escena intelectual
francesa, provocando una auténtica conmoción. Sus adeptos hablaban de él como
“el sucesor de Sartre”; sus detractores le vaticinaban un pronto y seguro
pasaje al cesto de las olvidadas modas filosóficas, típicas del gusto francés.
Lo cierto es que, a casi treinta años de su muerte, Michel Foucault –porque
obviamente de él se trata– parece gozar de perfecta salud. De ello da cuenta la
incesante aparición de trabajos sobre su obra o, incluso, de nuevos textos del
propio filósofo, como los que aquí serán objeto de comentario. ¿Textos
póstumos, de Foucault? ¿No había prohibido expresamente el filósofo que se
publicaran textos tras su muerte? Didier Eribon, en su biografía de Foucault,
brinda algunos detalles de la batalla que se desató tras la muerte del
filósofo. La presa en disputa era, fundamentalmente, el cuarto tomo de la
Historia de la sexualidad, titulado Las confesiones de la carne, que Foucault
habría terminado de redactar prácticamente en su lecho de muerte, sin alcanzar
a darlo él mismo a la imprenta. ¿Había que publicarlo? Aparentemente, en textos
privados escritos con anterioridad a su enfermedad –entre ellos, un “testamento
de vida para abrir sólo en caso de accidente”, escrito en 1982, antes de
emprender un viaje a Polonia–, Foucault se manifestaba en contra de toda
publicación póstuma. Sin embargo, en otras oportunidades habría abogado por dar
libertad a los textos mismos, independientemente de toda voluntad expresada por
su autor.
La rigidez inicial de los herederos en cuanto a respetar la
supuesta cláusula impuesta por Foucault se fue debilitando con el paso del
tiempo. Aún se mantiene inflexible en cuanto a libros propiamente dichos,
incluido, claro está, Las confesiones de la carne. ¿Con qué se construyen
entonces los “nuevos” libros de Foucault? Básicamente con dos materiales. En
primer lugar, con artículos breves, conferencias, prólogos, intervenciones
periodísticas, que fueron hechos públicos en su momento, pero que se
encontraban dispersos en una gran variedad de soportes. De la reunión de esos
textos surgieron los monumentales tomos de Dits et écrits publicados en francés
en 1994. No se trata aquí, en rigor, de libros póstumos, porque recopilan
textos que ya habían sido publicados con la autorización del filósofo. No
falta, de todos modos, quien se pregunta si el hecho de presentarlos juntos,
con formato libro, no hace de esos textos parte de un objeto póstumo, que
quizás al propio autor no le habría agradado del todo. Ahora bien, una vez
aceptada esa publicación, hay algo que resulta inexplicable, y es el hecho de
que no exista una traducción completa de esos textos al español. Esa falencia
da lugar a que, de tiempo en tiempo, emerja en las librerías un “nuevo libro”
de Foucault en nuestra lengua. Tal es el caso de uno de los textos de los que
nos ocuparemos enseguida, El poder, una bestia magnífica, que presenta por
primera vez en español varios textos que ya estaban en Dits et écrits.
La otra fuente de novedades foucaultianas es más
controversial. Se trata de los cursos dictados por el filósofo en el Collège de
France. ¿No cabe allí hablar de póstumos en sentido estricto? Cada uno de los
volúmenes, que comenzaron a publicarse en 1997, viene acompañado por una doble
justificación. Por un lado, los editores se amparan en el deseo de “satisfacer
la muy intensa demanda de que eran objeto, tanto en Francia como en el
extranjero”; por otro, la cuestionable definición de “inédito” que manejan: “No
se trata de inéditos, porque esta edición reproduce la palabra pronunciada
públicamente por Foucault, con exclusión del soporte escrito que utilizaba”.
Demanda y oralidad son las dos grietas que encontraron los editores para no
violar la supuesta cláusula foucaultiana, violándola. Pero la controversia no
termina allí. Porque todos los cursos que se habían publicado hasta ahora
tomaban como fuente la grabación de las clases. Pero del primer curso dictado
por Foucault en el Collège no quedó registro oral. Lo que hay son los apuntes
preparados por el filósofo para dictar sus clases. Hay texto, no voz. Texto
inédito, aunque leído públicamente. ¿Alguien puede creer que fue éste un
obstáculo para publicar el curso? Obviamente, no lo fue. Con el título Lecciones
sobre la voluntad de saber acaba de aparecer en español la traducción de esos
apuntes que habían sido publicados en Francia en 2011.
Fragmentos de una autobiografía
Los textos que conforman “El poder, una bestia magnífica”
fueron publicados entre los años ‘70 y principios de los ‘80, y se centran en
la novedosa concepción del poder con la cual Foucault alteró las categorías de
toda discusión política.
Los primeros nueve trabajos –que abarcan la mitad del libro–
son los más ricos conceptualmente. En ellos, Foucault da cuenta de su noción de
poder, así como también de algunas particularidades metodológicas de sus
investigaciones. El filósofo francés es plenamente consciente de su
originalidad: “Procedo –afirma en
‘Poder y saber’– de una manera del todo
irrazonable y pretenciosa bajo una apariencia de modestia, pero querer hablar
de un objeto desconocido con un método no definido es pretensión, presunción,
delirio de presunción”. Foucault no sólo habla de aquello que la filosofía
nunca había considerado: las relaciones de poder, la locura, la sexualidad, la
enfermedad, sino que lo hace, además, empleando modos que nada parecen tener
que ver con los habituales en la especulación filosófica: “No soy filósofo, ni escritor. No hago una obra, hago investigaciones
que son históricas y políticas al mismo tiempo”, afirma en la entrevista
que da título al libro.
En esas investigaciones hay algunos elementos recurrentes
que, si bien no permiten hablar de un método definido, sí dan cuenta de un
proceder específicamente foucaultiano. En “El intelectual y los poderes”,
confiesa: “Siempre quise que, en algún aspecto, mis libros fueran fragmentos de
una autobiografía. Mis libros siempre fueron mis problemas personales con la
locura, la prisión, la sexualidad”.
Pero esos problemas personales tenían que plasmarse en un
cruce particular entre teoría y práctica: “Siempre me empeñé en que hubiera en
mí y para mí una especie de ida y vuelta, de interferencia, de interconexión
entre las actividades prácticas y el trabajo teórico o el trabajo histórico que
hacía”. Finalmente señala que al elegir los temas u objetos a investigar
cuidaba que permitieran establecer un enlace entre el pasado y su presente.
Tomando como ejemplo su Historia de la locura, afirma: “Me parece que hice una
historia lo bastante detallada para que suscitara preguntas en la gente que
vive actualmente en la institución”.
En lo que se refiere a la noción de poder que maneja
Foucault en aquellos años, queda claro que para él el poder no es algo que se
tiene, o se almacena (ni, por tanto, algo que pueda arrebatarse). No hay un
foco único del que emane el poder sino un complejo enmarañamiento de
relaciones. En “Espacio, saber y poder” arremete contra aquellos que dan un
contenido sustancial al poder: “Nada me
irrita más que esas preguntas –metafísicas por definición– sobre los
fundamentos del poder en una sociedad o sobre la autoinstitución de la
sociedad. No hay fenómenos fundamentales. Sólo hay relaciones recíprocas y
desfases perpetuos entre ellas”. Y en “Poder y saber” amplía esa idea: “En la sociedad hay millares y millares de
relaciones de poder y, por consiguiente, de relaciones de fuerza, y por tanto
de pequeños enfrentamientos, microluchas, por llamarlas de algún modo”.
Foucault no se desentiende del estudio del poder político. Pero descubre que
éste no sería posible si no tuviera sus raíces en ese micropoder que involucra
a todos los componentes de la sociedad. Además, el filósofo insiste en que en
esas relaciones de poder hay siempre una posibilidad de reversibilidad: “Las relaciones de poder suscitan
necesariamente, exigen a cada instante, abren la posibilidad de una
resistencia”.
Los textos recogidos en la segunda mitad del libro muestran
cómo los análisis de Foucault se apoyaban en prácticas concretas. En el primer
conjunto, titulado “La prisión”, se destacan dos textos ligados a su trabajo en
el Grupo de Información sobre las Prisiones –el manifiesto del GIP y el primer
folleto realizado por dicho grupo– y una entrevista realizada tras una visita
del filósofo a la cárcel norteamericana de Attica, en 1972.
La verdadera historia
de la verdad
1970 fue el año de la consagración definitiva de Foucault.
Ya había escrito un par de libros que inexplicablemente –incluso para él– se
habían convertido en best sellers. Ya
era una figura pública a la que se asociaba con la fuerza juvenil que había
irrumpido en Mayo del ‘68. Si bien Foucault no participó activamente en los
sucesos de París, porque en ese momento se encontraba en Túnez, fue a
consecuencia de esos acontecimientos que terminó formando parte de la creación
de la Universidad de Vincennes, hacia la que confluyó buena parte de la energía
innovadora de ese Mayo. Pero, indudablemente, el reconocimiento académico le
llegó al ser nombrado (luego de una votación en la que venció nada menos que a
Paul Ricoeur e Yvon Belaval) profesor de Historia de los sistemas de
pensamiento en el Collège de France, cargo que ocupó hasta su muerte, en 1984.
La “lección inaugural”, pronunciada el 2 de diciembre de
1970, fue publicada luego con el título de El orden del discurso. Una semana
más tarde comenzaba con el primero de sus seminarios. Como mencionábamos antes,
de este curso no hay registro de audio. Pero Foucault era muy meticuloso.
Preparaba cada clase hasta el más mínimo detalle. De hecho, en la publicación
de los cursos posteriores, las notas de los editores que surgen de las
diferencias entre el registro oral y los apuntes preparados por Foucault son
escasas y, por lo general, irrelevantes. De ahí que no haya que lamentar
demasiado el hecho de que no se cuente con el audio.
¿De qué se trata este curso? Ante todo habría que advertir
que no se trata de lecciones sobre el libro La voluntad de saber, primer tomo
de la Historia de la sexualidad, que aparecerá unos años más tarde. Si hubiera
que emparentarlo con un texto conocido de Foucault, por la temática y por el enfoque
quizás habría que ligarlo a La verdad y las formas jurídicas, texto que reúne
las conferencias dictadas por el filósofo en Río de Janeiro en 1973. La
pregunta que mueve las investigaciones de Foucault que quedan plasmadas en
ambos textos tiene un origen indisimuladamente nietzscheano. ¿Cuál es la
voluntad que se enmascara tras una supuesta búsqueda del saber? O, dicho de
otro modo, ¿cuál es la historia de la verdad?
Algo que cabe destacar es que, con la publicación de este
curso, queda sin efecto una consideración hecha durante años por expositores de
la filosofía foucaultiana. Esto es que Foucault sólo se ocupó de los griegos en
su última etapa, cuando se había agotado su capacidad de brindar
interpretaciones de la modernidad. Este curso/texto obliga a revisar todo el
recorrido de Foucault como profesor del Collège. Porque no sólo están presentes
aquí los griegos, con la misma fuerza que en los últimos años, sino que los
temas –y en algunos casos, incluso los textos con los que los aborda– son los mismos:
la verdad, el poder, la subjetividad.
Una forma de seguir
vivo
Más allá de la polémica mencionada anteriormente, lo cierto
es que quienes comenzamos a leer a Foucault apenas unos años antes de su muerte
no podemos dejar de alegrarnos cuando en la vidriera de una librería
encontramos “nuevos” libros suyos. Digámoslo, mejor, sin comillas: se trata de
libros nuevos. Por un lado, porque contienen aspectos desconocidos del trabajo
de Foucault que resignifican buena parte de su obra publicada con anterioridad.
Pero, además, porque proceden de un pensador de innegable actualidad. Es
imposible leer a Foucault como a un autor muerto. Desde un ingenuo sentido
común suele decirse que basta con que alguien vocifere “¡Fulano vive!” para
tener la certeza de que Fulano ha muerto. Nadie anuncia grandilocuentemente que
un vivo vive. Sin embargo... hay muertos que se han mostrado mucho más activos
que los vivos que se desviven por sepultarlos en las tumbas del olvido.
Indudablemente, Foucault es uno de ellos. Quizás aquí haya un artilugio mejor
que el empleado por los editores franceses para seguir publicando póstumos:
afirmar, sin más vueltas, que Foucault no ha muerto. Nos siguen sorprendiendo
sus respuestas filosas, desafiantes, en las entrevistas sobre la prisión, la
locura, la medicalización de la existencia. Nos siguen alimentando sus clases,
en las que hace decir a los griegos lo que ningún otro les hace decir. ¿No nos
sobran los motivos para anunciar, entonces, desde aquí que... “Foucault vive”?