“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

10/1/13

¡Michel Foucault vive!

Gustavo Santiago

La aparición de apuntes inéditos, de manuscritos que se creían perdidos, de textos dispersos en viejas publicaciones suelen despertar la sospecha de que alguien se está abusando de la posteridad de un escritor célebre. Sin negar la polémica acerca de cómo y cuánto respetar la voluntad del autor, la publicación póstuma de Michel Foucault es siempre un acontecimiento bienvenido. A la aparición de ‘El poder, una bestia magnífica’, donde se reúnen textos clave de los años ’70 y comienzos de los ’80 sobre poder y sociedad, se suma Lecciones sobre la voluntad de saber, transcripción del primer año de cursos de Foucault en el Collège de Francia. Dos novedades de peso a las que vale asomarse para comprobar que Foucault es, aun después de su muerte, un escritor de primerísima actualidad.

 A fines de los años ‘60, un hombre calvo, delgado y jovial irrumpía en la escena intelectual francesa, provocando una auténtica conmoción. Sus adeptos hablaban de él como “el sucesor de Sartre”; sus detractores le vaticinaban un pronto y seguro pasaje al cesto de las olvidadas modas filosóficas, típicas del gusto francés. Lo cierto es que, a casi treinta años de su muerte, Michel Foucault –porque obviamente de él se trata– parece gozar de perfecta salud. De ello da cuenta la incesante aparición de trabajos sobre su obra o, incluso, de nuevos textos del propio filósofo, como los que aquí serán objeto de comentario. ¿Textos póstumos, de Foucault? ¿No había prohibido expresamente el filósofo que se publicaran textos tras su muerte? Didier Eribon, en su biografía de Foucault, brinda algunos detalles de la batalla que se desató tras la muerte del filósofo. La presa en disputa era, fundamentalmente, el cuarto tomo de la Historia de la sexualidad, titulado Las confesiones de la carne, que Foucault habría terminado de redactar prácticamente en su lecho de muerte, sin alcanzar a darlo él mismo a la imprenta. ¿Había que publicarlo? Aparentemente, en textos privados escritos con anterioridad a su enfermedad –entre ellos, un “testamento de vida para abrir sólo en caso de accidente”, escrito en 1982, antes de emprender un viaje a Polonia–, Foucault se manifestaba en contra de toda publicación póstuma. Sin embargo, en otras oportunidades habría abogado por dar libertad a los textos mismos, independientemente de toda voluntad expresada por su autor.

La rigidez inicial de los herederos en cuanto a respetar la supuesta cláusula impuesta por Foucault se fue debilitando con el paso del tiempo. Aún se mantiene inflexible en cuanto a libros propiamente dichos, incluido, claro está, Las confesiones de la carne. ¿Con qué se construyen entonces los “nuevos” libros de Foucault? Básicamente con dos materiales. En primer lugar, con artículos breves, conferencias, prólogos, intervenciones periodísticas, que fueron hechos públicos en su momento, pero que se encontraban dispersos en una gran variedad de soportes. De la reunión de esos textos surgieron los monumentales tomos de Dits et écrits publicados en francés en 1994. No se trata aquí, en rigor, de libros póstumos, porque recopilan textos que ya habían sido publicados con la autorización del filósofo. No falta, de todos modos, quien se pregunta si el hecho de presentarlos juntos, con formato libro, no hace de esos textos parte de un objeto póstumo, que quizás al propio autor no le habría agradado del todo. Ahora bien, una vez aceptada esa publicación, hay algo que resulta inexplicable, y es el hecho de que no exista una traducción completa de esos textos al español. Esa falencia da lugar a que, de tiempo en tiempo, emerja en las librerías un “nuevo libro” de Foucault en nuestra lengua. Tal es el caso de uno de los textos de los que nos ocuparemos enseguida, El poder, una bestia magnífica, que presenta por primera vez en español varios textos que ya estaban en Dits et écrits.

La otra fuente de novedades foucaultianas es más controversial. Se trata de los cursos dictados por el filósofo en el Collège de France. ¿No cabe allí hablar de póstumos en sentido estricto? Cada uno de los volúmenes, que comenzaron a publicarse en 1997, viene acompañado por una doble justificación. Por un lado, los editores se amparan en el deseo de “satisfacer la muy intensa demanda de que eran objeto, tanto en Francia como en el extranjero”; por otro, la cuestionable definición de “inédito” que manejan: “No se trata de inéditos, porque esta edición reproduce la palabra pronunciada públicamente por Foucault, con exclusión del soporte escrito que utilizaba”. Demanda y oralidad son las dos grietas que encontraron los editores para no violar la supuesta cláusula foucaultiana, violándola. Pero la controversia no termina allí. Porque todos los cursos que se habían publicado hasta ahora tomaban como fuente la grabación de las clases. Pero del primer curso dictado por Foucault en el Collège no quedó registro oral. Lo que hay son los apuntes preparados por el filósofo para dictar sus clases. Hay texto, no voz. Texto inédito, aunque leído públicamente. ¿Alguien puede creer que fue éste un obstáculo para publicar el curso? Obviamente, no lo fue. Con el título Lecciones sobre la voluntad de saber acaba de aparecer en español la traducción de esos apuntes que habían sido publicados en Francia en 2011.

Fragmentos de una autobiografía

Los textos que conforman “El poder, una bestia magnífica” fueron publicados entre los años ‘70 y principios de los ‘80, y se centran en la novedosa concepción del poder con la cual Foucault alteró las categorías de toda discusión política.

Los primeros nueve trabajos –que abarcan la mitad del libro– son los más ricos conceptualmente. En ellos, Foucault da cuenta de su noción de poder, así como también de algunas particularidades metodológicas de sus investigaciones. El filósofo francés es plenamente consciente de su originalidad: “Procedo –afirma en ‘Poder y saber’– de una manera del todo irrazonable y pretenciosa bajo una apariencia de modestia, pero querer hablar de un objeto desconocido con un método no definido es pretensión, presunción, delirio de presunción”. Foucault no sólo habla de aquello que la filosofía nunca había considerado: las relaciones de poder, la locura, la sexualidad, la enfermedad, sino que lo hace, además, empleando modos que nada parecen tener que ver con los habituales en la especulación filosófica: “No soy filósofo, ni escritor. No hago una obra, hago investigaciones que son históricas y políticas al mismo tiempo”, afirma en la entrevista que da título al libro.

En esas investigaciones hay algunos elementos recurrentes que, si bien no permiten hablar de un método definido, sí dan cuenta de un proceder específicamente foucaultiano. En “El intelectual y los poderes”, confiesa: “Siempre quise que, en algún aspecto, mis libros fueran fragmentos de una autobiografía. Mis libros siempre fueron mis problemas personales con la locura, la prisión, la sexualidad”.

Pero esos problemas personales tenían que plasmarse en un cruce particular entre teoría y práctica: “Siempre me empeñé en que hubiera en mí y para mí una especie de ida y vuelta, de interferencia, de interconexión entre las actividades prácticas y el trabajo teórico o el trabajo histórico que hacía”. Finalmente señala que al elegir los temas u objetos a investigar cuidaba que permitieran establecer un enlace entre el pasado y su presente. Tomando como ejemplo su Historia de la locura, afirma: “Me parece que hice una historia lo bastante detallada para que suscitara preguntas en la gente que vive actualmente en la institución”.

En lo que se refiere a la noción de poder que maneja Foucault en aquellos años, queda claro que para él el poder no es algo que se tiene, o se almacena (ni, por tanto, algo que pueda arrebatarse). No hay un foco único del que emane el poder sino un complejo enmarañamiento de relaciones. En “Espacio, saber y poder” arremete contra aquellos que dan un contenido sustancial al poder: “Nada me irrita más que esas preguntas –metafísicas por definición– sobre los fundamentos del poder en una sociedad o sobre la autoinstitución de la sociedad. No hay fenómenos fundamentales. Sólo hay relaciones recíprocas y desfases perpetuos entre ellas”. Y en “Poder y saber” amplía esa idea: “En la sociedad hay millares y millares de relaciones de poder y, por consiguiente, de relaciones de fuerza, y por tanto de pequeños enfrentamientos, microluchas, por llamarlas de algún modo”. Foucault no se desentiende del estudio del poder político. Pero descubre que éste no sería posible si no tuviera sus raíces en ese micropoder que involucra a todos los componentes de la sociedad. Además, el filósofo insiste en que en esas relaciones de poder hay siempre una posibilidad de reversibilidad: “Las relaciones de poder suscitan necesariamente, exigen a cada instante, abren la posibilidad de una resistencia”.

Los textos recogidos en la segunda mitad del libro muestran cómo los análisis de Foucault se apoyaban en prácticas concretas. En el primer conjunto, titulado “La prisión”, se destacan dos textos ligados a su trabajo en el Grupo de Información sobre las Prisiones –el manifiesto del GIP y el primer folleto realizado por dicho grupo– y una entrevista realizada tras una visita del filósofo a la cárcel norteamericana de Attica, en 1972.

Finalmente, bajo el título “La vida y la ciencia”, se presenta una serie de textos centrados en la mirada foucaultiana sobre la medicina. Aquí hay dos auténticas perlas. Una es un escrito de dos páginas, transcripción de una intervención de Foucault en la conferencia de un médico al que se acusa de haber alentado la práctica sexual entre alumnos de un liceo. Foucault se encarga de presentar, en una apretada síntesis, algunos componentes ocultos de la medicina moderna: el secreto, la segregación, la conversión de aquello que para la religión era pecado en enfermedad, la defensa de los tabúes morales. En el último párrafo del texto sostiene que la medicina tiene en nuestros tiempos una función judicial: “Es ella la que define no sólo lo que es normal y no normal sino, en definitiva, lo que es lícito o no lícito, criminal o no criminal, lo que es desenfreno o práctica nociva”. La otra perla es el último texto que Foucault dio a la prensa en vida. Se trata de un texto en el que modifica un trabajo anterior –que también se publica aquí– acerca de Georges Canguilhem, titulado “La vida: la experiencia y la ciencia”.

La verdadera historia de la verdad

1970 fue el año de la consagración definitiva de Foucault. Ya había escrito un par de libros que inexplicablemente –incluso para él– se habían convertido en best sellers. Ya era una figura pública a la que se asociaba con la fuerza juvenil que había irrumpido en Mayo del ‘68. Si bien Foucault no participó activamente en los sucesos de París, porque en ese momento se encontraba en Túnez, fue a consecuencia de esos acontecimientos que terminó formando parte de la creación de la Universidad de Vincennes, hacia la que confluyó buena parte de la energía innovadora de ese Mayo. Pero, indudablemente, el reconocimiento académico le llegó al ser nombrado (luego de una votación en la que venció nada menos que a Paul Ricoeur e Yvon Belaval) profesor de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France, cargo que ocupó hasta su muerte, en 1984.

La “lección inaugural”, pronunciada el 2 de diciembre de 1970, fue publicada luego con el título de El orden del discurso. Una semana más tarde comenzaba con el primero de sus seminarios. Como mencionábamos antes, de este curso no hay registro de audio. Pero Foucault era muy meticuloso. Preparaba cada clase hasta el más mínimo detalle. De hecho, en la publicación de los cursos posteriores, las notas de los editores que surgen de las diferencias entre el registro oral y los apuntes preparados por Foucault son escasas y, por lo general, irrelevantes. De ahí que no haya que lamentar demasiado el hecho de que no se cuente con el audio.

¿De qué se trata este curso? Ante todo habría que advertir que no se trata de lecciones sobre el libro La voluntad de saber, primer tomo de la Historia de la sexualidad, que aparecerá unos años más tarde. Si hubiera que emparentarlo con un texto conocido de Foucault, por la temática y por el enfoque quizás habría que ligarlo a La verdad y las formas jurídicas, texto que reúne las conferencias dictadas por el filósofo en Río de Janeiro en 1973. La pregunta que mueve las investigaciones de Foucault que quedan plasmadas en ambos textos tiene un origen indisimuladamente nietzscheano. ¿Cuál es la voluntad que se enmascara tras una supuesta búsqueda del saber? O, dicho de otro modo, ¿cuál es la historia de la verdad?

Algo que cabe destacar es que, con la publicación de este curso, queda sin efecto una consideración hecha durante años por expositores de la filosofía foucaultiana. Esto es que Foucault sólo se ocupó de los griegos en su última etapa, cuando se había agotado su capacidad de brindar interpretaciones de la modernidad. Este curso/texto obliga a revisar todo el recorrido de Foucault como profesor del Collège. Porque no sólo están presentes aquí los griegos, con la misma fuerza que en los últimos años, sino que los temas –y en algunos casos, incluso los textos con los que los aborda– son los mismos: la verdad, el poder, la subjetividad.

Una forma de seguir vivo

Más allá de la polémica mencionada anteriormente, lo cierto es que quienes comenzamos a leer a Foucault apenas unos años antes de su muerte no podemos dejar de alegrarnos cuando en la vidriera de una librería encontramos “nuevos” libros suyos. Digámoslo, mejor, sin comillas: se trata de libros nuevos. Por un lado, porque contienen aspectos desconocidos del trabajo de Foucault que resignifican buena parte de su obra publicada con anterioridad. Pero, además, porque proceden de un pensador de innegable actualidad. Es imposible leer a Foucault como a un autor muerto. Desde un ingenuo sentido común suele decirse que basta con que alguien vocifere “¡Fulano vive!” para tener la certeza de que Fulano ha muerto. Nadie anuncia grandilocuentemente que un vivo vive. Sin embargo... hay muertos que se han mostrado mucho más activos que los vivos que se desviven por sepultarlos en las tumbas del olvido. Indudablemente, Foucault es uno de ellos. Quizás aquí haya un artilugio mejor que el empleado por los editores franceses para seguir publicando póstumos: afirmar, sin más vueltas, que Foucault no ha muerto. Nos siguen sorprendiendo sus respuestas filosas, desafiantes, en las entrevistas sobre la prisión, la locura, la medicalización de la existencia. Nos siguen alimentando sus clases, en las que hace decir a los griegos lo que ningún otro les hace decir. ¿No nos sobran los motivos para anunciar, entonces, desde aquí que... “Foucault vive”?