para protegerse de los ataques de la extrema derecha, prohibía el Partido Comunista y restablecía la pena de muerte. Los registros se multiplicaron en los locales socialdemócratas y numerosos militantes fueron detenidos.
Combatientes heroicos
El 10 de febrero de 1934, Seitz, presidente del Partido
Socialdemócrata, era relevado de sus funciones de alcalde de Viena. Una vez
más, la dirección del partido no hizo nada, pero la reacción vino de los
responsables de la ciudad de Linz. El 11 de febrero, anunciaron que, si el
ejército venía a registrar sus locales, se defenderían con las armas en
la mano. La mañana del 12, un grupo de unos cuarenta miembros del Schutzbund, se
opusieron a la policía venida a sitiar el cuartel general del Partido
Socialdemócrata de Alta-Austria. Luego, a regañadientes, por un solo voto de
diferencia, en la mañana del 12 de febrero la dirección nacional del partido
lanzó finalmente un llamamiento a la huelga general y a la movilización del Schutzbund,
como le pedía un mensaje enviado por los sublevados de Linz. Paralelamente,
intentaba una última concertación con el presidente cristianosocial de la
región de Viena… ¡para proponerle entrar en un gobierno de coalición bajo su
dirección!
En este contexto, la clase obrera, a la que tantas veces se
le había pedido esperar, inició la huelga en orden disperso. Muchos
trabajadores, desmoralizados por el hecho de que el partido hubiese rechazado
toda lucha contra las medidas antiobreras tomadas desde 1931, desconfiaban de
él. Las tropas del Schutzbund que se movilizaron fueron apostadas en sus
barrios, a la espera de la ofensiva de las tropas gubernamentales. Esto
dio tiempo al adversario para tomar posiciones en la mayoría de los puntos
estratégicos y de hacerlos inexpugnables. Un informe gubernamental admitió más
tarde que “las primeras horas del mediodía hasta las 14:30 representaron un
periodo de debilidad”. Si, como estaba previsto, el Schutzbund hubiera ocupado
los puentes, las estaciones, los puestos de policía, los centros de
comunicación, etc., la relación de fuerzas militares habría sido diferente y el
éxito hubiera sido posible todavía.
El ejército se lanzó entonces al asalto de los barrios obreros
de Viena. Los trabajadores y los militantes se defendieron con valentía, casa
por casa, hasta el punto de que el gobierno decidió recurrir a la
artillería. Los combates más violentos se desarrollaron en Graz, en Steyr
y en muchas ciudades industriales. El ejército, apoyado por la Heimwehr (la
Guardia Local), la milicia de extrema derecha creada a partir de los restos del
antiguo ejército imperial, tardó cuatro días en dominar la insurrección. El
número de muertos de lado de los combatientes del Schutzbund y de la población
obrera se elevó a varios centenares. Muchos militantes socialistas fueron
llevados ante los tribunales militares, nueve de ellos condenados a muerte y
ejecutados.
El camino estaba abierto a una evolución más dictatorial del
régimen. El Partido Socialdemócrata fue disuelto y sus militantes perseguidos.
El propio Dollfuss fue asesinado meses más tarde por un militante fascista. En
1938, un régimen nazi fue instaurado a favor del Anschluss, la anexión de
Austria por la Alemania hitleriana.
El drama del
proletariado austriaco
Esta trágica derrota se inscribía en el hecho de los
continuos retrocesos y traiciones de la socialdemocracia austriaca desde el fin
de la guerra, a pesar de la abundante utilización, bajo la etiqueta de
austro-marxismo, de frases “revolucionarias”. “El austro- marxismo es una
teoría erudita y rebuscada de la pasividad y de la capitulación”, escribía
Trotsky en 1921, que había vivido en Austria entre 1907 y 1914 y había
tenido la ocasión de conocerlo desde dentro.
El Partido Obrero Socialdemócrata austriaco se había
convertido en el más potente de Europa, en relación a la población del
país. Pero en 1919, cuando la caída de la dinastía de los
Habsburgo abrió una situación revolucionaria, la socialdemocracia utilizó su
inmensa fuerza para salvar el orden burgués. Así es como Otto Bauer, uno de los
principales dirigentes del partido, asumió más tarde esta política. “Esos días
cuando todas las autoridades caducas se derrumbaban, la socialdemocracia era
más fuerte que nunca. Era ella, y sólo ella, la que todavía podía disciplinar a
las masas de proletarios armados que se reunían en los cuarteles, ponerlos bajo
su dirección, introducirles su ideología e impedir de esta manera
que hiciesen mal uso de sus armas”
En ese mismo año de 1919, los soviets húngaros enfrentados a
la agresión de los ejércitos imperialistas pidieron ayuda. Los socialdemócratas
austriacos en nombre de la neutralidad, rechazaron ayudarles no solo
militarmente sino incluso abasteciéndoles de provisiones. En Austria, los
consejos obreros fueron transformados en un gigantesco aparato burocrático. El
Partido Socialdemócrata se lanzó, en Viena, a una política de
reformas sociales avanzadas para la época, con la construcción de viviendas
sociales de calidad y baratas y el desarrollo de una red de asistencia social,
de sanidad y de tiempo libre. Estas realizaciones, conocidas en la historia con
el nombre de Viena la Roja, reforzaron su credibilidad y pudieron hacer crecer
las ilusiones durante un tiempo… antes de que Austria fuera atrapada por la
crisis del capitalismo.
En julio de 1927, con ocasión de una manifestación
espontánea que protestaba contra el sobreseimiento acordado a dos fascistas que
habían asesinado a manifestantes obreros, la muchedumbre encolerizada atacó el
Palacio de Justicia de Viena y le prendió fuego. El gobierno ordenó disparar
contra los manifestantes, 89 cayeron bajo las balas de la policía y 1.600
fueron heridos. El Partido se opuso con energía a los trabajadores que
pedían armas para defenderse, y el Schutzbund fue inmovilizado, incluso
utilizado para controlar y frenar la protesta de las masas.
En 1930, el Partido Socialdemócrata representaba todavía el
41% del electorado y contaba con 600.000 miembros. Pero el 15 de marzo de 1933,
cuando después de haber quebrado una huelga de los ferroviarios, Dollfuss
suspendió el Parlamento, no reaccionó. Otto Bauer le explicará más tarde:
“Podríamos haber respondido el 15 de marzo convocando una huelga general. Las
condiciones de éxito nunca habían sido mejores. Las masas trabajadoras
esperaban nuestra señal. (…) Pero retrocedimos, desconcertados en pleno combate
(…). La guerra estalló once meses más tarde, pero en unas condiciones peores
para nosotros.” No se puede expresar mejor cuán lejos estaba la clase
obrera y los combatientes de febrero de 1934 de tener la dirección que
merecían.
Traducción de F.P.