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En ese retiro podría obtener la anhelada serenidad. Al llegar, por ejemplo, las fechas navideñas de ese año, Wittgenstein escribe en su diario: “Por desgracia, debo ir a Viena. (…) el pensamiento de ir a casa me aterra”. En realidad, él sólo piensa en poder volver cuanto antes a su retiro: “Estar solo aquí me hace un bien infinito, y no creo que pudiera soportar la vida entre las personas”. La semana antes de marcharse anotó: “Mis días aquí transcurren entre la lógica, silbar, pasear y estar deprimido”. La aparición de la lógica no es en absoluto casual: Wittgenstein está convencido, en ese momento, de que la solución de los problemas de lógica está irreductiblemente unida a su propia condición vital.