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Libro libre ✆ John Frederick Peto |
Nicolás González
Varela
En 1821, Heinrich Heine escribió en su obra Almansor. Eine Tragödie que “Dort, wo man Bücher verbrennt, verbrennt
man am Ende auch Menschen”: donde se queman libros, al final, también se
quemará a los hombres. Heine rememoraba a Mohamed Ibn Abi Amir, dit Almansor,
heredero forzado en el culto califato de Córdoba, ambicioso militar, filicida,
que permitió que los teólogos musulmanes quemaran todos los libros que
contradijeran la fe de Mahoma. Podría parafrasearse diciendo que donde se
tritura un libro, ¿se triturará también a los hombres?
Hoy ya los biblioclastas (o más bien bibliofóbicos) no son
intolerantes radicales o emperadores despóticos en busca de borrar pasado y
opositores, sino una gris tarea de posmarketing
de la industria editorial. Descubrimos horrorizados que las editoriales
destruyen sus libros malvendidos. Es indiferente su calidad literaria. Malthus
había descubierto la hermosa Trinidad, esos “delicados
monstruos” de la producción y la crisis capitalista: sobreproducción,
sobrepoblación, sobreconsumo. Y a pesar del aura que lo rodea, el libro no
escapa a esta lógica. Entonces a las tres formas básicas de biblioclastía
(superstición, incuria, interés) se sumaría una cuarta: la superproducción. A
la ingente generación geométrica de libros se le enfrenta una progresión
aritmética de lectores, diferencia que se manifiesta como stock inexplicable.