Carlos Maldonado
Especial para La Página |
El editorial del 7 de junio de 2012,
de Prensa Libre, el matutino de mayor circulación en Guatemala se tituló “Penoso rechazo a mejora educativa”, en
el marco de las protestas estudiantiles de Escuelas Normales por la proposición
de que los nuevos egresados del magisterio solo estudien dos años para obtener
un título de bachiller como pase para obtener el de Profesor por cuyo título debían
estudiar otros tres años en la Universidad. Rechazo no por la propuesta en sí,
sino porque los estudiantes adujeron desconocerla pues, sencillamente, no
fueron invitados a su discusión.
"Canto a mi Guatemala" de José Ernesto Monzón |
Y, esto que tiene que ver con
independencia y soberanía, ha sido reducido a la mínima expresión pues la
oligarquía nacional ha apostado por un modelo capitalista de plantación y
extractivo que por su misma naturaleza monocultivista y primaria es dependiente
y rudimentario. Ha entregado, ante el papel histórico que le ha señalado el
imperialismo aunada a la falta de un emprendimiento capitalista propio, los
recursos naturales y energéticos en bruto a las transnacionales, lo que ha
derivado en que la fuerza de trabajo no tenga mayores rangos de conocimiento ya
que la simpleza y rusticidad del trabajo no lo requiere así. No es necesaria
una fuerza de trabajo tecnificada para sembrar la tierra, para cortar caña,
para tapiscar café, para recoger los frutos de la palma, para trabajar en las
minas. Además, está ampliamente comprobado que la nación que entrega sus
recursos en bruto pierde enorme riqueza pues la empresa o nación que se los
lleva y explota es la que se queda con la parte del león por el valor que le
agrega en su transformación, la cual, en el mercado de futuros adquiere a un
precio mucho mayor por ese valor agregado.
Ese diferencial es lo que marca la
desigualdad entre países desarrollados y subdesarrollados. Barrera que,
precisamente, siguen fomentando y no les interesa cambiar a las naciones
desarrolladas para seguir explotando de esa manera a los países tecnológicamente
atrasados a partir de adquirir a un precio ínfimo sus materias primas, negarles
la técnica más avanzada y, como corolario, seguir atrayendo a sus mejores
cerebros, cuya formación pagaron sus conciudadanos, para que sus conocimientos se
pongan al servicio de sus procesos y estrategias de producción y prevalencia de
este sistema injusto.
En Guatemala, la concentración de la
propiedad en pocas manos le da el cariz clasista a la estructura económica del
país; pero ésta, arraigada en la producción primaria le concede el carácter limitado a la fuerza de trabajo de lo que se
deriva que su andamiaje educativo no sea más que un apéndice de la ideología
dominante la cual está fincada en lo simple y natural; en la supersticioso y
autoritario. Pocas son las industrias transformativas y éstas no van más allá
de la producción intermedia como el hacer clavos, lañas, láminas, muebles, blocks,
por ejemplo. O, que en los últimos años el capital, como relación, le ha proporcionado
el papel de ensambladores a nuestros países. Actividades y procedimientos que
no requieren mayor valor agregado ni una tecnificación elevada de la fuerza de
trabajo. Entre el espanto y la mentira.
Para la oligarquía guatemalteca el
estudio, la tecnificación hacia los trabajadores es un derroche de recursos, es
un factor peligroso que le puede traer muchos dolores de cabeza. Además, no
necesitan gente de esas categorías pues su ganancia se basa en la explotación
intensiva de mano de obra ignorante y fanática que por lo mismo, es dócil y
fácilmente dominable, manipulable y reprimida.
Grandes latifundios privados
señorean el campo guatemalteco donde los monocultivos prevalecen, mientras la
pequeña propiedad, mayoritariamente explotada por productores de ascendencia
indígena, ha sido arrinconada a las laderas, no aptas para la agricultura sino para
lo forestal, pero que ante la concentración de las mejores tierras en las manos
oligarcas no queda otra alternativa.
Abandonados a su suerte sin la
cobertura de políticas de asistencia técnica, mucho menos crediticia y que, a
pesar de esas precarias condiciones, estos pequeños agricultores demuestra su
aplomo y creatividad al ofrecer la mayor diversidad en granos, legumbres y
vegetales que los que en su mayoría se pueden adquirir en los mercados internos
y que son la dieta básica de los habitantes del país. Empero, precisamente por
ese arrinconamiento paulatino pero creciente, a raíz de la incursión de otros
monocultivos de plantación como la palma africana y el cardamomo como fruto de
las políticas de libre comercio propias de los tratados de esta naturaleza con
países altamente desarrollados como Estados Unidos, la atomización de su
propiedad al dividirse entre varios de sus herederos, la poca productividad de
la tierra, los pequeños agricultores se van desprendiendo de sus parcelas, por la
escasa capacidad técnica y financiera que impide sufragar sus altos costos de
mantenimiento frente a una competencia capitalista hondamente tecnificada y con
costos, por lo mismo, mucho menores que se evidencian en el mercado
internacional de bienes y servicios. Esto, los convierte automáticamente en
proletarios agrícolas al servicio de las grandes plantaciones.
Por si esto fuera poco, el país no
es gratificado con la inversión de las ganancias de los plantadores pues estos
prefieren ubicarlas en la banca extranjera y no en la nacional lo cual indica una
grave contradicción dentro del mismo planteamiento capitalista al no trocarse
esos dividendos en capital que pudiera destinarse a desarrollar la economía
local sino en la especulación mundial a través de las bolsas de valores y en el
consumo de productos suntuarios importados. También se ha notado últimamente
que muchos de esos capitales se destinan a inversiones de tipo comercial que
por la rotación de las mercancías de escaso valor agregado, su tasa de retorno
es mucho más rápida. Esto, sin incluir el capital proveniente de negocios
“ilícitos” como el narcotráfico.
De ahí que en ciudad Guatemala,
donde se ubica el epicentro de desarrollo del país, el contraste entre la cada
vez mayor proliferación de emigrados del campo que se convierten rápidamente en
mendigos y vendedores de chinerías en los cruces de calles y paradas de
semáforos y de buses, por la pobre oferta de puestos de trabajo, y los enormes
autos lujosos de tipo agrícola, que se importan no para esas actividades, sino
porque ofrecen mayor confort, seguridad y lujo a sus dueños pagando menos
impuestos por esa condición de agrícola, sea grotesca. Que, la proliferación de
cinturones de miseria y asentamientos humanos sin control territorial sea una
contradicción aberrante con los nuevos edificios y centros comerciales
fastuosos que han brotado como hongos después de la lluvia. Realidad que ahora se
ha extendido a otros centros urbanos del país donde los campesinos expulsados
por esta economía monocultivista y extractiva conforman las modernas plebes de
las ciudades con sus consabidas cuotas de hacinamiento, escasez de servicios,
criminalidad, vicios y degeneración humana.
Otro elemento negativo en esta
decadencia del modelo agrícola en Guatemala que no se puede dejar de mencionar,
es la que como consecuencia inmediata de la entrada en vigencia del TLC con el
norte, la transgenización de las semillas por parte de la Monsanto, la
transnacional más importante de este tipo a nivel mundial, ha provocando la
dependencia de los pequeños productores con respecto a este tipo de semillas. Por
tanto, Guatemala después de ser un gran productor milenario de granos como
frijol, maíz, maicillo y otros ha tenido que importar dichos productos
reflejando así una variante negativa en su soberanía alimentaria lo que también
se refleja en el déficit de su balanza productiva y comercial; el trabajo y la
propiedad en el campo y, por supuesto, la proliferación de contradicciones en
un país agrícola por antonomasia como son la desnutrición crónica y el hambre,
lo cual no se había visto con anterioridad pero que en pleno siglo XXI, es una
realidad.
Por estas minucias, el mencionado
editorial es muy pobre en su análisis, pues trata de examinar un tema tan
importante como la educación sin relacionarlo con otros factores cruciales como
la base de la producción y la estructura de la propiedad. Carente de esa facultad
educativa que debiera tener cualquier opinión de un medio, no obstante, la
perorata del editorial establece sin mucha profundidad que “luego de muchos
intentos se logra consensuar un modelo educativo”. Falso el dictamen, ya que no
es un modelo educativo, sino solamente la propuesta de una Mesa Técnica (¿?)
que no tuvo ni siquiera el consenso de los estudiantes cuya presencia debe ser
obligada por ser actores infaltables en este tema, lo cual hubiera evitado su
rechazo y resistencia al simplemente incluirlos en la propuesta. Más pareciera
que fuera la imposición una costumbre arraigada en los gobernantes que se
llenan la boca de democracia pero a la hora de la resistencia no escatiman en
la represión.
Por otro lado, pareciera que el
campo siempre sigue quedando fuera de estas iniciativas nacionales pues no
existen, generalmente, centros de enseñanza media en la mayoría de las aldeas lo
cual pudiera acercar dicha educación a los hijos de los campesinos, no digamos
los de tipo superior que hagan factible la moción por la especialización en el
magisterio para estos jóvenes. Esto obviamente, los alejará de esta disciplina
que es lo que en el fondo se pretende.
En lo que si se está de acuerdo con
el editorialista es que “…la educación nacional está enclaustrada en un círculo
vicioso de incompetencias que se inicia en la preprimaria y desemboca en el
ciclo diversificado con el egreso de profesionales deficientes, entre quienes
se cuentan los maestros. Por eso es plausible la exigencia de los mentores se
gradúen en el nivel universitario, porque ese es el único camino para resolver
las graves deficiencias formativas en todos los niveles.”
Ese razonamiento es indiscutible al afirmar
que desde la infancia la educación a todos niveles está mal, en lo público pero
también en lo privado. Con el agravante que éste último no tiene la misma
supervisión que el primero, primando el “negocio” de la educación sobre el
interés colectivo y del país. Y, así Guatemala sigue estando rezagada en todos
los ámbitos de desarrollo humano, empezando con la ciencia, la investigación y el
conocimiento. En ello, el Estado oligárquico no incurre en mayores gastos. El
esfuerzo por cimentar una era de luces no es culpa de los estudiantes ni
siquiera de los profesores. Es culpa de una clase parásita miope que solo le ha
interesado acumular mayores ganancias sin invertir en el capital humano que,
incluso, pudiera “colaborar” con ella en acrecentarlas por medio de la técnica
a cambio de una mejoría en su nivel de vida. En el incremento de sus
oportunidades. Pero no, parece que esa clase parasitaria, obviamente por
ignorante e inculta, tampoco ha visto a tiempo las oportunidades que le han
podido abrir las circunstancias al cultivar a todo un pueblo. ¿O, ha visto el
peligro que eso representa? Contradicciones que, sin embargo, tarde o temprano
tenían que salir a flote y que ahora quieren endilgárseles a los estudiantes.
¡Qué pifia!
Al contrario, esa clase sigue fraccionando
al país entre el campo y la ciudad. Fijando el futuro en una economía
monocultivista, extractiva y primitiva cuyos réditos para el país son
bochornosos e insultantes por las míseras regalías que el Estado “acuerda” con
las transnacionales por la explotación de los recursos naturales y energéticos
que son de todos, pero que ellos, se abrogan el derecho de otorgar sin mayores
beneficios. Recursos que se encuentran en el suelo y el subsuelo de territorios
donde se asientan las comunidades irrespetando así su propiedad, su forma de
vida, su cosmovisión, su riqueza natural y energética, su endeble existencia y
su salud por un ríspido arreglo neoliberal cuyas recetas han caducado por su
inviabilidad y deterioro del ambiente y de las especies de seres vivos
incluyendo la humana.
Guatemala, por todo lo anotado, para
la oligarquía anodina, sigue siendo su feudo. La patria del criollo, el cual no
quiere perder su paraíso en cuya casona puede seguir adosando su hamaca para, desde
allí, poder tranquilamente contemplar cómo trabajan para él sus siervos. Más temprano
que tarde el vendaval arrebatará sus necrófilas ideas que por caducas pronto
serán barridas.
Y, aunque envíen a miles de hordas
represivas de las “fuerzas del orden”, las contradicciones que se han creado
son irreversibles. Los estudiantes, a pesar de toda la basura a que han sido
expuestos, han demostrado que la conciencia no se forja solo leyendo, sino
viviendo las experiencias más absurdas de la desigualdad y la marginación. La
lectura sirve, siempre y cuando, ayude a entender de dónde vienen esas discordancias.
Hasta el momento, los estudiantes han
educado a sus represores que la fuerza es sinónimo de debilidad. Que los
agresores siempre han sido las huestes de la oligarquía como lo fueron también en
el pasado. Que han sido y siguen siendo, los asesinos quienes detestan la
verdad y no los jóvenes que lo que único que quieren es una vida mejor. Por lo
menos, mejor que la que vivieron y viven sus padres. Que el futuro es del que
sepa forjar una sociedad más justa y equitativa.
Que una reforma educativa es urgente
e ineludible es una verdad tan grande como el sol, pero no será a la medida que
la oligarquía la quiere implementar. Si en verdad se desea un consenso, es
imprescindible que los estudiantes y los maestros opinen sobre ella porque los tecnócratas
que hoy trabajan para los oligarcas no conocen de las reales necesidades y
aspiraciones de la población. Y, cómo nos lo recordara el movimiento estudiantil
mexicano, al oponerse a las estulticias de sus gobernantes y demostrar al mundo
que los terroristas son estos, repetimos sus consignas que ahora son de todos
los estudiantes de Latinoamérica y el mundo: Nada con la fuerza, todo con la
razón, Libros sí, bayonetas no, No somos uno, no somos cien; prensa vendida,
cuéntanos bien.