Hace cerca de una década, la bandera del arco iris ondeó en
Beirut en una manifestación ciudadana. Era el 23 de marzo, tres días después
del primer bombardeo sobre Bagdad, y Leil-Zahra Mortada y cinco personas más
salieron a la calle a denunciar la invasión de Irak reivindicando su identidad
sexual y bajo su propia enseña. Marcaron un hito histórico: fue la primera vez
que alguien se atrevió a hacerlo en público en el mundo árabohablante. De ahí
nació Helem (Sueño), la primera organización LGBT (lesbianas, gays, bisexuales
y personas transgénero) de la región, que al año siguiente osó exigir el
reconocimiento público de las autoridades de su país. Leil-Zahra y unos pocos
más se personaron en el ministerio del Interior y entregaron los formularios.
No pasó nada.
Helem, cuyas siglas corresponden al acrónimo en árabe
Protección Libanesa para lesbianas, gays, bisexuales y transexuales, dio
esperanzas a la comunidad LGBT del mundo árabe. Fue la primera organización que
reivindicó su derecho a ocupar el espacio público y la primera en publicar, en
2005, una revista para el colectivo, Barra (Afuera). Poco después, en 2004, se
creó el grupo de apoyo a las lesbianas palestinas Aswat (Voces), que aunque
está basado en Haifa, en territorio israelí, trabaja también en Cisjordania y
Gaza. Ese mismo año nació en Marruecos el portal Gay Maroc que se transformaría
en 2005 en la asociación Kif Kif, que significa iguales en amazigh. Kif Kif
lanzó en 2007 la revista digital Mithly, el término que usa el discurso
contemporáneo gay en árabe, que se publica en papel desde hace dos años. En
2007, también en el Líbano, surgió Meem, una suerte de escisión de Helem
integrada por lesbianas y personas transgénero.
Que Helem naciera sin excesivos problemas fue fruto en gran
parte de la coyuntura internacional y del hecho de que Beirut es una de las
ciudades más cosmopolitas y occidentalizadas de la región. “Siempre me he
preguntado por qué pasó en el Líbano y creo que fue a causa de un conjunto de
factores. Quizá sólo podía pasar en Beirut y el momento político era el
adecuado. Tres años antes nos hubieran matado y tres años después, no nos
habrían dejado”, recuerda Leil-Zahra Mortada en Barcelona, donde vive desde
hace unos años, aunque se escapa a menudo a Egipto. Leil-Zahra se introdujo en
el activismo –propalestino y anticapitalista- tan joven, a los 14 años, que ya
estaba curtido y era casi veterano cuando reivindicó su orientación sexual
públicamente en la calle, aunque tenía poco más de veinte años. El 23 de marzo
de 2003, cuando decidieron salir de las sombras, eran conscientes de los
peligros, de que quizá los echarían de la protesta, habría detenciones y
sufrirían ataques personales en los medios de comunicación. Pero centraron su
lucha en un marco más amplio, el del movimiento antiguerra, y tejieron alianzas
con organizaciones feministas y de la izquierda radical, que los protegieron y
les prestaron su apoyo. Y funcionó.
Desde que decidió convertir su identidad de género en una
lucha, Leil-Zahra Mortada trabaja bajo dos lemas que siguen vigentes hoy en
día: “Uno: no hay terapia para la homosexualidad, pero sí hay terapia contra la
homofobia. Dos: si eres homófobo es tu problema, no el mío”. Pero la terapia
para curar la homofobia es larga y deja mucho que desear. Tantos años después
de ese paso histórico, algo ha cambiado, pero no tanto como cabría esperar. El
artículo 534 del código penal libanés, que tipifica y castiga con penas de
prisión lo que denomina “coito antinatural”, sigue en vigor. Helem ya no es la
única organización que existe en la región, pero muchos LGBT siguen sintiéndose
solos y viviendo una doble vida y aunque se ha incrementado la concienciación y
se acepta su existencia, la homosexualidad sigue siendo un tabú. Las minorías
sexuales de la región, además, son víctimas de un estigma creciente a medida
que crece el peso de la religión en sus sociedades: la homosexualidad es una
“perversión” importada del exterior que muchos utilizan para diferenciarse de
la “decadencia” asociada el mundo occidental.
La euforia de las revueltas contra las dictaduras que
arrancaron en Túnez en diciembre de 2010 hizo que el colectivo LGBT, o al menos
algunos de sus miembros, concibiera esperanzas de un cambio más rápido del que
jamás se hubieran atrevido a soñar. “Deseé y esperé lo imposible el año pasado
cuando [Hosni] Mubarak fue derrocado. Fue un momento espléndido de ingenuo
optimismo”, recuerda con una cierta amargura Nilesby, el seudónimo que usa en
Twitter una egipcia de El Cairo, de 26 años, que mantiene una relación estable
con otra mujer.
Como ella, muchos LGBT han apoyado y participan activamente
en las protestas, pero como individuos, no como colectivo, y sin reivindicar su
especificidad ni su agenda. Nilesby estuvo en Tahrir, pero se desilusionó
pronto. Leil-Zahra, muy vinculado con el activismo revolucionario egipcio,
viajó al país en marzo y se instaló en la plaza de la Liberación, donde empezó
a colaborar con la campaña contra los tribunales militares para civiles.
Estando allí, vio cómo muchos homosexuales tiraban la toalla y abandonaban la
plaza. “Llegó un momento en el que algunos se cansaron. Se estaban construyendo
afinidades, pero hubo alguna discriminación, aunque fuera a nivel verbal, y
hubo gente que se marchó. No es una crítica, porque nunca pediré a una persona
que asuma un riesgo tan grande, pero es necesario aguantar y reivindicar y
seguir estando allí”, afirma. “Cuando arrancamos la lucha en el Líbano, los
movimientos sociales tampoco nos apoyaron. Salimos a la calle con nuestras
pancartas, diciendo que formábamos parte del movimiento contra la guerra en
Irak. En Egipto no pasó eso por muchas razones. Hablo desde mi comodidad
europea, pero si fuera mi decisión personal optaría por asumir ese riesgo, como
lo hicimos en el Líbano, cuando nos dijimos que si esta lucha en algún momento
va a acabar con sangre mejor ahora que esperar ocho años”.
Fadi, un homosexual de Túnez ya activo en la disidencia
online contra el régimen de Ben Ali, diseminó la información de la revuelta
desde la red y asistió a las protestas que se celebraron en la ciudad donde
vive, en el interior del país. Pero lo hizo como un revolucionario más, no como
víctima de una discriminación añadida. No sería hasta después de la huida del
dictador cuando abrió la revista digital GayDay Magazine, que celebró en marzo
su primer aniversario. Aunque revela parte de su identidad en el blog político
que escribe, mantiene separados los dos activismos y Fadi es el seudónimo que
utiliza para el LGBT. Mohamed, en Jordania, fue a celebrar el 11 de febrero de
2011 la caída de Mubarak ante la embajada egipcia en Amman y después asistió a
las protestas que se celebraron en el país exigiendo una monarquía
constitucional. Piensa seguir haciéndolo, afirma, “hasta que acabemos con
nuestra propia era franquista”. También miembros de Kif Kif participan
activamente en el Movimiento 20 de febrero que surgió en Marruecos para exigir
reformas a Mohamed VI, aunque no esperan que recoja sus demandas. “Estamos un
poco defraudados. Cuando los islamistas integraban el movimiento, no se podía
hablar, y los partidos republicanos que ahora lo controlan, y que son más
amigables, consideran que no es prioritario y que ya se irá solucionando”,
explica en una conversación por Skype el activista LGBT marroquí Samir Bargachi,
uno de los fundadores de Gay Maroc y Kif Kif, que tras vivir unos años en
España se ha instalado en Alemania. Sólo Maryam, un nombre supuesto para una
lesbiana bahreiní, se ha mantenido un poco al margen de las protestas contra la
dinastía Al Jalifa que arrancaron el 14 de febrero de 2011 en la rotonda de la
Perla de Manama. “Respeto a los manifestantes, pero no tienen nada que ver con
los derechos LGBT y probablemente no nos apoyan”, afirma en una entrevista vía
email. “Pedir libertad y derechos humanos es un paso adelante, pero quién sabe
dónde nos llevará. Quizá acabemos teniendo más derechos políticos, pero menos
derechos religiosos, o más libertad de expresión, pero menos tolerancia. Es
difícil predecir qué pasará y más cuando nadie habla de nosotros en absoluto”.
¿Es ahora el momento adecuado de plantar batalla como lo fue
la efervescencia del movimiento antiguerra en el Líbano cuando nació Helem? ¿Ha
habido alguna vez un momento oportuno? ¿Va a existir nunca? ¿O los homosexuales
de la región deben seguir aplazando eternamente su lucha? “Si hay algo que
nosotras, queers y mujeres, escuchamos más que los ataques sexistas y
homo/trans fóbicos es no es el momento de hablar”, escribió Leil-Zahra en una
entrada de su blog en mayo de 2011. "Una y otra vez hemos esperado, y
hemos puesto la gran causa en primer lugar, sólo para ver que una vez las cosas
se resuelven nos hacen retroceder... Hemos aprendido que sí, que no es el
momento, simplemente porque el momento para hablar claro fue ayer... Nuestras
demandas son sólo nuestras porque la causa mayor sólo raramente las
adopta...”.
Es pronto para valorar cómo la llamada primavera árabe
afectará a los derechos y la agenda gay y hacer una lectura de lo que está
sucediendo. Un revolución no se hace en un año y pasarán muchos antes de que se
perciban los cambios. Hassan el Menyawi, el profesor egipcio y activista LGBT
exiliado en Estados Unidos, abogaba hace unos años por lo que llamaba el
“activismo en el armario”, es decir, el activismo clandestino en el marco de
esa “causa mayor” a la que se refería Leil-Zahra, la de la democracia, los
derechos humanos, la justicia social y las libertades para todos. Ahora cree
que ha llegado el momento de abrir las puertas del ropero y trabajar
abiertamente. El mundo árabe, escribió en marzo del 2011, ya no teme a las
palabras y está listo para que con el tiempo se pueda discutir los derechos
LGBT en los programas televisados de Al Jazira y Al Arabiya.
La ola de protestas, al menos, ha disparado el debate. Poco
después de la caída de Ben Ali y Mubarak, alguien, bajo el seudónimo de Reem,
planteó la discusión en Ahwaa (Pasiones), una plataforma digital nacida en
Bahréin al amparo de las revueltas para ofrecer al colectivo LGBT de la región
un espacio seguro para expresarse e interactuar sin censura ni amenazas. “Me
pregunto si las protestas revolucionarias que se suceden a lo largo del mundo
árabe supondrán un paso adelante para los derechos gay o si todavía tenemos que
llegar a esa fase de tolerancia y aceptación”, escribió. Los comentarios que
suscitó son un buen termómetro sobre cómo el colectivo valora su futuro más
cercano. “Eso está por ver... La gente no parece que esté lista para que se
pueda discutir ante la gran audiencia y es todavía un tabú muy grande y algunos
dirán que irrelevante actualmente”, le contestó Samir82. “Como me dice un amigo
egipcio, quizá necesitaremos antes un centenar de revoluciones más. Al menos,
sacar a la luz esta cuestión en el discurso público es una manera de empezar”,
añadió Lonelynumber.
Se trata de la “visibilidad” que reivindican Leil-Zahra
Mortada y Samir Bargachi como paso indispensable para la aceptación. “La
visibilidad es la mejor arma contra la homofobia, el sexismo y el machismo”,
sostiene Leil-Zahra, que cree que el colectivo LGBT debe tomar ejemplo de las
mujeres y afilar las armas. “Es el momento de construir afinidades y buscar
alianzas. Sería un suicidio sacar la bandera LGBT en Tahrir, pero es importante
trabajar allí y mostrarse poco a poco a los conocidos. Se trata de preguntar,
¿Qué opináis sobre mí? y la gente va cambiando el chip. Eso lo hicieron las
mujeres. Dijeron: Nosotras apoyamos la revolución, somos parte de la revolución
y no regresaremos a casa aunque nos acoséis o discriminéis. Sufrieron mucho,
tanto por parte del ejército como de los manifestantes, pero conservaron su
espacio. La lucha LGBT siempre ha aprendido de la lucha feminista y nos toca
hacerlo otra vez”. Su admiración por el papel que jugaron las mujeres en el
levantamiento contra Mubarak es evidente: Leil-Zahra fue quien compiló en
Facebook tras la revolución un álbum fotográfico de homenaje a la lucha
femenina en las calles de Egipto que se hizo muy conocido en la red y está
trabajando ahora en el proyecto Palabras de las mujeres de la revolución
egipcia, que ha puesto en marcha una web en la que cuelgan un vídeo de
testimonios semanales.
Para algunos LGBT, la estrategia debe ser de momento más
individual que colectiva: salir poco a poco del armario ante la familia, los
amigos y los conocidos. “¿Cuándo creo que será el mejor momento para hacerlo?
Ahora es tan bueno como cualquier otro. ¿Cómo debemos hacerlo? Creo que
decírselo a los que están a nuestro alrededor, a los que ya nos conocen y saben
que no somos bichos raros, sería un esfuerzo menos peligroso y con más
posibilidades de éxito. Nunca hay un momento adecuado, y si lo esperamos ¡nunca
conseguiremos nada!”, escribió Nilesby en noviembre en su blog, Reflexiones de
una safista que vive en el Nilo. Hace unas semanas mantuvo un debate similar en
Twitter con otros LGBT de la región usuarios de esta red social: “Conociendo el
poder de los islamistas, ¿crees que la sociedad está preparada para digerir la
existencia de los LGBT?”, le preguntó una usuaria jordana. “La sociedad nunca
estará preparada. Somos nosotros los que debemos estar preparados para
hacerlo”, contestó.
Nilesby predica con el ejemplo y ya ha contado a algunos de
sus primos y a la mayoría de sus amigos heterosexuales que su pareja actual es
también de sexo femenino. “Mi principal criterio antes de decírselo a alguien
es asegurarme de que no correrá a contárselo a nadie más y después la
probabilidad de que lo acepte sin juzgar”, explica. Mohamed salió públicamente
del armario en 2006, pero sólo anónimamente y a través de su blog, Gay of Jordan,
hoy desaparecido de la red, que fue muy mal aceptado en la blogosfera en su
país. También Maryam ha contado a algunos de sus amigos más cercanos que es
lesbiana y les ha presentado a su pareja, aunque sólo, puntualiza, a los que
son más abiertos y tolerantes. Para Fadi, en Túnez, todavía no es una opción.
“Nadie lo sabe y eso me ha causado muchas frustraciones”, dice. “Mi familia es
muy religiosa y conservadora, y da muestras de que no sospecha nada. Mi madre
siempre habla de mi futuro y compra cosas para cuando me case y tenga hijos. Es
muy frustrante”.
Samir, cuyo activismo lo ha puesto bajo los focos públicos y
viaja a menudo a Marruecos bajo su identidad, asegura que cada vez más jóvenes
marroquíes están asumiendo su sexualidad, están empezando a perder el miedo y
no la ocultan, y recuerda el caso de un chico de Casablanca que fue expulsado
en diciembre pasado del programa Arab Idol de la cadena saudí MBC por su
aspecto “demasiado homosexual”. “Volvió a Marruecos y dijo que era homosexual y
que estaba orgulloso de serlo. Tuvo problemas, pero casos así ayudan. Salió en
muchos medios de comunicación y muchos jóvenes lo habrán leído. Es una historia
de visibilidad y puesto que no hay muchas, ayudan mucho. No tenemos un Jesús
Vázquez en Marruecos”, se lamenta, en referencia al presentador de televisión
español que se casó con su pareja en 2005.
Vida cotidiana
De momento, las revoluciones de Egipto y Túnez han cambiado
poco la vida cotidiana del colectivo LGBT. En El Cairo, la tensión se ha
relajado un poco, aunque los homosexuales continúan relacionándose en la
clandestinidad, en fiestas privadas y en los bares dónde suelen reunirse.
“Quizá tengamos un poco más de espacio de libertad, con cautela, pero temo que
nos la quiten en cualquier momento”, afirma Nilesby. Egipto tiene un pasado
doloroso. El caso del Queen Boat, cuando 52 hombres fueron detenidos durante una
fiesta en este bar flotante en el Nilo –22 de ellos en la calle de manera
arbitraria–, no se olvida, aunque ha pasado ya más de una década. Tampoco que
cinco hombres fueron condenados en 2008 a tres años de prisión simplemente por
haber contraído el virus del sida.
Fadi cree que en Túnez la situación ha empeorado desde la
caída de Ben Ali porque la revolución ha dividido el país entre conservadores
religiosos y progresistas laicos. “Hay un sentido compartido de más libertad,
pero es sobre todo libertad religiosa que limita otros tipos de libertad”,
afirma. “Las personas homosexuales se encuentran todavía en los cafés, los
bares y en las zonas de contactos como en los viejos tiempos, pero el
sentimiento general es que han crecido los riesgos y que es más seguro
comunicarse virtualmente”. Tampoco la red es segura. La página de GayDay
Magazine ha sido hackeada varias veces como lo fue no hace mucho su cuenta de
Twitter, @gaydaymag. Fadi la tuvo que cerrar y empezar de nuevo.
La vida para el colectivo LGBT en la región ha sido siempre
problemática. Si legalmente en muchos países un homosexual puede ser arrestado
y condenado hasta a tres años de prisión, socialmente se arriesga a perder su
trabajo o a ser repudiado por su familia. No se puede generalizar, no sólo
varía de un país a otro, sino de una clase social a otra, de una familia a otra
o del campo a la ciudad. La libertad o el margen de maniobra de que goza una
persona homosexual en Casablanca o en Túnez capital poco tiene que ver con las
localidades del interior. Fadi, que vive en un pueblo, pasó dos meses en la
capital y se sintió liberado. Lo mismo pasa en Líbano, donde la excepción es
Beirut. En Bahrain, uno de los países más liberales del Golfo, pero tan
minúsculo como Menorca, a Maryam le cuesta mantener a salvo la relación con su
pareja. “Tenemos que ser muy cuidadosas, porque nos podríamos meter en grandes
problemas con nuestra familia y perjudicaríamos su reputación”. Al mismo
tiempo, y según sostiene Leil-Zahra, las clases medias y altas tienen vetados
sitios de encuentro asequibles para las más populares, como los hammam. En
Egipto, un país profundamente conservador hacia el sexo, Nilesby apunta que las
relaciones personales heterosexuales son tan complicadas como las homosexuales
o incluso más. “Si una mujer visita sola a un hombre en su apartamento o
viceversa se convierte en objeto de cotillero de los bawabin (porteros) o de
los guardianes del edificio. Tengo un amigo que se tuvo que poner un niqab para
poder visitar a su novia”, afirma. “Quizá es más fácil cuando eres homosexual,
porque eso no se lo plantea la gente que te ve entrar o salir del apartamento
de tu amante”.
Samir Bargachi sostiene que también hay diferencias entre el
Magreb francófono y el Próximo Oriente anglófono. Aunque en casi todas partes
la relación consentida entre dos adultos del mismo sexo está penalizada por
ley, en Marruecos o en Túnez la homosexualidad goza de una cierta tolerancia
social, siempre y cuando se actúe con discreción y en la sombra. En Egipto, Bahréin
y Jordania, en cambio, donde no existe una normativa específica contra la
homosexualidad –aunque se utilizan otras leyes para penalizarla– la sociedad es
mucho más conservadora.
Exceptuando el caso del Líbano, también en el Magreb la
comunidad gay está mejor organizada. En Argelia, por ejemplo, opera, aunque
clandestinamente, la asociación Abu Nawas, que lucha por la abolición de los
dos artículos del código penal, el 333 y el 338, que convierte en criminales a
los homosexuales. Fadi participa en un grupo privado de activistas en Facebook
que intenta atraer a personalidades influyentes a la causa para abolir el
tunecino, el 230. Tanto en Marruecos como en Túnez, el colectivo gay ha contado
con el apoyo de las asociaciones de lucha contra el SIDA. Aunque en ambos
países sólo han llevado a cabo programas de prevención e intervención para
“hombres que tienen sexo con otros hombres” ofrecen desde hace años a los
homosexuales un espacio para relacionarse y crear un cierto sentido de
pertenencia. En 2008, la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) lideró
junto con Human Rights Watch una campaña que exigió al gobierno que anulase el
artículo 489, que castiga con entre seis meses y tres años de encierro “los
actos impúdicos y contra natura con una persona del mismo sexo”.
En Egipto no hay organizaciones que se ocupen
específicamente de los derechos de la comunidad LGTB y no parece que vaya a
haberlas tras la revolución. Lo que sí existen son oenegés sensibles, como es
el caso de la Iniciativa Egipcia por los Derechos Personales, que fundó el
abogado Hossam Bahgat en 2002, uno de los pocos que defendieron a los
encausados en el caso del Queen Boat. Tampoco en otros países cuentan con
muchos apoyos. Como subraya Samir Bargachi, la homosexualidad no es una tema de
masas y puede traer muchos enemigos. En Jordania, uno de los más conservadores,
Mohamed y otros activistas LGBT están intentando organizarse, crear una
asociación y recabar el apoyo de otras ONG. “Nos hemos entrevistado con muchas
y todas nos han dicho que todavía es demasiado pronto”, dice. “Así que estamos
en punto muerto; seremos pacientes y esperaremos a ver los resultados de la
primavera árabe”.
Los movimientos feministas o las organizaciones que trabajan
por los derechos de la mujer y los derechos reproductivos son por ahora los
mejores aliados del colectivo LGBT. No sólo porque en ellos participan también
lesbianas sino porque, como subraya Samir, la lucha es la misma. “Al fin y al
cabo, todos trabajamos para desmontar la sociedad patriarcal, el poder
dominante del hombre y el machismo. Trabajamos por la igualdad de género y eso
nos une muchísimo. Las grandes organizaciones feministas de la región asumen
nuestras aspiraciones”, afirma. “Supimos desde el principio que el feminismo
era una de las claves para cambiar las cosas”.
El cyber-armario
Así como muchas mujeres reivindican que el islam no es
misógino sino las interpretaciones interesadas, abusivas y machistas de los
textos sagrados, algo parecido aseguran algunos homosexuales respecto a la
homosexualidad. Aunque el activismo LGBT es esencialmente laico, huye de la
argumentación teológica y se desarrolla en el marco general de los derechos
humanos universales, algunos puntualizan que el problema no es tanto la
religión en sí como su manipulación y recuerdan que el mundo árabohablante
tiene una tradición homosexual histórica. Samir pone como ejemplo la romería de
Sidi Ali ben Hamdush, que se celebra desde hace 500 años en Marruecos.
Leil-Zahra recuerda que fueron precisamente los musulmanes árabes los que
abolieron en la península la ley cristiana con la que se castigaba a los
homosexuales y que el código penal homófobo del Líbano es de inspiración
francesa. Fadi subraya que a lo largo de los tiempos muchos homosexuales y
lesbianas ilustres han contribuido a la cultura árabe y los valores islámicos y
menciona en particular al poeta del siglo VIII Abu Nawas, cuyos versos se
estudian en los colegios, pero sus poemas más eróticos, casi pornográficos,
circulan de mano en mano clandestinamente bajo las mesas. El escritor egipcio
Alaa al Aswany, que abordó la homosexualidad en su novela El edificio Yacobian,
sostiene que las sociedades árabes han aceptado siempre la homosexualidad como
parte del erotismo, no como una orientación sexual especial.
Pero los tiempos han cambiado y si antaño eran los europeos
los que se escandalizaban de la actitud indulgente de los árabes con la
homosexualidad, ahora es al contrario. La influencia del islam wahabi, que
Arabia Saudí exporta con empeño más allá de sus fronteras, ha incrementado la
intolerancia, así como las concesiones de los regímenes dictatoriales
supuestamente laicos –como el de Mubarak– al islamismo en el terreno de lo
privado. Hay en todo el mundo siete países que castigan la homosexualidad con
la pena de muerte y todos ellos son musulmanes.
Los homosexuales son víctima de muchos estereotipos y de una
gran hipocresía. Junto a la idea creciente de que la homosexualidad es un mal
importado de occidente, uno de los más extendidos es que la atracción sexual
por una persona del mismo sexo es una enfermedad que puede ser tratada. Tantos
estigmas han dificultado que muchos reconozcan que lo son, especialmente
aquellos que son creyentes y devotos. A Mohamed, que creció en un ambiente muy
religioso y conservador, le costó mucho asumir su identidad sexual. Su historia
es ilustrativa en este sentido. Estuvo tratándose con psiquiatras hasta que se
dio de cuenta de que no era un enfermo y que debía aceptarse tal como es. Parte
de su terapia fue abrir el blog, aunque sus padres lo obligaron a cerrarlo
cuando lo descubrieron.
“Hay mucha gente que tiene deseos homosexuales pero no saben
lo que son ni cómo encontrar a otros como ellos. Hay quienes tienen esos mismo
deseos pero temen encontrarse con otros
gays, seguramente porque guardan demasiadas connotaciones negativas en sus
mentes”, afirma Nilesby. Momo planteó la cuestión en una de las discusiones de
Ahwaa, esta vez centrada en salir del armario ante la familia y con los amigos.
“Lo principal es salir del armario contigo mismo. Hay gente que todavía vive
negándolo y se casa y es más infeliz todavía. Lo primero es aceptarse”,
escribió. “Momo, ¡sí!, me alegro de que hayas sacado este tema. Confesármelo a
mí mismo fue más difícil que a cualquier otro”, contestó Kuwaitilove.
Ahwaa es el ejemplo más reciente de lo que el Hassan el
Menyawi llamaba hace años el ciber-armario, en referencia a internet, es decir,
una tecnología capaz de permitir al colectivo homosexual de la región
expresarse, contactar y construir comunidad de forma segura y en secreto. Y no
sólo eso, también crear identidad y percibirse a sí mismos como LGBT. Ese es
uno de los objetivos que persigue GayDay Magazine, que cuenta también con una
página en Facebook y una emisora online. “El objetivo de la revista no es sólo
cubrir noticias, sino también contribuir a que los LGBT se sientan bien con
ellos mismos, porque muchos creen que hay algo que no funciona y no está bien.
Qué piensen que está bien ser gay, que sean más positivos y haya feedback”,
explica Fadi.
Muestra del poder de la red es el hecho de que tanto Helem,
como la palestina Aswat y la marroquí Kif Kif nacieran en primera instancia
como grupos de correo e intercambio en la red. El embrión de Helem fue el Club
Free, un grupo nacido en el ciberespacio que organizaba quedadas
lúdico-festivas en el mundo real. En el caso de Kif Kif, el detonante fue la
detención, en 2004, de un grupo de hombres que asistían a una fiesta de
cumpleaños en Tetuán coincidiendo con una visita del rey a esta ciudad norteña.
Como pasó en 2001 en Egipto con el caso del Queen Boat, la red fue la mejor
aliada para convocar apoyos, denunciar el escándalo al exterior y ofrecer una
visión alternativa y crítica sobre lo sucedido. “Fue dramático, porque la
fotografía de los detenidos salió en los medios de comunicación, hubo
expulsiones de la universidad y persecución de las familias. Muchos de ellos
están viviendo ahora en el exterior”, explica Samir.
Tantos años después de que internet llegara a la región,
hacia mediados y finales de los 90, la red continua siendo la mejor plataforma
donde organizarse y el único espacio público sin límites para expresarse y
relacionarse de la comunidad LGBT. Ahora mismo existen innumerables portales en
la región creados por y para el colectivo. Muchos de ellos sólo tienen
presencia online, imposible tenerla todavía sobre el terreno, pero la actividad
es grande y eficaz y permite estrechar la solidaridad y las conexiones
regionales y globales.
Las discusiones individuales que se mantienen en Ahwaa son
un buen ejemplo de ello. La plataforma, que abrió la activista bahreiní Esra’a
al Shafei, directora de MideastYouth, en plena revuelta de la calle árabe, hace
un año, nació con la voluntad de ofrecer un espacio seguro al colectivo LGBT
–pero también a otras personas interesadas– para poder interactuar y compartir
experiencias, inquietudes y recursos útiles con seguridad. La plataforma es
bilingüe –se expresa en árabe e inglés– lo que permite que participe gente de
todo el mundo y se creen redes de apoyo; el anonimato es ley y la necesidad de
proteger la propia identidad y los datos personales es constantemente
recordada. “La idea era poner en marcha una campaña de apoyo, pero cuando se lo
consultamos a los activistas LGBT de la región nos dijeron que lo que
necesitaban era una comunidad interactiva libre de prejuicios y abusos”,
explica Esra'a. “La plataforma es sólo el principio. Creemos que si nos
centramos en crear una comunidad abierta y fuerte la defensa será después un
paso más allá que vendrá de forma natural. Lo más importante ahora es humanizar
esta lucha”.
También Facebook y Twitter se han convertido en herramientas
indispensables para compartir información y poner en contacto a personas
afines. Los debates que se mantienen en Twitter, aunque sean intercambios de
mensajes de 140 caracteres, son ricos, ágiles y de una franqueza que en el
mundo offline sólo parece posible de mantener en la intimidad. “Twitter es una
experiencia gratificante para mí y ha ampliado mis horizontes. Está facilitando
la creación de una red a través del mundo y reuniendo a gente de diferentes
contextos”, dice Nilesby, que empezó a tuitear hace un año.
La red, no obstante, es una arma de doble filo; también
sirve para expandir la homofobia y los prejuicios y, en algunas casos para
atrapar a homosexuales, como pasó durante el régimen de Hosni Mubarak, que creó
una unidad policial de crímenes en internet especialmente para ello. Esa doble
función la ilustra perfectamente el caso del grupo que se formó en Facebook en noviembre
pasado y propuso convertir el 1 de enero de 2012 en “el día nacional de los
homosexuales egipcios” y convocó una protesta en Tahrir que no se llegó a
celebrar. La página, creada supuestamente por un grupo de homosexuales que
participaron en la revolución, recogió tanto apoyos (casi 2.000 me gusta) como
centenares de comentarios homófobos y amenazas de muerte. El grupo aguantó,
aplazó la fecha un año y al final desapareció de la red.
Los frentes de la
transición
Samir Bargachi cree que Egipto y el mundo árabe en general
está todavía muy lejos de poder celebrar un día del orgullo gay o de tener
motivos para hacerlo. “Organizar un día del orgullo gay sería muy irónico. No
tenemos muchas cosas de las que estar orgullosos: la tasa de suicidios en
Marruecos es altísima y en el Magreb hay mucha gente que está desesperada”,
subraya.
La batalla por los derechos LGBT se libra en dos frentes, el
político –el de los cambios en la legislación– y en el social –el de la aceptación–.
Aunque en ambos casos, las revueltas contra las dictaduras y por las libertades
son susceptibles de conllevar mejoras, los derechos del colectivo LGBT, como ha
recordado el abogado Hossam Baghgat, no pasan sólo porque haya un gobierno
democrático sino una sociedad democrática, capaz de aceptar plenamente la
diferencia y de celebrar la diversidad, y eso es aplicable también a las
mujeres y a las minorías religiosas.
Para Samir, la democracia implica aceptar la voluntad del
pueblo y, claramente, dice, los pueblos de la región son muy homófobos. “Tanto
en Marruecos como en Egipto, las revoluciones las empezaron movimientos laicos,
pero en ambos países los partidos que han subido al poder son conservadores de
base religiosa”, apunta. “A corto plazo no creo que cambie mucho. Estamos
hablando de sistemas educativos, medios de comunicación, cambios de mentalidad
y eso llevará generaciones. Entre quince y veinte años como mínimo”.
La comunidad LGBT ha reaccionado con suspicacia y
sentimientos encontrados a la victoria del islam político en las elecciones
posrevolucionarias de Túnez e Egipto y los comicios legislativos que se
celebraron en Marruecos en noviembre pasado. El islamismo político no se
distingue precisamente por su defensa de las libertades personales, los
derechos de las mujeres y, mucho menos, la homosexualidad. En Túnez, unas
declaraciones desafortunadas de un
ministro, nada menos que el de Derechos Humanos, Samir Dilou, ex
portavoz de Ennahda, afirmando que “la homosexualidad es una perversión”,
hicieron saltar las alarmas en febrero.
En Egipto, donde la transición está siendo tutelada con mano
de hierro y escasas libertades por los militares, los revolucionarios liberales
están representados marginalmente en el nuevo Parlamento, copado por una
mayoría de diputados del partido fundado por los Hermanos Musulmanes y, lo más
inquietante, por una cuarta parte de miembros del partido salafista Al Nour. La
cuestión se ha ignorado en la carrera hacia las presidenciales, en cuya primera
vuelta han concurrido dos islamistas, el muy conservador Mohamed Morsi,
candidato oficial de la Hermandad, y el reformista Abdel Moneim Aboul Futuh,
que se escindió del grupo tras la revolución. Nilesby, que se refiere con
sarcasmo a los islamistas como “los tipos con barba y cicatrices de rezar en la
frente”, afirma que no le importa que “un partido islamista esté en el poder
siempre que respete los derechos humanos y siga la ética que se supone que las
religiones deben inspirarnos (como la modestia, la honestidad, la compasión, el
respeto)”, pero sospecha que los derechos humanos no son su prioridad y que su
bondad es sólo apariencia.
Aun así, que se elimine de los códigos penales las leyes que
penalizan las relaciones adultas consentidas entre personas del mismo sexo
parece una lucha en cierto modo más sencilla que cambiar la mentalidad de las
sociedades. Lo mismo, de hecho, pasa con las mujeres en todas partes: las leyes
contra la discriminación suelen ser más progresistas que la situación sobre el terreno.
Para algunos, el futuro de los homosexuales depende en gran
parte de cómo se resuelva uno de los dilemas que afrontan los países de la
región: el papel que debe ocupar la religión en sus sociedades. Y para ello
resulta fundamental que la fe abandone la esfera pública y se encierre en las
mezquitas y en el ámbito de lo privado. “Eso protegería a la religión de los
poderes políticos, que podrían manipularla para servir sus intereses”, subraya
Fadi. “Tenemos la experiencia de otros partidos religiosos que han llegado al
poder en otras partes del mundo y, de repente, los imanes empiezan a tener más
influencia y las mezquitas se convierten en fábricas para programar a la gente
para que acepte cualquier proyecto del gobierno. Se dice que la oposición se
opone a la religión y a lo divino, y que esto es blasfemia. Es su palabra
contra la de los otros. Eso nos preocupa”.
Samir, en este sentido, confía en el Movimiento 20 de
Febrero marroquí. “Si se cumplen sus reivindicaciones generales, y una de las
principales es que el poder religioso se aparte del político, ya habremos
ganado mucho”, afirma. Mohamed espera que la primavera árabe desemboque en una
mayor libertad de expresión, una democracia real y menos corrupción. “Me
aterrorizan los partidos islamistas de mi país porque pueden convertir a los
homosexuales en un blanco fácil y muy vulnerable”, dice. “Pero habrá otras elecciones
y quizá las perderán o serán más liberales y laicos. Los islamistas turcos son
más liberales que algunos de los partidos laicos jordanos, y han dado más
derechos a los LGBT que otras formaciones no religiosas”.
El cambio social pasa por la educación y la concienciación y
para ello es clave el concurso de los medios de comunicación, capaces de crear
opinión e influir en sus audiencias. Por ello, una de las grandes batallas de
Kif Kif es “formar” a la prensa, que tiende en el mundo árabe a abordar la
homosexualidad de una forma sensacionalista y homofóbica. Kif Kif se ha
aprovechado de que el sexo vende y la homosexualidad da mucho morbo para darse
a conocer, pero al mismo tiempo ha trabajado para educar a los medios
independientes marroquíes, como Tel Quel, que simpatizaban con su causa, pero
que utilizaban un lenguaje discriminatorio y con connotaciones religiosas. “Nos
dijeron que no sabían qué término utilizar ni cuáles eran neutrales”, explica.
De ahí surgió una pequeña guía, uno de cuyos objetivos es conseguir que los
medios de comunicación en árabe utilicen el término mithly (un juego de
palabras que tanto significa homosexual como yo mismo) para decir homosexual en
vez de shaddh, que equivale literalmente a desviado. La misma batalla plantearon
a Google, cuyo traductor ofrecía como resultado en árabe shaddh cuando se
buscaba la equivalencia de gay desde cualquier otro idioma. Google se disculpó
y cambió la traducción. Una pequeña victoria.
El cambio social también pasa por el activismo y para ello,
añade Samir, es esencial formar activistas y estar presente en los grandes
movimientos sociales, en los movimientos feministas y en las organizaciones de
derechos humanos. “Todos estamos muy motivados y queremos cambiar las cosas,
pero tenemos que saber cómo. Ese es el primer paso y el objetivo, crear grupos
LGBT y reivindicar nuestros derechos”. Lo mismo opina Fadi, que participa en
talleres de formación regionales.
Aunque el movimiento todavía balbucea, el debate es muy vivo
y va mucho más allá de lo que sucede sobre el terreno. Así como los
revolucionarios de Tahrir buscan su propia fórmula de democracia, el colectivo
LGBT del mundo árabohablante busca su propio camino. Nilesby planteó hace poco
el debate en Twitter: “Una pregunta para los LGBT egipcios y árabes: ¿Creéis
que las etiquetas occidentales “lesbiana”, “gay”, “bisexual”, “queer”, etc. son
adecuadas para los LGBT egipcios?”, preguntó a sus seguidores. “La sexualidad y
el género es muy complicado”, explica. “Para mi propia sexualidad, no encuentro
ninguna etiqueta que encaje. Me atraen tanto los hombres como las mujeres, pero
mantengo una relación estable con una mujer. ¿En qué me convierte eso? ¿En una
lesbiana? ¿En bisexual? Si rompo con mi pareja y me establezco con un hombre,
¿me convierte eso en alguien que ha experimentado con el mismo sexo?, ¿quizá en
una has-bian [un término que surge de la unión entre has been y lesbian] como
se llama en la cultura popular norteamericana? A veces digo que soy lesbiana, o
safista, o gay… no me molesta no encontrar un término que me describa porque
empaquetar la sexualidad en una etiqueta clara acaba con la libertad que
deberíamos tener hacia ella”.
Leil-Zahra, que se refiere a sí mismo indistintamente en
femenino o en masculino, tampoco se siente representado por el binarismo
hombre/mujer – “tú decides cómo eres”, dice– y asegura que en los ámbitos
anticapitalistas del colectivo LGBT de la región –como sucede en otras partes
del mundo– se discute desde hace tiempo la propia identidad. “La identidad gay
sirvió en una época para asegurar derechos y algún tipo de igualdad, pero ahora
nos está perjudicando. Es una construcción occidental de una práctica sexual y
de una identidad social que se basa en el consumo capitalista, con la cual yo no
me identifico personalmente”, afirma. “Hay muchos LGBT que son izquierdistas y
anticapitalistas, pero los acusan de ser agentes de Occidente y de formar parte
de un ataque imperialista contra la cultura árabe”.
Como pasó en el caso de muchas mujeres musulmanas, que
vivieron con incomodidad que se politizara su causa y que la protección y la
reivindicación de sus derechos formara parte de los argumentos para invadir
Irak, algunos miembros del colectivo LGBT desconfían de la geopolítica y las
interferencias. “Nos estamos organizando, pero dejarnos los de fuera, porque a
la que os metéis, lleváis mucha mirada occidental que nos perjudica”, avisa
Leil-Zahra, y recuerda que el islamismo creciente es en gran parte una reacción
–y no una acción– contra Occidente.