Uno de los aspectos que mejor describe el documental La
maleta mexicana, de la curadora de fotografía y cineasta Trisha Ziff, es la
originalidad del trabajo de los fotógrafos Robert Capa, su esposa Gerda Taro y
David Chim Seymour, quienes participaron activamente en la Guerra Civil
Española. La desaparición en París, lugar de refugio de muchos exiliados al
finalizar la contienda, de más de 4 mil negativos de ese trabajo y su
recuperación varias décadas después en tres pequeñas cajas descubiertas en la
ciudad de México, es el punto de partida para la indagación que hace la
directora y que comenta un grupo de intelectuales e historiadores especialistas
en la materia. La novedad de la obra de Capa y sus colaboradores consiste,
según el escritor Juan Villoro, en la increíble cercanía que tuvieron los
artistas con los combatientes republicanos, misma que
continuamente ponía en riesgo sus vidas.
continuamente ponía en riesgo sus vidas.
Por vez primera los fotógrafos no aludían a un tiempo anterior a la contienda ni se limitaban a registrar sus saldos desastrosos: capturaban la inmediatez del combate desde las mismas trincheras, compartiendo la suerte de los sujetos de sus fotos. Algo más: contrariamente a muchos otros conflictos en los que los ataques habían tenido siempre objetivos estrictamente militares, en el caso de la Guerra Civil Española los bombardeos estaban también dirigidos contra poblaciones civiles en un intento irracional por borrar toda huella de adhesión o simpatía, real o atribuida, con la causa republicana.
La maleta mexicana evoca la lógica de un embate fascista que
al arrasar con comunidades enteras, mujeres y niños al igual que milicianos,
provocó al término de la guerra el éxodo masivo de miles de ciudadanos que
temieron la inclemencia en la revancha de los vencedores franquistas, y que
para una desazón todavía mayor se toparon con una escasa solidaridad en el
territorio francés que con renuencia los acogía. Es en este territorio
indiferente, a menudo hostil, donde finalmente se extravían los negativos de
Robert Capa y de su esposa Gerda Taro. A partir de este momento el documental
recrea el periplo de estas cajas de negativos que, confiadas para su resguardo
al general mexicano Francisco Aguilar González, representante de México en
Vichy, quien aparentemente ignoraba el enorme valor testimonial de lo que
protegía, cruzan el Atlántico para quedar olvidadas durante largas décadas en
un departamento de la ciudad de México.
Para documentar y enriquecer su investigación, Trisha Ziff
reúne testimonios muy variados, como los de aquellos mexicanos, descendientes
directos de republicanos caídos en la guerra o exiliados en nuestro país, que
refieren la compleja sensación de reivindicar a un tiempo una línea paterna
siempre viva y la pertenencia a esa patria que alguna vez acogió a sus padres,
y es que no siendo la cuestión muy fácil, Juan Villoro finalmente se pregunta:
A qué país pertenece un exiliado? También los de aquellos descendientes que en
España procuran la recuperación e identificación de los restos de sus
familiares sepultados en fosas comunes, ya que un país tiene la irrenunciable
obligación moral de conocer su propia historia. Esta paciente recuperación de
la memoria histórica tiene un equivalente en el notable documental de Patricio
Guzmán, quien en Nostalgia de la luz (2010) emprende una indagación parecida en
torno de los desaparecidos bajo la dictadura fascista en Chile.
Foto: Gerda Taro & Robert Capa |
Aunque el documental de Trisha Ziff dedica buena parte de su
metraje a describir la suerte de los negativos una vez descubiertas las cajas,
y su arribo a Nueva York luego de negociaciones y una deferencia decisiva en
favor del heredero natural, Cornell Capa, hermano del fotógrafo, para quedar
resguardados en el Centro Internacional de la Fotografía donde son exhibidos al
público, lo realmente interesante es la reivindicación, con certeros
comentarios de Elena Poniatowska, del enorme talento artístico de Gerda Taro,
cuyo trabajo había sido eclipsado por la notoriedad de su marido Robert Capa.
Algo similar sucedería con David Seymour, nombre olvidado en la oscuridad de
ese cuarto de revelado en el cual obtuvieron su factura final las fotografías
tomadas por el maestro. A esto cabe añadir que el documental no se limita al
registro puntual de las mudanzas de negativos fotográficos y exiliados
notables, lo cual en sí podría ya sugerir un buen relato de aventuras, sino a
plantear fuertes interrogantes sobre la capacidad que tiene, o debería tener,
un país como México, primera tierra de asilo político, para resguardar archivos
de esta naturaleza, sin tener que ceder tal prerrogativa ante el poder
económico y la hegemonía cultural de Estados Unidos, lugar donde tiene su
destino final la obra de estos fotoperiodistas antifascistas.