Cuando el imperio es incapaz de mantener su hegemonía
aportando soluciones a las crisis sistémicas recurre a la “hegemonía
explotadora” (1), con toda la violencia y la destrucción que la acompaña. Así
sucedió en la decadencia de la hegemonía imperial de Holanda. Fue tratando de
salvarse imponiendo el libre comercio con una hegemonía explotadora que terminó
el imperio británico, y algo similar pero de naturaleza diferente es lo que
desde hace ya unas tres décadas estamos presenciando en la decadencia de la
hegemonía mundial de Estados Unidos (EE.UU.).
Hegemonía explotadora suena muy bien como apellido del
neoliberalismo, de esa extraordinaria expansión financiera, comercial e
industrial que el imperialismo estadounidense quiere llevar a sus límites
extremos, que ya no puede controlar ni remediar sus terribles secuelas de
disolución social y desastre económico, ni la concentración del poder y riqueza
en las cuentas de la oligarquía que poseen los monopolios ya presentes en
prácticamente todas las ramas de los sectores económicos, sin hablar de la
destrucción ambiental y el recalentamiento global que amenaza la vida del
planeta.
En los casos de Holanda y Gran Bretaña las fases de
hegemonía explotadora fueron en efecto el “otoño” de esos imperios, pero
también las “primaveras” en el proceso de desarrollo del capitalismo, y en
particular del modo de producción del capitalismo industrial.
En el caso del imperio estadounidense hay razones para
pensar que la hegemonía explotadora no solo es el “otoño” del imperio sino
también del modo de producción capitalista, que ya se encuentra ante la
“barrera insalvable” que anticipaba Karl Marx. Bajo el imperio estadounidense
el capitalismo industrial adquiere su forma más perfeccionada y desarrolla –no
solo en EE.UU.- las bases de un modo de producción basado en la automatización,
logrando concretar una parte del gran objetivo del gran capital, o sea la de
producir de manera continua y prescindiendo de la mayor parte o la totalidad de
la fuerza de trabajo asalariada.
Desde hace más de medio siglo, por las transformaciones que
la automatización produjo en el modo de producir, el desenvolvimiento de las
estructuras empresariales transnacionales y el creciente papel del capital
financiero en la determinación de las inversiones a efectuar, lo que fue
posible vía las inversiones directas, los flujos financieros y la
deslocalización de la producción, el sistema capitalista se universalizó, o sea
que completó la segunda parte del objetivo del gran capital.
El gran sueño del capital, de liberarse de la fuerza de trabajo asalariada o de pagar los salarios más bajos posibles, y de universalizarse, se hizo realidad con la automatización y la deslocalización. Pero esta transformación implicó un creciente reemplazo de la extracción de plusvalía, el uso de la fuerza de trabajo asalariado en las sociedades avanzadas –que crean los imprescindibles “puntos de consumo” para la realización del capital, de que hablaba Marx-, por la plusvalía extraída en el exterior, en otras sociedades, y que llega a las casas matrices en el centro imperial como renta diferencial, o sea como ganancias que van a parar a los accionistas y ejecutivos de las empresas.
El gran sueño del capital, de liberarse de la fuerza de trabajo asalariada o de pagar los salarios más bajos posibles, y de universalizarse, se hizo realidad con la automatización y la deslocalización. Pero esta transformación implicó un creciente reemplazo de la extracción de plusvalía, el uso de la fuerza de trabajo asalariado en las sociedades avanzadas –que crean los imprescindibles “puntos de consumo” para la realización del capital, de que hablaba Marx-, por la plusvalía extraída en el exterior, en otras sociedades, y que llega a las casas matrices en el centro imperial como renta diferencial, o sea como ganancias que van a parar a los accionistas y ejecutivos de las empresas.
Es a partir de este desenvolvimiento, en mi opinión, que es
posible explicar tanto la naturaleza de la crisis estructural del capitalismo
como la relativamente irreversible realidad actual en las sociedades del
capitalismo avanzado.
Así sería posible explicar esta crisis de sobreproducción y
subconsumo, el creciente y cada vez más crónico desempleo tecnológico –como
definía John M. Keynes al reemplazo de los trabajadores por las maquinas- en un
contexto de mayor creación de riquezas que se concentra en las pocas manos de
los monopolios y los financieros, y que ya no entra sino marginalmente en la
reproducción del capital en los países avanzados.
Asimismo explica que el subconsumo tiende a volverse crónico
por la disminución del empleo y la masa salarial total, factor que a su vez
amplia la espiral del desempleo y el subempleo, que termina poniendo en crisis
las ramas de la economía aun no automatizadas.
Esto también explica el aumento de la deuda familiar –falta
de empleos y bajos salarios-, y el endeudamiento de los Estados por la
contracción de la recaudación fiscal –la carga tributaria descansa
fundamentalmente sobre los ingresos de los trabajadores-, y el aumento del
gasto público para paliar el desempleo, entre otros aspectos más.
Y, no olvidemos, esta universalización del capitalismo y de
las nuevas tecnologías también permite explicar la rápida emergencia de las
nuevas potencias industriales en Asia, donde las transnacionales tuvieron que
integrarse a un sistema capitalista parcialmente regulado por Estados que no
cedieron toda su soberanía ante el neoliberalismo.
Quizás puede también explicar que a la luz de las
experiencias asiáticas y por la falta de verdadero desarrollo económico, se
esté dando en los países en desarrollo que primero sufrieron la experiencia
neoliberal, los de América latina, la búsqueda de nuevas estrategias de
desarrollo para reparar la herencia neoliberal, como el desempleo y el
subempleo, la pobreza y extrema pobreza, la destrucción de los sistemas
estatales y de los programas sociales de salud, educación y de pensión.
El anzuelo sin
carnada
Según los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver,
no es posible saber cuándo, pero es seguro que esta hegemonía explotadora del
imperio estadounidense terminará muy mal (2).
Por el momento constatamos que ante su impotencia para salir
de estas crisis el imperialismo ha retornado y se aferra a las políticas
depredadoras –como una más pérfida institucionalización del libre comercio que
permita aumentar la extracción de rentas-, y junto a sus aliados retorna a las políticas
guerreristas y colonialistas del pasado, con sus terribles consecuencias
sociales, económicas y políticas para todos los pueblos afectados.
Con la automatización y la deslocalización reemplazando a los trabajadores, y habiendo desaparecido la “amenaza” comunista con el desmembramiento de la URSS, el capitalismo estadounidense desmanteló totalmente el programa básico que describía Immanuel Wallerstein: “satisfacer las demandas combinadas del Tercer Mundo (relativamente poco para cada uno, pero para mucha gente) y de la clase obrera occidental (para relativamente poca gente, pero mucho para cada uno)”.
Con la automatización y la deslocalización reemplazando a los trabajadores, y habiendo desaparecido la “amenaza” comunista con el desmembramiento de la URSS, el capitalismo estadounidense desmanteló totalmente el programa básico que describía Immanuel Wallerstein: “satisfacer las demandas combinadas del Tercer Mundo (relativamente poco para cada uno, pero para mucha gente) y de la clase obrera occidental (para relativamente poca gente, pero mucho para cada uno)”.
En realidad, como bien observaba Wallerstein hace casi dos
décadas, el capitalismo emprendió un retornó a “la situación anterior a 1848,
en la que, en los focos del Estado liberal {…} los obreros estarían mal pagados
y fuera del ámbito de los derechos políticos y sociales” (2).
Sin posibilidad real a corto, mediano y largo plazo, de una
vigorosa recuperación económica, las empresas transnacionales y los bancos de
los países avanzados siguen “sentadas” en billones de dólares y no utilizan los
préstamos casi gratuitos que los bancos centrales han puesto a su disposición.
Como apunta el columnista canadiense Thomas Walkom, del diario Toronto Star,
esas empresas y financieros no invertirán en la producción que creará empleos
“a menos que tengan un mercado para sus productos”.
Esta situación general y las políticas de austeridad para
mantener la deflación que favorece al sistema financiero ya incuban crisis
políticas e importantes protestas sociales, que en la UE empiezan a meter miedo
en la clase política, como muestra el forcejeo de algunos gobiernos para que se
extiendan –y no para extinguir- los plazos para cumplir con las metas de
austeridad fiscal.
Y en medio de estas crisis simultáneas el principal objetivo
de EE.UU. es expandir y profundizar la liberalización con el Acuerdo
Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP, en su sigla en
inglés), mientras que la UE se esfuerza en cerrar un acuerdo de liberalización
económica y financiera con Canadá, para comenzar a negociar uno similar con
EE.UU.
Ni siquiera cabe preguntarse si al negociar estos acuerdos
los gobiernos están respondiendo a los intereses de sus países o simplemente a
las trasnacionales y monopolios que poco o nada contribuirán en esos países
desde el punto de vista fiscal, en materia de creación de empleos y de demanda
interna.
Es bien conocido que EE.UU. dejó de ser la “fábrica” del
mundo, que ahora está en China y el resto de Asia oriental, y también ha
perdido –como señalan Arrighi y Silver- el papel del único “cajero” de las
finanzas mundiales. Y por si fuera poco la baja del consumo en EE.UU. lo
inhabilitó para seguir siendo la “locomotora” de la expansión económica mundial.
Si la realidad cambió
hay que cambiar la manera de pensar
En febrero pasado el historiador y economista Robert
Skidelsky describía la ola de automatización en la manufactura en los países
occidentales –que está llegando a China-, y que la substitución del trabajo
asalariado por capital (la automatización) está yendo más allá de la
manufactura y no solo se está “comiendo” los trabajos poco pagados, sino
también “los mejores trabajos”, de nivel técnico y que parecían seguros (4).
Haciendo referencia al “desempleo tecnológico” de John M. Keynes, Skidelsky opina que la solución es reducir la jornada laboral: “Si una máquina puede reducir a la mitad la necesidad de mano de obra humana, ¿por qué en vez de prescindir de la mitad de los trabajadores no los empleamos a todos durante la mitad del tiempo? ¿Por qué no aprovechar la automatización para reducir la semana laboral media de 40 horas a 30, después a 20 y después a diez, contabilizando esa jornada laboral decreciente como un empleo a tiempo completo? Esto sería posible si el rédito de la automatización, en vez de quedar exclusivamente en manos de los ricos y poderosos, se distribuyera equitativamente.”
Haciendo referencia al “desempleo tecnológico” de John M. Keynes, Skidelsky opina que la solución es reducir la jornada laboral: “Si una máquina puede reducir a la mitad la necesidad de mano de obra humana, ¿por qué en vez de prescindir de la mitad de los trabajadores no los empleamos a todos durante la mitad del tiempo? ¿Por qué no aprovechar la automatización para reducir la semana laboral media de 40 horas a 30, después a 20 y después a diez, contabilizando esa jornada laboral decreciente como un empleo a tiempo completo? Esto sería posible si el rédito de la automatización, en vez de quedar exclusivamente en manos de los ricos y poderosos, se distribuyera equitativamente.”
Y concluye señalando que hay que prepararse “para un futuro
en el que la automatización nos dejará más tiempo libre. Pero para ello será
necesaria una revolución del pensamiento social.”
En 1996 la recientemente desaparecida ensayista y escritora
francesa Vivianne Forrester (5) afirmaba, en entrevista con el diario
L’Humanité, que “el horror económico (de la sociedad neoliberal) se debe en
gran parte al hecho de que vivimos con los criterios del siglo 19 en lo tocante
al empleo”, subrayando que ella no confundía “la idea del trabajo, valor
fundamental, con la idea del empleo”.
Pero al conservar los criterios del siglo 19 –decía
Forrester-, culpabilizamos a quienes sufren la situación. Toda la argumentación
se funda sobre la necesidad de encontrar un empleo. Terminemos de decirles
constantemente a las personas –en particular a los jóvenes- que no pueden
encontrar un salario para sobrevivir, que el solo modelo de vida autorizado es
la vida asalariada. Los programas de los partidos políticos son sensiblemente
idénticos a lo que eran cuando creían temporaria la crisis del empleo. Las
políticas deben tomar en consideración la mundialización, las tecnologías de
punta, y no dejar esas realidades ser la propiedad de la sola economía.
Para la brillante analista ya estaba planteada la cuestión de “qué hacer en una sociedad en la cual el trabajo asalariado, el empleo asalariado” se reduce constantemente, y que era hora de preguntarse si “continuaremos diciendo que la dignidad depende del hecho de tener un empleo”.
Para la brillante analista ya estaba planteada la cuestión de “qué hacer en una sociedad en la cual el trabajo asalariado, el empleo asalariado” se reduce constantemente, y que era hora de preguntarse si “continuaremos diciendo que la dignidad depende del hecho de tener un empleo”.
Preguntada por L’Humanité si esperaba algo de “un partido
como el Partido Comunista” francés, la ensayista respondió que no era adherente
de ese partido, pero que “yo espero de todos los partidos, incluyendo el suyo,
que consideren la situación de manera realista, moderna y actual. Que se ocupen
más de la mundialización y de las tecnologías de punta, y de la consiguiente
reducción del empleo, de manera a dejar de pretender que se puede arreglar una
era industrial ya superada, y a no seguir alimentando la vergüenza que padecen
muchos de los cesanteados por estar desempleados, o el miedo que quienes aun trabajan
tienen de perder sus empleos”.
Entonces, por qué y para qué el TPP y demás acuerdos…
Una característica del TPP y de los acuerdos de
liberalización económica y financiera que la UE negocia con Canadá y
próximamente con EE.UU. es que esas negociaciones son secretas, tienen lugar
entre los tecnócratas gubernamentales y los representantes de las
transnacionales, y que no serán presentadas ante los parlamentos para ser
discutidas, enmendadas y puestas a votación (6).
Acerca del por qué de estas negociaciones hay que mencionar lo que Arrighi y Silver destacan en el libro citado, sobre la integración económica transnacional lanzada por EE.UU., que en Asia oriental fue “menos institucionalizada y sustantivamente más abierta” que la producida por la integración en la UE.
Acerca del por qué de estas negociaciones hay que mencionar lo que Arrighi y Silver destacan en el libro citado, sobre la integración económica transnacional lanzada por EE.UU., que en Asia oriental fue “menos institucionalizada y sustantivamente más abierta” que la producida por la integración en la UE.
Ambos observaban que EE.UU. había tenido poco éxito en
“utilizar su declinante pero todavía considerable poder político-económico para
reorientar la integración económica regional hacia formas institucionalizadas,
que crearían un ámbito más favorable para sus exportaciones e inversiones”.
Por otra parte, las transnacionalizadas corporaciones
estadounidenses, en particular las industrias de alta tecnología, no se
comportaban efectivamente como “cuñas para mantener abiertas” a la influencia
de EE.UU. las puertas de Asia oriental, y que hasta podían estar actuando en
sentido contrario. Por esto mismo, agregaban, “las fuerzas de la economía
transnacional están claramente minando el poder de los Estados pero, en este
proceso, el de algunos está creciendo”, como el de Japón y otros países
asiáticos.
Más adelante señalan la sorprendente velocidad con la que
esta formación regional se ha convertido en el nuevo taller y cajero del mundo
bajo el liderazgo ‘invisible’ de un Estado empresarial (Japón) y una diáspora
empresarial (la china)”, que ha contribuido a generalizar el ‘temor a la caída’
en los principales centros de la civilización occidental.
En efecto, si la deslocalización industrial occidental en
Asia es un fenómeno conocido y estudiado, menos se habla de los “cajeros”
asiáticos, los importantes centros financieros (Hong Kong, Singapur y otros
más) donde operan las transnacionales y en los cuales importan las decisiones
regionales tanto como las de Wall Street, de la City de Londres o de Francfort.
Y también está el papel clave que han jugado y están jugando
las autoridades monetarias y los bancos centrales, públicos y privados de
Japón, de China y Corea del Sur.
Imperio en decadencia
queriendo vivir de rentas
La transnacionalización y deslocalización de la producción
industrial y de las finanzas en el contexto del Asia oriental, y
particularmente de China, aumentó el poder de los Estados de esa región y
redujo el poder hegemónico de EE.UU., lo que explica el afán de Washington y
los monopolios en recuperarlo mediante la institucionalización de las reglas
(el chaleco de fuerza) del neoliberalismo, que comprenden aspectos económicos,
financieros, y comerciales, como el crucial respeto al derecho de propiedad
intelectual que figura en el TPP.
En cuanto al “para qué servirá el TPP”, es claro que una
institucionalización implica un intento de imponer esta hegemonía explotadora
mediante la aplicación extraterritorial de las leyes estadounidenses en los
mercados de los países signatarios, para aplicar estrictamente la protección al
derecho de propiedad intelectual, entre otros aspectos más, y así aumentar la
captación de la renta por parte de las empresas transnacionales.
Tal institucionalización proporcionaría a Washington y a los
intereses estadounidenses una poderosa palanca –vía el arbitraje obligatorio
fuera de las cortes- para operar en el marco político y legal de los demás
países signatarios y disponer así de un poder de veto en materia de cambios
políticos o económicos que afecten a sus intereses. Eso es lo que Washington y
Ottawa querían con el ALCA, pero que no pudieron obtener.
La negociación del TPP aceleró el interés de la UE en
negociar con Canadá y EE.UU., y eventualmente con los países de América latina.
Los objetivos son similares: avanzar en la
institucionalización que constituya el chaleco de fuerza que mantenga el orden
establecido para impedir que se fortalezcan en Asia los poderes estatales que
restringen el neoliberalismo, y se consolide en América latina el camino de una
integración regional basada en los principios de nuestras instituciones, como
el ALBA, UNASUR, MERCOSUR y CELAC.
En fin, todo esto define la hegemonía explotadora que puso en marcha el imperialismo estadounidense, y que muy bien puede estar señalando tanto el ocaso del imperio como el del capitalismo.
Notas
En fin, todo esto define la hegemonía explotadora que puso en marcha el imperialismo estadounidense, y que muy bien puede estar señalando tanto el ocaso del imperio como el del capitalismo.
Notas
1.- La expresión “hegemonía explotadora” fue acuñada por el
economista estadounidense David Calleo (1) para describir las “potencias en
declive (que) en lugar de conformarse y amoldarse, intentan apuntalar su
tambaleante preeminencia en una hegemonía explotadora”. David Calleo, Beyond American Hegemony: The
Future of the Western Alliance, New York, Basie Books, 1987, página 142, citado
por Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver.
2.- Ver las “cinco proposiciones” que forman las conclusiones del libro de los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver, “Caos y orden en el sistema-mundo moderno”, ediciones Akal (2000).
3.- Immanuel Wallerstein, “Response: Declining States, Declining Rights? 1995. International Labor and Working-Class History 47, citado por Arrighi y Silver.
4.- Robert Skidelsky, economista e historiador de la economía.
The Rise of Robots (en español) http://www.project-syndicate.org/commentary/the-future-of-work-in-a-world-of-automation-by-robert-skidelsky/spanish
5.- Vivianne Forrester, autora de “L’horreur économique” (1996), falleció a comienzos de mayo de este año, a la edad de 87 años. Se pueden consultar las entrevistas en L’Humanité en 1996 y 2000: (1996):
http://www.humanite.fr/social-eco/deces-de-viviane-forrester-auteure-de-lhorreur-eco-533610
(2000) http://www.humanite.fr/node/424533
6.- Sobre estas negociaciones ver http://rabble.ca/blogs/bloggers/council-canadians/2013/04/five-reasons-canada-should-not-ratify-canada-eu-free-trade- Y http://www.globalresearch.ca/the-trans-pacific-partnership-tpp-an-oppressive-us-led-free-trade-agreement-a-corporate-power-tool-of-the-1/5329497
http://www.globalresearch.ca/the-trans-pacific-partnership-obamas-secret-trade-deal/5329911
2.- Ver las “cinco proposiciones” que forman las conclusiones del libro de los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver, “Caos y orden en el sistema-mundo moderno”, ediciones Akal (2000).
3.- Immanuel Wallerstein, “Response: Declining States, Declining Rights? 1995. International Labor and Working-Class History 47, citado por Arrighi y Silver.
4.- Robert Skidelsky, economista e historiador de la economía.
The Rise of Robots (en español) http://www.project-syndicate.org/commentary/the-future-of-work-in-a-world-of-automation-by-robert-skidelsky/spanish
5.- Vivianne Forrester, autora de “L’horreur économique” (1996), falleció a comienzos de mayo de este año, a la edad de 87 años. Se pueden consultar las entrevistas en L’Humanité en 1996 y 2000: (1996):
http://www.humanite.fr/social-eco/deces-de-viviane-forrester-auteure-de-lhorreur-eco-533610
(2000) http://www.humanite.fr/node/424533
6.- Sobre estas negociaciones ver http://rabble.ca/blogs/bloggers/council-canadians/2013/04/five-reasons-canada-should-not-ratify-canada-eu-free-trade- Y http://www.globalresearch.ca/the-trans-pacific-partnership-tpp-an-oppressive-us-led-free-trade-agreement-a-corporate-power-tool-of-the-1/5329497
http://www.globalresearch.ca/the-trans-pacific-partnership-obamas-secret-trade-deal/5329911
http://www.alainet.org |