Foto: Vittorio de Sica |
De Sica (1901-1974) no fue solo el pionero del cine hecho en
la calle: antes fue un cantante de fama, talentoso intérprete de teatro y,
luego, actor y maestro de la comedia a la italiana, descubridor de actores como
Sophia Loren o Alberto Sordi; marido y padre de dos familias distintas,
censurado y excomulgado por la Iglesia, escándalo en la Italia conservadora que
despertaba de la guerra. De Sica fue, ninguno y cien mil, por citar el título de
una obra esencial de Pirandello. Todos sus rostros se desvelan al visitante de
la exposición ‘Tutti de Sica’, en el Ara Pacis de Roma.
“Fue como Orson Welles o Chaplin. No se le puede reducir al
creador del póquer neorrealista, ‘El limpiabotas’, ‘Ladrón de bicicletas’, ‘Milagro
en Milán’ y ‘Umberto D’.”, comenta Gianluca Farinelli, presidente de la
Fundación de la Cinemateca de Bolonia, cuyos restauradores recuperaron fotos,
cartas y objetos de los baúles conservados por su primera mujer, Giuditta
Rissone, su hija Emilia, y Manuel y Christian, los hijos que tuvo con la actriz
catalana María Mercader.
La narración, orquestada en la planta baja del museo romano,
abre con los primeros éxitos en el escenario, con la prestigiosa compañía de
Tatiana Pavlova: “Fue mi abuelo Umberto”, recuerda la hija, “quien casi le
obligó a presentarse al casting. Encontré un cuaderno donde pegaba los
artículos que aludían al amadísimo hijo que \[estaba convencido\] tenía talento
para ser actor”.
Vittorio actúa y canta melodías napolitanas, como Parlami d’amore Mariù, que interpreta
con gracia y picardía en uno de sus primeros roles cinematográficos: ‘¡Qué
descarados son los hombres!’ (1932). En 1936, actúa en ‘El señor Max’, de Luigi
Pirandello. En una foto, aparece rodeado por la compañía. Su mirada viva y la
pose histriónica le roba la escena a todos, hasta al anciano dramaturgo,
vestido de blanco y galardonado con el Nobel de Literatura dos años antes. Un
abrigo pied-de-poule, la mesa del
camerino y pelucas completan el viaje a aquellos primeros pasos del artista.
“A principios de los cuarenta, De Sica quiere contar el
mundo con una mirada ética distinta”, explica Farinelli, “siente que no podía
abandonarse más al cine artificial de los estudios. ‘Los niños nos miran’, de
1943, documenta este gesto de ruptura, de salir de Cinecittà y rodar entre la
gente”. Las fotos son conmovedoras: De Sica dirige en calzoncillos, con un
pañuelo blanco que le protege la cabeza del sol, con un entusiasmo que le hace
gesticular, doblarse encima de la cámara, arrimarse a los actores, mimarles la
escena y volver al megáfono de lata para gritar “acción”. Allí, en la canícula
de la playa de Alassio, cerca de Roma, pero a una distancia sideral del cartón
piedra de Cinecittà, nace el neorrealismo.
“Ladrón de bicicletas cambia el curso del séptimo arte”,
aventura Farinelli. “A partir de entonces, nadie pudo ignorar que al lado del
cine de producción, podía existir uno poético”. El largometraje no solo fue un
éxito entre los críticos y las élites culturales. Al lado del Oscar que ganó en
1948 y de la bicicleta con la que se rodó, está expuesta una postal escrita al
director por un artesano de bicicletas, que le pedía escoger el nombre para un
nuevo modelo que estaba construyendo. Un detalle que demuestra cómo esta obra
supo interpretar un país entero, un país que quería volver a la vida, tras el
derrumbamiento de la dictadura. Ganar el Oscar fue como devolver Italia al
mundo. “La nación entera viajó sobre esta bicicleta”, sella el director. Dino
Gasperini, concejal de cultura de Roma, añade: “De Sica nos contó quiénes
éramos, nuestros miedos, las esperanzas, el hambre, la gallardía. Sus actores
eran personas reales, no solo porque no eran profesionales. Sino porque nos
representaban a todos”.
“No paraba. Era un volcán de creación. Pero no se lo tomaba
en serio, jugaba mucho con nosotros. Se divertía haciéndonos actuar para amigos
y familiares”, cuenta Christian, el más joven de los tres hijos, nacido en
1951, entornando los ojos sobre las fotos en blanco y negro de su infancia. Su
padre siempre sale sonriendo.
Los años sesenta son los de la comedia: inolvidables Sophia
Loren y Marcello Mastroianni en ‘Matrimonio a la italiana’ o en ‘Ayer, hoy y
mañana’ (Oscar en 1965, el último será en 1972 por ‘El jardín de los Finzi
Contini’). Películas que combinan temas sociales, actrices fornidas y sonrisas
que siempre esconden un fondo agridulce.
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