Es triste tener que decir esto, pero la verdad
amarga pugna por salirme de la boca: las muchas mentiras y deformaciones
configuran la falsa conciencia de los españoles, cuidadosamente cultivada por
la Iglesia integrista y el Estado autoritario. Entre tantas falsificaciones y
yerros que habitan la mente humana, la historia de España, disfrazada de hechos
heroicos y gestas gloriosas, es la mayor que conozco.
Pertenezco a una generación que fue educada
por el Estado franquista y que tuvo que descubrir la verdad fuera de las aulas
y del saber oficial: una larga historia de crímenes y genocidios para
constituir la unidad del Estado español. A lo largo de esa historia, la
intolerancia es el rasgo más definido de la cultura española;el Estado nacido
del matrimonio de los Reyes Católicos se fundó sobre la unidad religiosa bajo
el predominio del cristianismo más reaccionario e integrista. La expulsión de
todas las demás confesiones religiosas, judíos y musulmanes que poblaron la
península en la Edad Media, fue el hecho inaugural de la historia de España, la
destrucción de al-Ándalus. Poco ha cambiado desde entonces.
El partido conservador que ahora nos gobierna,
PP, muestra a las claras que las esencias patrias no han variado en los últimos
500 y pico años. Recordemos esas esencias: la persecución de los cristianos que
no se sometían a la rígida dogmática exigida por la Iglesia, acusados de
herejes y quemados en las hogueras inquisitoriales; la represión bajo tortura y
posterior ejecución en la hoguera de mujeres y hombres acusados de brujería; el
asesinato de cientos de miles de personas progresistas en la Guerra Civil de
1936-1939… Son algunos ejemplos de esa intolerancia congénita de la España tradicional.
Si hay otras Españas, duermen el sueño de los justos en la fantasía de los
bienpensantes.
Hablar de España antes del siglo XVI es otra
falsificación histórica. Hispania es el nombre que utiliza Alfonso X en sus
crónicas. Éste fue el nombre con el que los imperialistas romanos designaron la
más occidental de las penínsulas europeas. Ese origen imperial está en la
genética misma del Estado español y determina los sueños que pueblan el
inconsciente de esa malhadada patria. Me basta recordar la propaganda fascista,
que me mostraron en la asignatura de Formación del Espíritu Nacional a los 14
años: ‘por el imperio hacia Dios’. En nombre del Imperio Cristiano, heredero
del Romano, se cometieron innumerables genocidios fuera y dentro de la
península ibérica: América es el nombre del genocidio conocido más importante
por el elevado número de víctimas en toda la geografía de aquel continente. Pero
no olvidemos, como un genocidio de similar magnitud, la esclavitud de los
negros africanos, varias decenas de millones. Elegidos por la Gracia de Dios,
los españoles, junto con el resto de europeos que leen e interpretan la Biblia
a su modo e interés, se creen superiores a los demás pueblos. La unidad del
Estado español–¿ansiada por quién?- es el aprovechamiento del sentimiento nacional
de los pueblos peninsulares al servicio de un proyecto imperialista –recuérdese
además que España y Portugal estuvieron unidos con Felipe II y Felipe III, en
el momento de mayor auge del Imperio de los Austrias-. Ahora que ese proyecto
de dominación mundial está completamente obsoleto y es absolutamente inviable,
¿de qué sirve esa unidad basada en la violencia represiva del Estado?
Dice Kant en La paz perpetua que, para conseguir una humanidad pacífica, es
necesario que los Estados tengan una constitución republicana. Lo que esto
significa es que la sociedad pacífica es autocontenida. Los modelos
republicanos desde Platón a Rousseau, las utopías comunistas desde Tomás Moro a
Marx, son sociedades autosuficientes que no necesitan conquistar nuevos
territorios para sobrevivir; justamente lo contrario es la sociedad expansiva
que constituye el Estado liberal imperialista. ¿No podemos empezar a pensar en
otro proyecto más moderno al tiempo que más humano y antiguo? Cuánto mejor
sería para los pueblos peninsulares, retomar la memoria de aquel momento
verdaderamente grande de nuestra historia que fue la cultura musulmana de la
península ibérica.
Antes que Hispania, Iberia fue el nombre que
los griegos tomaron de las lenguas habladas por los pueblos costeros de la
península. Quizás también los fenicios usaran este nombre. Habitada por etnias
provenientes de lugares distantes, Iberia fue lugar de encuentros y mezclas
durante milenios: íberos africanos, celtas indoeuropeos, fenicios orientales,
griegos e italianos,… Ese aluvión fermentó finalmente en la esencial cultura
andalusí. ¿Por qué se nos ha borrado esa memoria? ¿No es cierto que el Estado
español se ha fundado secularmente en el lavado de cerebro de sus súbditos? Del
mismo modo, España es el segundo país del mundo con más fosas comunes sin
descubrir, después de Camboya: todas las víctimas republicanas de la guerra
civil todavía yacen enterradas en las cunetas de la historia. No es un tópico;
tampoco una casualidad. La manipulación de la memoria es el arte del poder
político clerical integrista.
Propongo que empecemos a desenterrar la
historia y la memoria. Nos dice Américo Castro que ‘español’ era el nombre que
recibían los hispano-romanos en el sur de Francia, donde se hablaba el
langue-d’oc; allí debió existir una colonia de refugiados ‘españoles’,
descontentos con la revolución islámica que había sacudido la península
ibérica. Pero el langue-d’oc, como entidad política primero, y cultural
después,despareció después tras la conquista del territorio por los francos,
con la excusa de la cruzada contra los albigenses en el siglo XII. Si esto es
cierto, si Américo Castro tiene razón, las migraciones desde el sur de Francia
en la baja Edad Media hacia la península, así como las peregrinaciones a Santiago
de Compostela, tanto como el repoblamiento del Duero bajo el reinado de Alfonso
VI con campesinos provenientes de Francia, debió ser el vehículo que introdujo
y finalmente impuso la denominación de ‘españoles’ a los habitantes de la
península ibérica; sin distinción de regiones diversas. Es un nombre
extranjero, por tanto. Siendo la cultura europea más avanzada de su tiempo en
la Edad Media, el nombre árabe de la península era al-Ándalus. Pero la nueva
invasión que llegó del norte con la cruzada católica a finales de la Edad
Media, impuso finalmente el nombre de España, derivado del toponímico latino
Hispania.
Sí, es cierto. Cada vez más, para más gente,
se hace evidente que necesitamos un nuevo orden político en la península
ibérica. Pero para ello se requiere crear un nuevo orden político, basado en
conceptos nacionales enraizados en la verdadera historia de nuestros ancestros, y eso exige recuperar la memoria. En efecto, necesitamos un
Estado Federal o Confederal en la península ibérica; pero para conseguirlo
primero tenemos bucear en los símbolos e ideas que dinamizan la cultura de los
pueblos peninsulares, desmontando el mito fascista de España y poniendo
barreras a los cainitas que han mandado tradicionalmente en la geografía
peninsular con esa violencia que he intentado retratar aquí.A mí no me cabe
ninguna duda de que el camino para lograrlo pasa por el derecho de
autodeterminación de los pueblos y las culturas peninsulares.