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Luciano Ariel Bazán | Jean Luc Godard estrenaba “su china” hace 48 años. Problemática, ciertamente, la controvertida figura del complicado cineasta francés de difíciles películas. Casi como una necesidad, las legiones de los testigos de su obra se dividen entre los absolutos detractores para quienes sus films son en su mayoría groseramente incomprensibles, pedantes, insustanciales y con recursos más bien mediocres para disfrazar esa trivialidad, intelectualoides que logran sólo apagar la atención, absurdos que no causan gracia, un ticket de segunda clase para asquearte del cine francés y uno de primera para una buena siesta. Y por otro lado los adoradores absolutos, los que no usan su nombre en vano y lo llaman God-Art, las que dicen que, como con Hákim El Velado, algunos no están en condiciones de apreciarlo; en dos palabras, los Alain Bergala para quienes al séptimo arte de Godard no todos tienen el derecho de criticarlo.