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Leon Trotsky ✆ Danny Vile |
Juan Forn | En
la última noche de 1926, Joseph Roth estaba en Moscú como periodista del
Frankfurter Zeitung y pasó el Año Nuevo con un grupo de gente que fue llegando
silenciosamente a su habitación de hotel, con botellas de vodka escondidas en
los bolsillos. En Moscú, en 1926, ya había que cuidarse bien de lo que se decía
delante de otros, pero el vodka fue soltando las lenguas y de pronto uno dijo:
“En esta habitación vivió Kargan unos
meses”. Todos soltaron los comentarios de rigor (es decir, todas variantes
de la palabra traidor), pero después uno se animó a decir que lo había conocido
en la prisión en Siberia, otro reconoció que lo había tratado en la
clandestinidad del exilio, otro dijo que estuvo a sus órdenes en el Soviet de
Petrogrado, y de a poco empezó a armarse ante los ojos de Roth una desordenada
biografía coral sobre aquel revolucionario caído en desgracia, mientras la
habitación de hotel se iba vaciando inadvertidamente (mejor no hablar de ciertas
cosas, mejor ni siquiera oír ciertas cosas si uno quería evitar los problemas
en Moscú en 1926).
En los tiempos del zar, como se sabe, caía en prisión un
revolucionario y al tiempo se escapaban dos. Los revolucionarios decían que las
cárceles eran sus universidades porque, en las horas muertas de encierro, los
veteranos transmitían a los novatos lecciones sobre teoría y praxis de la
revolución. La praxis era el plan de fuga, porque la obligación de cada
revolucionario que caía preso era convertir a uno y fugarse después con él. Por
eso empezaron a mandarlos a Siberia.