Winston Churchill decía que
“En tiempos de guerra la verdad es una cosa tan preciosa que es necesario protegerla siempre con una cortina de mentiras”. Estas palabras dieron lugar al título de un libro muy famoso sobre la historia de los servicios secretos durante
la Segunda Guerra Mundial cuyo autor es el periodista y escritor británico Anthony Cave-Brown [1] autor también de un “best seller” llamado
“Dios, Oro y Petróleo” [2], que trata sobre la historia de la compañía petrolífera Aramco y sobre los reyes de Arabia Saudita.
La historia de
Juan Pujol, conocido con el seudónimo de “Garbo”, tal como le fue narrada a Nigel West, dio lugar a
"Garbo, El Espía del Siglo". [3]. Tiene el honor de ser una de las pocas personas condecoradas con medallas de ambos bandos. Primero fue
la Cruz de Hierro, pues logró convencer a su superior en los servicios secretos de Alemania, Karl Kuehlanthal, que tenía informaciones de primera mano sobre los desplazamientos de las fuerzas británicas y norteamericanas para la invasión de Normandía. La Cruz de Hierro se otorga por actos de valentía o por méritos en la conducción de tropas, se concede solamente en tiempo de guerra, es una condecoración militar, aunque había casos en que era concedida a los civiles por realizar funciones militares, como es el caso de Juan Pujol.
La Orden del Imperio Británico fue instituida para honrar a todos aquellos que hacen algo significativo en nombre de ese país y le fue concedida por los obvios servicios que había prestado a Gran Bretaña.
Otro
libro fue escrito por
Javier Suárez [4], y en el se destacan las grandes aventuras de Juan Pujol, ya no tanto sobre la guerra sino sobre el personaje de Cave-Brown, al que se refirió con lujo de detalles sobre su extraordinarios aportes para la pronta derrota de Alemania, ignorando que estaba vivo y en Venezuela, cuyos últimos días de su agitada y sorprendente vida, ignorado por todos, los pasó en su casa de Choroní.
Me he permitido esta introducción sobre Garbo, para destacar la relevancia que tuvo su actuación durante la guerra. Aparte de las implicaciones morales y éticas que pudiera haber tenido su conducta, durante la guerra civil española militó en las filas republicanas, desertó a las franquistas, de donde también desertó para marcharse a Lisboa y enrolarse con el MI6, el servicio secreto británico. ¿Cómo es posible imaginarse que Garbo, quien llegó a crear una red ficticia de 27 espías y engañó a todos pudiera terminar sus días en Choroní? En ese contexto fue cuando yo lo conocí y traté personalmente, y cada vez que hablaba con el, sobre asuntos nimios –utilizando la doble acepción del término— no podía concebir que aquella persona, ya ligeramente encorvada y de andar presuroso, fuera la misma que narraban las historias, que yo conocía desde años atrás.
En Choroní, por supuesto no se le prestaba mucha importancia, y sólo fue después que se hizo pública su historia cuando comenzaron a agregarle el mote de “espía”, sin otra mayor trascendencia que no fuera la que se le da a casi todas las personas en ese pueblo, que son sentenciados de por vida a llevar a cuestas los sobrenombres mas increíbles, muchos de ellos denigrantes. Pero no era ese el caso de Garbo. Se le veía como alguien más, otro más de los muchos forasteros que se aposentan allí para nunca más tornar. Se dice que tenía una gran capacidad de convencimiento y de seducción, dotes innegables que le permitieron llevar adelante su “trabajo”; se dice que también era una persona sencilla, noble y con ideales liberales. En lo que todos coincidimos, es en considerarlo lo que se llama “una buena persona”, no aferrado a las cosas materiales. De ello puedo dar fe, cuando en una oportunidad en que lo visité, manifesté mi agrado por una bellísima ventana de madera colocada en la parte interna de una de las habitaciones de su casa. Para mi asombro, pues no lo pensó mucho, ordenó que fuera desprendida y más tarde la hizo llegar a mi casa, donde está a buen recaudo. Cuando manifesté mi agradecimiento por tan inusitado regalo y más bien preocupado por la orfandad en que quedaría la habitación, me dijo que de todas maneras estaba “remodelando” la casa y que allí colocaría otra.
Pero no se quedó allí, porque a la ventana siguió una puerta, que está colocada en la cocina, contada entre las doce puertas de madera dispuestas en mi casa, todas diferentes entre sí, como un potpurrí [5]. Lo más sorprendente fue cuando me regaló un vástago de cambur, un pineo enano, cuya progenie, pasados los veinte años, aun sobrevive en el jardín. ¿Cómo entender a una persona que sólo en 1984 reveló a sus más íntimos, quién era? ¿Qué clase de ser humano es capaz de soportar tan pesada carga y albergar tantos miedos y recelos? Debió ser un hombre muy suspicaz y astuto –nunca pude verlo en su cara, esas cosas no se ven–, pero sobretodo, muy inteligente. Al final de su vida, sólo era un hombre que disfrutaba de Choroní, en donde había encontrado la paz, por la cual, según decía, había luchado en la guerra, sin disparar ni un solo tiro.
No podía entonces molestar a alguien que está en paz. Como decimos en Venezuela, “deja quieto al que está quieto”. Después que Garbo murió, en alguna ocasión me llegué a lamentar que no hubiera sido capaz de llegar más hondo en su corazón para que me hablara de las cosas que yo quería que me contara. ¿Cómo podía penetrar la intimidad de un hombre que por más de veinte años la mantuvo en el más absoluto hermetismo, que ni siquiera su esposa e hijos llegaron a imaginar? De lo que puedo estar feliz, como en efecto lo estoy, es haber logrado construir un pequeño espacio vital, un breve segmento en nuestras vidas que nos permitió compartir novedades impensadas –para el y para mí– que no tuvieron nada que ver con el pasado. Llegué a albergar la esperanza que quizá más tarde llegaría el momento de hablar, pero ese momento nunca llegó. Dos de los últimos cuatro años que vivió, libre de su secreto, sin ser Juan Pujol, ni Garbo, ni nadie más, fueron los que yo compartí en el escenario más apropiado, el pueblo de Choroní.
Notas
[1] "Bodyguard of Lies", 1975, edición en ingles. “Una Cortina di bugie”, ed. Italiana, Ed. Mondadori, 1976.
[2] “Dios, Oro y Petróleo”, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile.
[3] “Juan Pujol, El espía que derrotó a Hitler”, Ed. Temas de Hoy, 2004
[4] “Garbo, El Espía del Siglo”, Ed. Planeta, Barcelona, 1986.
[5] Potpurrí (potpourri), es un término anglo-sajón proveniente del francés “pot-pourri”, empleado generalmente para designar una mezcla de canciones diferentes.