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Baruch Spinoza ✆ Maira Kalman |
Evald Vasilievich Ilyenkov
& Liev K. Naúmienko [1977] | Hace trescientos años, completó su camino en
la tierra uno de los mejores hijos del género humano, un hombre ante cuya
memoria se sienten hoy obligados a inclinar la cabeza con respeto incluso los
adversarios más radicales de sus ideas, los enemigos implacables de la noble causa
a la que entregó su vida corta y luminosa, teólogos e idealistas de todas las
tendencias y matices. Siglos de esfuerzos inútiles los convencieron de que no
es posible confrontar a Spinoza con insultos, difamaciones, prohibiciones y
censuras. Ahora intentan vencerlo con el arma de la “interpretación”, a través
de la tergiversación más inexcusable del verdadero sentido de la doctrina del
gran pensador humanista. Es bastante ridículo, pero es así. El mismo partido
del oscurantismo religioso que alguna vez publicara el texto de la “gran
excomunión” que prohibía para siempre a sus correligionarios, no sólo “leer
cualquier cosa compuesta o escrita o por él”, sino incluso “acercarse a él a
menos de cuatro codos”, hoy, por boca de Ben Gurion, pide permiso a la humanidad
para “corregir la injusticia” y cuenta entre sus santos al gran hereje y
adversario de Dios…
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Bertrand Russell, reconocido líder del positivismo
contemporáneo, lo consideró, entre los grandes filósofos, uno de los más nobles
y atractivos, aun cuando pensaba que “la ciencia y la filosofía de nuestro
tiempo no pueden aceptar la concepción de la sustancia en que se apoyaba
Spinoza”. (B. Russell, A History of Western philosophy, New York,
1966, pp. 568-578).
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