Lenin ✆ Vladimir Serov |
La
editorial La Fabrique acaba de publicar “Les
Bolcheviques prennent le pouvoir”*, aparecido inicialmente en inglés en
1976. Este libro de Alexander Rabinowitch tiene el enorme mérito de restituir
lo que fue realmente la Revolución rusa en Petrogrado, entonces capital de
Rusia y sobre todo epicentro de la revolución: un movimiento de insubordinación
generalizada en que las clases dirigentes se mostraban incapaces de imponer su
dominación como antes y en que las clases subalternas ya no consentían esa
dominación (la definición por antonomasia de una “crisis revolucionaria” según
Lenin), y al mismo tiempo un momento de aceleración y de bifurcación políticas,
cuyas consecuencias serán ingentes a escala mundial.
Leyendo
el libro se ve claro que es la dialéctica compleja entre una revuelta popular
extremamente potente y creativa, una autoorganización de masas en forma de
soviets –en los barrios, las empresas, en el frente, así como en el mundo
rural, por todas partes se formaban consejos–, y un partido que logró
conquistar una audiencia masiva en las filas del proletariado y estaba decidido
a llevar a cabo la revolución (es decir, a derribar el poder capitalista), la
que explica el destino de la Revolución rusa entre febrero y octubre de 1917.
Un
aspecto importante que se desprende del trabajo magistral de Rabinowitch: el
papel específico de Lenin. Aunque su acción fue absolutamente decisiva para
enderezar en distintas ocasiones la política de la dirección del partido
bolchevique y ofrecer una perspectiva de resolución de la crisis revolucionaria
–mediante la insurrección armada–, el libro muestra muy claramente que él no
fue en modo alguno el maestro de ceremonias de la revolución de Octubre,
contrariamente a lo que da a entender una visión policial o estalinista (que a
menudo fueron lo mismo), así como cierta ortodoxia trotskista que demasiado a
menudo ha sucumbido a una especie de heroización del dirigente bolchevique.
Una
de las razones es que Lenin quedó en lo esencial cortado del movimiento
revolucionario (al menos hasta la insurrección de octubre): al estar buscado
activamente por la policía tras la insurrección abortada de julio, los
bolcheviques temían que lo asesinaran en la cárcel y le ordenaron que se fuera
de Petrogrado. Pero hay otra razón, que tiene que ver con tres rasgos cruciales
del partido bolchevique que llaman la atención al leer el libro:
– la implantación de masas y la confianza de que goza la organización en las filas del proletariado de Petrogrado (y más allá);– contrariamente a una posterior redefinición deformada del “leninismo” (que divulgó Zinoviev en 1925 y Stalin acentuó posteriormente), la democracia interna, caracterizada por el vigor de los debates que tuvieron lugar entonces en el partido: pese a que la amenaza de la represión y de la contrarrevolución era permanente, en el seno de la organización podían manifestarse divergencias tácticas y estratégicas muy importantes, que incluso podían salir a la luz pública (a diferencia de lo que será el PC de la Unión Soviética bajo Stalin);– y la autonomía de las organizaciones intermedias del partido, bien se trate de los comités locales, bien de entidades específicas como la organización militar.
Al
menos tanto como la capacidad estratégica propia de Lenin (cuyas posiciones
quedaron a menudo en minoría o fueron ignoradas o incluso ocultadas por la
dirección ante la militancia), fueron por tanto esta implantación de masas
(entre los obreros y soldados especialmente), la democracia interna y la
flexibilidad organizativa las que permitieron al partido bolchevique mantener
el rumbo en las circunstancias fluctuantes del año 1917. Como escribe
Rabinowitch en el epílogo de la obra (p. 446-447):
“El éxito fenomenal de los bolcheviques también se debe en buena parte a la naturaleza del partido en 1917. Con esto no me refiero ni al liderazgo tan audaz como decidido de un Lenin –cuya importancia histórica, sin embargo, no se puede negar– ni a la unidad o la disciplina organizativa legendarias de los bolcheviques, que muy a menudo se exageran. Quisiera más bien poner de relieve el carácter relativamente democrático, tolerante y descentralizado de las estructuras del partido y de su modo de funcionamiento, así como el hecho de que en aquel entonces operaba fundamentalmente como un partido de masas abierto, en ruptura clara con el modelo leninista tradicional.”
Prosigue
Rabinowitch:
“Ya lo vimos, en 1917, cuando la organización bolchevique de Petrogrado conocía constantes intercambios y debates tan libres como apasionados, en todos los niveles, en torno a cuestiones teóricas y tácticas fundamentales. Los dirigentes que estaban en desacuerdo con la mayoría con respecto a tal o cual asunto tenían la posibilidad de defender sus puntos de vista. Y no era raro que Lenin saliera perdiendo en esas controversias. En 1917, algunos órganos subalternos del partido, como el comité de Petersburgo o la organización militar, gozaban de un grado de autonomía e iniciativa notable. Sus opiniones y sus críticas se tenían en cuenta a la hora de fijar la línea política por parte de la dirección. Y sobre todo, esos órganos subalternos podían adaptar sus tácticas y su mensaje a las características de sus propias bases en un contexto que evolucionaba rápidamente.”
El
extracto del libro que se reproduce a continuación muestra lo que fue el método
de los bolcheviques en general, y de Lenin en particular: no la inflexibilidad
y el sectarismo que se les suele atribuir, sino al contrario, la capacidad de
tomarse en serio los cambios súbitos de la coyuntura y de forjar alianzas en
función de las circunstancias y de objetivos concretos. Rabinowitch describe cómo,
a finales del mes de agosto de 1917, los bolcheviques –y especialmente Lenin–
respondieron a la amenaza de un golpe de Estado impulsado por la camarilla
reaccionaria constituida alrededor del general Kornílov, que contaba entonces
con el apoyo de los sectores conservadores y burgueses que estaban hartos de lo
que consideraban, desde la revolución de febrero, un desorden insoportable.
Mientras
que tan solo unos días antes Lenin acusó a los partidos menchevique y
socialista-revolucionario de desempeñar un papel contrarrevolucionario, acto
seguido recomendó constituir un frente anti-Kornílov con esas mismas
organizaciones, e incluso imaginaba –también durante algunas semanas– un
desarrollo pacífico posible de la revolución, lo que suponía buscar y obtener el
apoyo de los mencheviques y de los socialistas-revolucionarios a la idea de una
ruptura total con la burguesía (es decir, con Kerenski) y de una transferencia
inmediata del poder a los soviets (de los que Lenin pensaba, sin embargo, desde
julio, que habían perdido toda funcionalidad revolucionaria).
Si
bien la situación actual está muy lejos del año 1917 en Petrogrado, la
Revolución rusa todavía tiene mucho que enseñar a aquellos y aquellas que se
plantean la ruptura con el orden capitalista y la transformación revolucionaria
de la sociedad. En particular permite, sin fetichizarla a modo de “lecciones”
inmutables y transparentes, replantear algunas cuestiones complejas sobre el
sujeto revolucionario (que no fue únicamente, a todas luces, el proletariado
industrial de Petrogrado), la organización política (el partido) –su forma, su
papel y sus relaciones con los movimientos populares–, así como la cuestión del
poder. Cuestiones que se nos plantean ahora de un modo evidentemente distinto,
pero que exigen retomar y reapropiarnos de debates antiguos, so pena de
sucumbir a la alternativa mortal del olvido o de la insistencia machacona.
Les Bolcheviques prennent le pouvoir
“Todo el poder a los soviets”
“Todo el poder a los soviets”
Alexander
Rabinowitch
Durante
todos estos últimos días críticos del mes de agosto, Lenin permaneció en su
refugio clandestino en Helsingfors, la capital de Finlandia. En este país, que
formaba parte del imperio ruso desde 1809, las aspiraciones nacionales
complicaban e intensificaban fuertemente la efervescencia que había seguido a
la caída del régimen zarista. Helsingfors también era la base principal de la
flota del Báltico, en la que los bolcheviques eran muy activos y tenían una
gran influencia. Como en otras partes de Rusia, la conflictividad política y
social y el apoyo a los programas de la extrema izquierda crecieron con fuerza
a finales del verano y comienzos del otoño de 1917. El tercer congreso regional
de los soviets del ejército, de la flota y de los trabajadores de Finlandia,
reunido en Helsingfors del 9 al 12 de septiembre, eligió un comité ejecutivo
permanente (el comité ejecutivo regional del ejército, la flota y los
trabajadores de Finlandia), compuesto casi exclusivamente de bolcheviques y
socialistas-revolucionarios (SR) de izquierda. Bajo la presidencia del
bolchevique ultrarradical Ivar Smilga, este órgano se autoproclamó autoridad
política suprema de Finlandia.
Durante
su estancia en Helsingfors, Lenin entró en contacto con los dirigentes
socialdemócratas locales. Es muy probable que la fuerza de la izquierda y el
carácter cada vez más explosivo de la situación política en Finlandia hayan
contribuido a orientar su reflexión sobre los avances ulteriores de la
revolución en general. Sin embargo, el líder bolchevique estaba preocupado
sobre todo por la política revolucionaria en Petrogrado. Poco tiempo después de
su paso por Razliv en Finlandia, el 9 de agosto, había conseguido establecer un
sistema de comunicación relativamente fiable con el Comité Central, para el
envío de la prensa de Petrogrado, que solía llegar al día siguiente de su
publicación por la tarde. Además de la reflexión que acompañaba su lectura
voraz de las últimas noticias, parece que repartió su tiempo entre la
terminación de El Estado y la revolución y la redacción de comentarios para la
prensa bolchevique /1.
Fue
el 28 de agosto cuando Lenin recibió las primeras noticias sobre la amenaza del
general Kornílov de avanzar sobre la capital, y hasta entrada la noche del 29
no recibió los diarios de la víspera, que informaban sustancialmente del
comienzo de la crisis. Sin embargo, ni siquiera entonces había recibido todavía
algún ejemplar del diario bolchevique Rabotchiy, por lo que no tenía ni idea de
la actitud de su partido. Aun así, en la mañana del día 30, mientras esperaba
ansiosamente nuevas informaciones procedentes de Petrogrado, escribió una carta
de recomendaciones tácticas al Comité Central que anticipaban un cambio de
perspectiva importante, aunque provisional, sobre la cuestión del desarrollo de
la revolución. La respuesta inicial de Lenin a la amenaza de una dictadura
reaccionaria era que la situación política había experimentado de pronto un
cambio fundamental y que por tanto había que revisar la táctica del partido.
Dejó de afirmar que los rumores de conspiración contrarrevolucionaria
respondían a “una estratagema bien meditada de los mencheviques y los SR”, como
todavía había hecho durante la conferencia de Moscú. Por el contrario, llamó a
los bolcheviques a unirse a la lucha contra Kornílov.
Sin
pronunciarse sobre la cuestión crucial de hasta qué punto los miembros del
partido podían permitirse cooperar con los socialistas mayoritarios en los
preparativos de la defensa, exhortó a sus camaradas a que evitaran apoyar
directamente a Kerenski y trataran de derribarlo. Los bolcheviques debían
aprovechar más bien todas las ocasiones para denunciar los puntos débiles y los
fallos de Kerenski y presionar al gobierno para que pusiera en práctica
“medidas parciales” como la detención de Miliúkov, la entrega de armas a los
trabajadores, la repatriación de las fuerzas navales a Petrogrado, la
disolución de la Duma de Estado, la legislación sobre la entrega de tierras a
los campesinos y la introducción del control obrero en las fábricas.
La
aceptación tácita de la colaboración con los demás grupos para combatir a
Kornílov y la insistencia en la necesidad de presionar a favor de “medidas
parciales” se desmarcaban de las posiciones anteriores de Lenin cuando sostenía
que los bolcheviques debían mantener sus distancias con respecto a los
mencheviques y los SR y que la tarea prioritaria del partido era la conquista
directa del poder por el proletariado en el plazo más breve posible. Como hemos
visto, fue esa precisamente la posición adoptada durante los primeros días del
mes de agosto por parte de la mayoría de dirigentes del partido en Petrogrado.
Esta aprobación inesperada de su línea por parte de Lenin la puso de relieve en
una posdata añadida a su carta al Comité Central en la noche del día 30, después
de haber recibido un nuevo paquete de diarios de Petrogrado, entre ellos varios
ejemplares del Rabotchiy. “Habiendo leído seis números de Rabotchiy después de
escribir este texto”, explicaba Lenin, en efecto, “debo decir que nuestros
puntos de vista coinciden totalmente /2.”
Esta
evolución del pensamiento de Lenin por efecto de la crisis korniloviana
apareció de forma todavía más pronunciada en un artículo titulado “A propósito
de los compromisos”, que redactó el 1 de septiembre y que se difundió en Petrogrado
dos días después. De hecho, resulta difícil interpretar este ensayo como algo
distinto de un deseo de marcar las distancias con respecto a las principales
hipótesis subyacentes a las directrices del líder bolchevique al sexto
congreso: la decadencia de los soviets como instituciones revolucionarias, la
quiebra irreversible de los mencheviques y los SR y la absoluta necesidad de
tomar el poder por la fuerza. Estimulado por la debilidad y el aislamiento
evidentes de Kerenski, impresionado por la energía desplegada por los soviets
en la lucha contra Kornílov e intrigado por la hostilidad aparentemente
creciente de los mencheviques y los SR a dar continuidad a la colaboración con
los Cadetes, Lenin pasó a plantear la posibilidad de retomar el programa táctico
“pacifista” de antes de julio, tal como lo defendía la fracción moderada del
partido.
Más
concretamente, proponía un compromiso con los socialistas mayoritarios que en
términos generales seguiría estas pautas: de momento, los bolcheviques
abandonarían su reivindicación de traspasar el poder a un gobierno formado por
representantes del proletariado y del campesinado pobre y recuperarían
oficialmente la consigna de antes de julio, “todo el poder a los soviets”. A
cambio de ello, los mencheviques y los SR asumirían el control de un gobierno
responsable ante el soviet de Petrogrado. En el conjunto de Rusia, el poder
político pasaría a manos de los soviets locales. Los bolcheviques no
participarían en el gobierno y conservarían la plena libertad de defender su
propio programa. En esencia, “A propósito de los compromisos” expresaba el
hecho de que Lenin estaba ahora dispuesto a abandonar la violencia armada y a
competir por el poder en el seno de los soviets con medios políticos si los
mencheviques y los SR rompían con la burguesía. El líder bolchevique pasó a
sostener que esta línea
puede asegurar muy probablemente el progreso pacífico de la revolución en su conjunto y ofrece oportunidades excepcionales de realizar grandes avances en el movimiento mundial hacia la paz y la victoria del socialismo.
El 3
de septiembre, cuando Lenin se disponía a enviar “A propósito de los compromisos” a Petrogrado, se enteró de la
creación del Directorio, la reticencia fundamental de la mayoría de los
socialistas moderados a proceder a la formación de un gobierno exclusivamente
socialista y, por el contrario, sus esfuerzos por organizar un nuevo gabinete
de coalición con representantes de la burguesía no pertenecientes a los
Cadetes. Bajo la influencia de estas noticias, Lenin añadió una breve posdata a
“A propósito de los compromisos”, en la que formuló la siguiente observación
pesimista:
Ahora pienso, después de leer los diarios del sábado y domingo, que nuestra oferta de compromiso llega sin duda demasiado tarde. Los pocos días en que el desarrollo pacífico de los acontecimientos todavía era posible pertenecen sin duda, también ellos, al pasado /3.
Sin
embargo, Lenin no abandonó ni siquiera entonces totalmente la idea de un curso
pacífico. Durante la primera semana y media de septiembre, su interés por un
posible “compromiso” se mantuvo vivo, al menos en parte, a la vista de las
informaciones que le llegaban sobre las permanentes disensiones internas que
desgarraban las filas de los mencheviques y los SR en relación con el futuro
gobierno. También estaba al corriente de la creciente antipatía entre Kerenski
y los dirigentes socialistas moderados del soviet de Petrogrado, como
reflejaba, por ejemplo, la resistencia obstinada del comité de lucha frente a
los intentos del gobierno de disolver los comités revolucionarios creados al
calor de la crisis korniloviana. En todo caso, veremos a Lenin retomar la
cuestión de un posible compromiso con los moderados y la evolución no violenta
de los revolución en tres artículos consecutivos: “Las tareas de la
revolución”, “La revolución rusa y la guerra civil” y “Una de las cuestiones
fundamentales de la revolución” /4.
En “Las tareas de la revolución”, escrito
alrededor del 6 de septiembre, pero no publicado hasta finales de ese mes,
Lenin expuso de manera más detallada las propuestas políticas que había
formulado primeramente en “A propósito de los compromisos”.
“Una vez el poder en sus manos, los soviets podrían todavía –y esta es probablemente su última oportunidad– asegurar el desarrollo pacífico de la revolución, la elección pacífica de los diputados del pueblo, la lucha pacífica de los partidos en el seno de los soviets /5.”
En “Una de las cuestiones fundamentales de la
revolución”, escrito uno o dos días más tarde (pero publicado el 14 de septiembre),
Lenin se extendió sobre la importancia suprema del poder estatal en el
desarrollo de toda revolución y sobre el nuevo significado que atribuía a el
traspaso inmediato de “todo el poder a los soviets”:
La cuestión del poder no se puede eludir y relegar a un segundo plano, porque es la cuestión fundamental, la que determina todo el desarrollo de la revolución, su política exterior e interior. […] Toda la cuestión, ahora, radica en saber si, sí o no, la democracia pequeño-burguesa ha aprendido algo durante estos seis meses tan importantes, tan ricos en acontecimientos. Si es que no, la revolución está perdida, y únicamente una insurrección victoriosa del proletariado podrá salvarla. Si es que sí, hay que empezar a crear de inmediato un poder estable y firme. […] Únicamente el poder de los soviets podría ser estable; es el único que no podrá ser derribado, ni siquiera en las horas más agitadas y de la más tempestuosa de las revoluciones; únicamente este poder podría asegurar el desarrollo amplio y continuo de la revolución, la lucha pacífica de los partidos en el seno de los soviets.
Centrándose
en los mencheviques y los SR, Lenin prosiguió explicando el significado de la
consigna “Todo el poder a los soviets”, tal como la había resucitado en “A
propósito de los compromisos”:
Sin
embargo, la consigna ‘Todo el poder a los soviets’ se entiende muy a menudo,
por no decir en la mayoría de los casos, de forma absolutamente equivocada, en
el sentido de un ‘ministerio formado por los partidos que tienen la mayoría en
los soviets’ […]. ‘El poder a los soviets’ significa una refundición radical de
todo el antiguo aparato de Estado, aparato burocrático que impide toda
iniciativa democrática; la supresión de este aparato y su sustitución por un
aparato nuevo, popular, verdaderamente democrático, el de los soviets, es
decir, de la mayoría organizada y armada del pueblo, de los obreros, los
soldados y los campesinos; la facultad otorgada a la mayoría del pueblo de
hacer gala de iniciativa e independencia, no solo para la elección de
diputados, sino también en la administración del Estado, en la aplicación de
reformas y de transformación sociales.
Únicamente
un régimen de los soviets, venía a decir, tendría el coraje y espíritu de
decisión suficientes para instituir un monopolio de los cereales, imponer
controles eficaces de la producción y la distribución, limitar la emisión de
papel moneda, asegurar un intercambio equitativo de trigo por productos
manufacturados, etc., todas estas medidas que resultaban necesarias a causa de
los imperativos y las dificultades sin precedentes de la guerra, el grado
excepcional de desintegración económica y el peligro de hambruna. Crear un
gobierno de este tipo, “valiente y decidido”, equivaldría a instaurar una
“dictadura del proletariado y de los campesinos pobres”, cuya necesidad ya
había subrayado en sus “Tesis de abril”. Se enfrentaría enérgicamente a
Kornílov y sus partidarios y llevaría a cabo inmediatamente la democratización
del ejército.
Lenin
aseguraba a sus lectores que 48 horas después de su formación, el 99 % de
los hombres en uniforme se convertirían en partidarios entusiastas de la
dictadura. Entregaría la tierra entre los campesinos y todo el poder a sus
comités locales, atrayéndose así el apoyo indefectible de las masas rurales.
Únicamente un gobierno fuerte que gozara de una base popular, sostenía el líder
bolchevique, sería capaz de aplastar la resistencia de los capitalistas, de
manifestar un coraje y una determinación extremos en el ejercicio del poder y
de asegurarse el apoyo entusiasta y la abnegación heroica de las masas en
uniforme y del campesinado. La entrega inmediata del poder a los soviets,
insistía, era la única manera de conseguir avances graduales, pacíficos y
ordenados al mismo tiempo/6.
En el
último de estos ensayos, “La revolución
rusa y la guerra civil”, probablemente terminado de escribir el 9 de
septiembre (y publicado el 16), Lenin trató de apaciguar los recelos de los
socialistas moderados, que temían que una ruptura con la burguesía provocara
una sangrienta guerra civil, sosteniendo, por el contrario, que la amargura y
la indignación crecientes de las masas garantizaban que las tergiversaciones
con respecto a la formación de un gobierno de los soviets comportarían
inevitablemente una sublevación de los trabajadores y una guerra civil que, por
mucho que hubiera que hacer lo posible por evitar el baño de sangre que
provocaría, concluiría de todos modos con la victoria del proletariado.
[Ú]nicamente la entrega inmediata de todo el poder a los soviets haría que la guerra civil fuera imposible en Rusia”, explicaba. […] “Frente a esta alianza, frente a los soviets de diputados obreros, de soldados y campesinos, cualquier guerra civil desencadenada por la burguesía es impensable, pues esta ‘guerra’ no daría pie ni a una sola batalla.
Para
ilustrar su razonamiento, Lenin destacaba la impotencia de la burguesía durante
el golpe de Kornílov. La alianza de los bolcheviques, de los SR y de los
mencheviques “supuso durante esas jornadas una victoria total sobre la
contrarrevolución, conseguida con una facilidad sin parangón en ninguna otra
revolución” /7.
El
hecho de que esta moderación inaudita de Lenin no fuera acogida sin oposición
es una prueba de la libertad de debate que reinaba entonces en el seno de la
organización bolchevique. En el momento en que los dirigentes bolcheviques de
Petrogrado pudieron leer el artículo “A propósito de los compromisos”, los
comités ejecutivos panrusos habían rechazado formalmente la declaración
bolchevique del 31 de agosto. Para los editores de Rabotchiy Put’, el tipo de
“compromiso” planteado por Lenin parecía impracticable. Uno de los miembros del
comité de redacción, Grigori Sokólnikov, recuerda incluso que “A propósito de
los compromisos” fue rechazado inicialmente por la redacción. Por insistencia
de Lenin, reconsideró esta decisión y publicó el artículo el 6 de septiembre
/8.
También
se vio expresar objeciones contra los puntos de vista de “A propósito de los
compromisos” entre los miembros del comité regional de Moscú /9, conocidos por
su radicalismo, y entre algunos dirigentes más izquierdistas del comité de
Petersburgo. En el sexto congreso, es decir, apenas cuatro semanas antes, estos
últimos habían apoyado, en efecto, las posiciones de Lenin en la cuestión de la
ruptura total con los socialistas moderados y de la posibilidad de tomar el
poder por las armas, y estaban visiblemente muy consternados ante este cambio
de postura de última hora de su líder. Esta reacción de determinados dirigentes
locales de Petrogrado se manifestó con motivo de una reunión de análisis de la
“situación actual” celebrada por el comité de Petersburgo el 7 de septiembre,
al día siguiente de la publicación de “A propósito de los compromisos” /10.
Fue
Slutski, en nombre de la comisión ejecutiva del comité, quien abrió el debate
sin morderse la lengua. Aunque aceptó la afirmación de Lenin de que las masas y
los socialistas moderados se habían radicalizado y la idea de que, en cierto
sentido, los soviets habían vuelto a cobrar dinamismo ante la intentona de
Kornilov, se rebeló contra la idea de un acercamiento con los mencheviques y
los SR, sosteniendo que las principales tareas del partido consistían en evitar
que las masas se lanzaran a acciones prematuras y prepararse para utilizar los
soviets como centros de combate en la conquista del poder /11. Más adelante,
Slutski volvió a tomar la palabra para responder a argumentos favorables al
punto de vista de Lenin:
Tanto en las fábricas como entre los campesinos acosados por la pobreza, asistimos a una radicalización. Por tanto, es absurdo hablar hoy de compromiso. ¡Nada de compromiso! […] Nuestra revolución no se asemeja a las que hemos conocido en Occidente. Se trata de una revolución proletaria. Nuestra tarea consiste en aclarar nuestra postura y en prepararnos para un enfrentamiento militar.
En
una vena similar, G. F. Kolmin, un pensador independiente que había formado
parte de las cabezas locas del partido en julio, rechazó la idea de que los
soviets, los mencheviques y los SR hubieran cambiado fundamentalmente a raíz de
la intentona de Kornilov:
“Su radicalización no nos brinda ninguna razón para pensar que los soviets adoptarán un rumbo revolucionario. No debemos cambiar de posición. Nuestro objetivo no consiste en ir de la mano con los dirigentes de los soviets, sino en tratar de arrebatar a sus elementos más revolucionarios de su influencia y movilizarlos en nuestras filas.”
También
es interesante observar que las observaciones del representante del Comité
Central en el comité de Petersburgo, Búbnov, se acercaban más a las opiniones
expresadas por Slutski y Kolmin que a las ideas de Lenin expresadas en “A propósito de los compromisos”.
Es
difícil determinar el grado de popularidad de estas posiciones radicales entre
los miembros del comité de Petersburgo, dado que la discusión del 7 de
septiembre sobre la situación actual no dio pie a ninguna resolución final. De
todas maneras, del mismo modo que durante el periodo anterior a julio, la idea
de una vía pacífica era compatible a corto plazo tanto con las concepciones
programáticas de los bolcheviques moderados, como Kámenev –quien consideraba
que Rusia no estaba preparada para una revolución socialista y de momento se
planteaba a lo sumo la formación de un gobierno de amplia coalición formado
exclusivamente por los partidos socialistas, incluidos los bolcheviques, la
creación de una república democrática y la convocatoria de una asamblea
constituyente–, como con las de dirigentes como Lenin, Trotsky y algunos
cuadros locales de Petrogrado. Para estos últimos, la entrega del poder a los
soviets y la formación de un gobierno de mencheviques y
socialistas-revolucionarios se percibían como una etapa transitoria del
desarrollo de una revolución socialista, que debía desembocar rápidamente en la
instauración de una dictadura del proletariado y del campesinado pobre.
Está
claro que la línea propuesta por Lenin halló un eco favorable entre la mayoría
del Comité Central. De hecho, durante las primeras semanas de septiembre, bajo
la dirección del Comité Central, los bolcheviques de Petrogrado dedicaron más
esfuerzos a tareas acordes con la posibilidad de una evolución pacífica de la
revolución que no a la profundización de sus divergencias con los moderados o a
preparar a las masas para la conquista armada del poder a corto plazo, de
acuerdo con el espíritu de las directrices de Lenin en el sexto congreso. En
particular, hicieron todo lo posible por ganar el apoyo de elementos todavía
vacilantes del campo menchevique-SR para la idea de una ruptura completa con la
burguesía, lo que les permitió ampliar y consolidar la influencia del partido
en el seno de las organizaciones de masas (y sobre todo del soviet de
Petrogrado) y asegurarse la más amplia representación en las filas de la
Conferencia Democrática de Estado. Esta estaba programada ya para mediados de
septiembre y había sido concebida por los mencheviques y los SR como el foro en
que se resolvería finalmente la cuestión de la coalición y de la naturaleza del
nuevo gobierno.
La
competición por adquirir influencia en el soviet de Petrogrado mereció una
atención especial por parte de los bolcheviques. En la sensacional votación del
31 de agosto, en que una mayoría apoyó el programa político bolchevique, habían
participado menos de la mitad de los diputados con derecho a voto. Buena parte
de los ausentes eran soldados (un grupo hasta entonces muy influido por los
SR), todavía movilizados en posiciones defensivas alrededor de la capital. Por
tanto, no es extraño que los socialistas moderados no dieran demasiada importancia
a la victoria bolchevique del 31 de agosto, pues confiaban en una pronta
inversión de la tendencia.
Para
medir sus fuerzas en el soviet de Petrogrado, los estrategas SR y mencheviques
aprovecharon la ocasión de la elección de la directiva de este organismo. Desde
sus comienzos en marzo, los miembros de la directiva procedían exclusivamente
de las filas de estas dos organizaciones. Entre ellos estaban Chjeidse,
Tsereteli, Chernov, Dan, Skobélev, Gots y Anisímov, es decir, las figuras
públicas más conocidas de los moderados y las que gozaban de la máxima
autoridad. Estas eminentes personalidades amenazaban ahora con dimitir en
bloque si no se repudiaba formalmente el voto del 31 de agosto y si no obtenían
un voto de confianza. Esta estrategia colocaba a los bolcheviques en una
posición delicada, pues era posible, e incluso verosímil, que no lograrían
reunir suficientes votos para ganar este pulso simbólico. El repudio del voto
del 31 de agosto y un voto de confianza a favor de los mencheviques y los SR implicaban
un serio cuestionamiento de los recientes éxitos del partido en la acumulación
de un apoyo de masas más amplio.
Para
descartar la posibilidad de semejante derrota, los bolcheviques trataron de
minimizar el significado político del voto sobre la directiva y desviaron la
atención sobre cuestiones de procedimiento. Más concretamente, defendieron la
idea de que no era justo que la directiva estuviera compuesta únicamente por
miembros de la mayoría. En lugar de elegir entre programas políticos opuestos y
dejar que los que ganen formen la directiva, como proponían los moderados, los
bolcheviques explicaron que sería más democrático reconstituir la directiva
sobre una base proporcional, añadiendo cierto número de miembros de grupos que
hasta entonces no estaban representados. Esta propuesta les pareció razonable a
muchos delegados que se inclinaban a la izquierda, pero que habrían dudado de
alinearse con los bolcheviques a riesgo de recusar totalmente a sus propios
dirigentes /12. En un esfuerzo por tranquilizar a estos indecisos, Kámenev
defendió del modo siguiente la tesis de la representación proporcional:
Si los mencheviques y los SR han podido considerar aceptable una coalición con los Cadetes en la Conferencia de Estado de Moscú, no veo por qué no podrían plantear una política de coalición con los bolcheviques en el marco de este organismo.
El
voto crucial sobre los procedimientos de reestructuración de la directiva tuvo
lugar al comienzo de la sesión del 9 de septiembre del soviet de Petrogrado. La
posición bolchevique alcanzó una exigua mayoría /13. Posteriormente, Lenin
criticaría a sus camaradas del soviet por haber defendido la representación
proporcional en la elección de la directiva; veía en ello un nuevo ejemplo de
aceptación de un grado excesivo de cooperación con los demás grupos socialistas
a expensas de los objetivos propios del partido. Sin embargo, la pertinencia de
la táctica de la representación proporcional se confirmaría más adelante,
durante la misma sesión, cuando el debate sobre otra propuesta de los
bolcheviques demostró que estos últimos no disponían todavía de una mayoría
fiable en el soviet. En este caso, los cambios propuestos por los bolcheviques
en la manera en que debían estar representados los soldados en el soviet fue
rechazada por la mayoría de diputados, y los bolcheviques tuvieron que retirar
su propuesta de resolución en el último momento para evitar una derrota segura
/14.
Al
final, la hábil estrategia de los bolcheviques en el soviet de Petrogrado dio
sus frutos. Cuando se anunciaron los resultados de la votación del 9 de
septiembre sobre la representación proporcional, los socialistas mayoritarios
que formaban la directiva saliente abandonaron la sala en una reacción airada,
así que el 25 de septiembre se procedió a reorganizar completamente la
dirección del soviet. La directiva pasó a estar formada entonces por dos SR, un
menchevique y cuatro bolcheviques (Trotsky, Kámenev, Rýkov y Fédorov); Trotsky
sustituyó a Chjeidse en la presidencia /15.
Paralelamente,
la dirección del partido también seguía con mucha atención los preparativos de
la Conferencia de Estado. En un telegrama del 4 de septiembre, dirigido a los
37 comités del partido de todo el país y en una carta suplementaria de la misma
fecha, los dirigentes bolcheviques habían subrayado la importancia de una
nutrida representación en esa conferencia; encarecieron a los militantes que se
familiarizaran con la composición de la conferencia y que obraran, en la medida
de lo posible, por lograr que salieran elegidos miembros del partido. Todos los
delegados elegidos con el apoyo de los bolcheviques debían presentarse a su
llegada a la capital en el cuartel general del grupo bolchevique en el soviet,
en el Smolny, para recibir instrucciones /16.
La
esperanza de que la Conferencia Democrática de Estado recusara la política de
coalición y adoptara medidas con vistas a la formación de un nuevo gobierno
exclusivamente socialista se desvaneció estrepitosamente cuando se conoció el
origen respectivo de los 1 198 delegados. Estaban representados los soviets
obreros, campesinos y de soldados, dumas municipales, comités del ejército,
sindicatos y una docena de otras instituciones menos importantes. Sin embargo,
la proporción de escaños otorgados a los soviets de trabajadores urbanos y de
soldados, así como a los sindicatos, organizaciones en las que los bolcheviques
tenían más influencia, era baja en comparación con la representación atribuida
a los soviets rurales, los gobiernos locales y las cooperativas, todavía
dominados por los moderados.
Ni
siquiera en estas condiciones abandonaron los bolcheviques completamente la
esperanza de que la conferencia concluyera con la formación de un gobierno
socialista. En su reunión del 13 de septiembre, el Comité Central asignó a
Trotsky, Kámenev, Stalin, Miliutin y Rýkov la tarea de redactar una plataforma
ad hoc para presentar en la conferencia /17. Basada en parte en los escritos de
Lenin de comienzos de septiembre, el texto en cuestión partía de la hipótesis
de que todavía era posible una evolución pacífica de la revolución y de que la
conferencia podía y debía concluir con la formación de un gobierno
revolucionario /18.
Al
igual que el artículo de Lenin “A
propósito de los compromisos”, la plataforma bolchevique para la
Conferencia Democrática de Estado era esencialmente un llamamiento dirigido a
los antiguos partidarios de la política de coalición para que rompieran con la
burguesía y una expresión de confianza en los soviets como órganos de un
gobierno revolucionario. La plataforma declaraba sin ambages que los
bolcheviques no habían tratado de tomar el poder en contra de la voluntad de la
mayoría de las masas trabajadoras y que no se les ocurriría hacerlo. En
términos parecidos a los de Lenin, se afirmaba que en virtud de la plena libertad
de agitación y de la continua regeneración de los soviets desde la base, es
dentro de estos últimos donde tendría lugar la lucha por la influencia y el
poder /19. Sin embargo, al mismo tiempo la plataforma divergía de “A propósito
de los compromisos” en la medida en que no descartaba la posibilidad de que los
bolcheviques formaran parte de un gobierno de los soviets /20; parece que esto
fue obra de la influencia de Kámenev.
En la
víspera de la Conferencia Democrática de Estado se vio claramente que los recelos
de la extrema izquierda con respecto a la probable composición de este órgano
estaban justificados. Entre los delegados que llegaban a Petrogrado y estaban
dispuestos a manifestar abiertamente su adscripción, 532 se declararon SR (de
ellos, 72 SR de izquierda), 530 mencheviques (de ellos, 56
mencheviques-internacionalistas), 55 socialistas populares y 17 sin afiliación
partidaria. Solamente había 134 bolcheviques /21.
No
obstante, en los debates preliminares en los grupos de delegados de cada partido
y en las reuniones de delegados por afiliación institucional, se vio de
inmediato que no había consenso entre los moderados sobre la cuestión crucial
de continuar o no la política de coalición con los partidos no socialistas; las
divergencias importantes que habían aparecido al respecto después de la
intentona de Kornílov incluso se habían profundizado. El malestar de numerosos
dirigentes mencheviques y SR, que hasta entonces se habían mostrado fieles al
gobierno provisional, lo puso de manifiesto el menchevique Bogdánov el primer
día de la conferencia:
En esta terrible coyuntura, hemos de reconocer sin ilusión que carecemos de toda autoridad gubernamental; asistimos a un verdadero vals de ministros en el seno del gabinete, exactamente igual que en la época del zarismo. El resultado de este vaivén ministerial incesante es un gobierno totalmente ineficaz, y es a nosotros a quien incumbe la responsabilidad de esta situación. […] No me resulta agradable, como partidario que soy de la política de coalición, tener que concederlo, pero hay que reconocer que la causa principal de esta parálisis gubernamental es precisamente el hecho de que se trata de un gabinete de coalición /22:
De
este modo, a medida que se desarrollaba la Conferencia Democrática de Estado,
los dirigentes bolcheviques de Petrogrado creían poder percibir todavía algunos
signos alentadores que reforzaban su esperanza de que una mayoría de delegados
acabaran votando a favor de la ruptura con Kerenski y de la formación de un
gobierno socialista homogéneo. A esta esperanza persistente se refería Zinóviev
en un editorial publicado en portada del número del 13 de septiembre de
Rabotchiy Put’, que sin duda circuló ampliamente entre los delegados recién
llegados a Petrogrado:
La cuestión principal a que se enfrenta hoy cualquier revolucionario es saber si todavía existen posibilidades de un desarrollo pacífico de la revolución y qué hay que hacer para reforzar esas posibilidades. Es preciso responder que estas posibilidades dependen fundamentalmente de la adopción de un compromiso concreto, de un acuerdo definido entre la clase obrera, que se adhiere plenamente a la línea de nuestro partido, y las masas adeptas de la democracia pequeño-burguesa, que siguen la línea de los SR y los mencheviques. […] Un acuerdo con las fuerzas democráticas pequeño-burguesas es deseable y, en unas condiciones que conocemos bien, posible. […] La conferencia panrusa que se inaugura dentro de poco todavía puede abrir la puerta a esta salida pacífica /23.
La
Conferencia Democrática de Estado inició sus trabajos, en la tarde del 14 de
septiembre, bajo los oropeles del teatro Alexandra (hoy teatro Pushkin). Esta
venerable sala de espectáculos de la época zarista, cuyos palcos, platea y
anfiteatro estaban repletos de delegados venidos de todas partes de Rusia,
ofrecía ahora una apariencia sumamente insólita. Los lujosos acolchados de las
butacas y de los palcos se confundían con el océano escarlata de las banderas
revolucionarias. En el escenario, la escenografía mostraba una gran sala con
varias puertas flanqueadas de palmeras y enebros falsos. Los miembros de la
directiva estaban sentados detrás de una larga mesa estrecha que ocupaba toda
la longitud del proscenio; delante de la mesa, un atril revestido de rojo
llevaba la inscripción: “¡Prohibido fumar!”
La
esperanza bolchevique de que se formara un nuevo gobierno con ocasión de la
Conferencia Democrática de Estado quedó reflejada en la alocución oficial
pronunciada en nombre del partido por Kámenev en la sesión inaugural y en los
comentarios realizados al día siguiente por Trotsky ante los delegados
bolcheviques. En su largo discurso, Kámenev declaró que el balance de los
gabinetes de los últimos seis meses impedía albergar la mínima confianza en las
políticas propuestas por Kerenski. Subrayó que la situación se había
deteriorado tanto que ahora ya no cabía perseverar en las experiencias de
coalición gubernamental. La incapacidad del gobierno para sofocar el movimiento
contrarrevolucionario en el seno del ejército, así como las medidas equivocadas
en materia de política agraria, de abastecimiento de alimentos y de política
internacional, no podían atribuirse a tal o cual ministro socialista, sino a la
influencia política de la burguesía como clase:
No hay ni un solo ejemplo de revolución en la que la realización de los ideales de los trabajadores no haya provocado el terror de las fuerzas contrarrevolucionarias. […] Si las fuerzas democráticas no tienen la voluntad de tomar ahora el poder, deben decirse a sí mismas con toda sinceridad: ‘No confiamos en nuestras propias capacidades y, por consiguiente, son los Burishkin y los Kishkin /24 quienes deben asumir las responsabilidades en nuestro lugar, nosotros no sabemos qué hacer con ellas.’ […] Pueden ustedes redactar perfectamente un programa que cumpla los requisitos de la democracia obrera, pero es utópico creer que ese programa será aplicado realmente de forma sincera por la burguesía. […] La única orientación posible es que el poder estatal sea entregado a las fuerzas de la democracia; no a los soviets de diputados de obreros y soldados, sino a los órganos de la democracia que están muy bien representados aquí. Debemos instaurar un nuevo gobierno y una institución ante la cual este gobierno sea responsable /25.
En
las directrices que transmitió a los delegados bolcheviques, Trotsky explicó
que, en la medida de lo posible, su objetivo prioritario debía ser el de
convencer a la conferencia de que rechazara toda coalición con las clases
privilegiadas y tomara la iniciativa de organizar un nuevo gobierno; una vez
coronada por el éxito, esta iniciativa sería el primer paso hacia la entrega
del poder a los soviets /26.
Vale
la pena observar que mientras Kámenev defendía la creación de un gabinete de
amplia coalición democrática (que reflejara la diversidad de los grupos
invitados a la Conferencia Democrática de Estado) y estaba en contra de un
régimen basado exclusivamente en los soviets, Trotsky abogaba a su vez por la
entrega íntegra del poder a estos últimos. Esta diferencia importante expresaba
dos concepciones fundamentalmente divergentes sobre el desarrollo de la
revolución rusa que pronto alimentarían una de las controversias internas más
feroces y más significativas de la historia del bolchevismo. No obstante, en el
contexto específico que nos ocupa aquí, lo importante es que tanto Kámenev como
Trotsky, a semejanza de la mayoría de los bolcheviques de Petrogrado, vieran
con buenos ojos los trabajos de la Conferencia Democrática de Estado y las
perspectivas de una evolución pacífica de la revolución.
Vista
la moderación que prevalecía entre los bolcheviques en aquel periodo, y dado
que desde comienzos de septiembre el propio Lenin alentaba este enfoque, cabe
imaginar la consternación que cundió entre las filas de los dirigentes del
partido cuando el 15 de septiembre recibieron dos cartas escritas por Lenin
entre el 12 y el 14 del mismo mes, en las que abandonaba completamente las
posiciones moderadas expresadas en “A propósito de los compromisos” y exhortaba
a los bolcheviques a asumir la tarea de preparar un levantamiento armado a la
mayor brevedad posible.
Lenin
tenía al parecer varios motivos que se reforzaban mutuamente para efectuar un
giro tan radical. Citemos en primer lugar, entre los factores determinantes: la
fuerza de las posiciones de la extrema izquierda en Finlandia; el apoyo
mayoritario al programa bolchevique en los soviets de Moscú y Petrogrado,
además de una serie de otros soviets regionales; la propagación masiva de
revueltas de los campesinos hambrientos de tierras en el medio rural; la
desintegración creciente de las fuerzas armadas en el frente y las
reivindicaciones cada vez más insistentes de los soldados a favor de una paz
inmediata; los signos de agitación revolucionaria en las filas de la marina
alemana. Todos estos procesos parecen haber animado en Lenin la esperanza de
que la toma del poder por los bolcheviques contaría con un fuerte apoyo en las
ciudades y no chocaría con ninguna oposición sustancial en las provincias y en
el frente.
Además,
podía pensar que la formación de un gobierno verdaderamente revolucionario en
Rusia catalizaría la rebelión de las masas en los demás países europeos. Está
claro que a partir del momento en que el líder bolchevique concibió la
posibilidad de una solución rápida del problema de la creación de un gobierno
de extrema izquierda, su interés por la perspectiva de un “compromiso” con los
partidos socialistas moderados amainó. Por otro lado, y de una manera un poco
contradictoria, parece que Lenin estaba realmente alarmado ante la posibilidad
de que el gobierno lograra de un modo u otro frenar el impulso revolucionario
negociando una paz separada, entregando Petrogrado a los alemanes, manipulando
las elecciones a la asamblea constituyente o provocando una insurrección
popular desorganizada. También le preocupaba al parecer la eventualidad de que,
si el partido temporizaba durante demasiado tiempo, empezara a perder su
influencia entre las masas y resultara incapaz de detener la deriva de Rusia
hacia la completa anarquía.
La
primera de las cartas de Lenin, dirigida a la sazón al Comité Central y a los
comités de Moscú y Petersburgo, comenzaba así:
Habiendo obtenido la mayoría en los soviets de diputados obreros y de soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar el poder. Pueden porque la mayoría activa de los elementos revolucionarios del pueblo de ambas capitales basta para arrastrar a las masas, para vencer la resistencia del adversario, para aniquilarlo y para conquistar el poder y conservarlo.
La
Conferencia Democrática de Estado, insistió,
no representa a la mayoría del pueblo revolucionario, sino únicamente a los dirigentes pequeño-burgueses conciliadores”. ¿Por qué debían los bolcheviques tomar el poder “justamente hoy”? Porque según Lenin, “la rendición inminente de Petrogrado nos ofrecerá muchas menos oportunidades”.
Correspondía
a los dirigentes locales decidir sobre el terreno el mejor momento para iniciar
un levantamiento; en lo que respecta a la dirección del partido, debía
aprovechar de inmediato la presencia en Petrogrado del equivalente a un
congreso del partido para emprender la tarea de organizar “la insurrección
armada en Petrogrado y Moscú (y en la región), la conquista del poder, el
derrocamiento del gobierno”. Tomando el poder tanto en Moscú como en Petrogrado
(a Lenin no le importaba mucho quién debía comenzar), concluyó Lenin,
“venceremos sin ninguna duda, con toda seguridad” /27.
En su
segunda misiva, titulada “El marxismo y
la insurrección” y dirigida únicamente al Comité Central, Lenin sostuvo que
“considerar la insurrección como un arte” no era en absoluto blanquismo, sino
un principio fundamental del marxismo. Para triunfar, escribió, la insurrección
debe apoyarse, no en un complot, no en un partido, sino en el proletariado y en
el impulso revolucionario del pueblo. En suma, la insurrección debía producirse
en el apogeo de la actividad de la vanguardia del pueblo y en el instante en
que las vacilaciones eran más fuertes en las filas del enemigo. Cuando se
cumplían estas condiciones, negarse a considerar la insurrección como un arte
equivalía a “traicionar al marxismo, […] traicionar a la revolución”.
A
partir de esto, Lenin procedió a explicar por qué una insurrección inmediata
estaba “en el orden del día”. Estableció un contraste entre la situación actual
y la que prevalecía en julio, cuando el partido no contaba todavía con el apoyo
del proletariado; ahora, a raíz de las persecuciones de que habían sido
víctimas y de la experiencia de Kornílov, los bolcheviques disponían de una
mayoría en los soviets de Moscú y Petrogrado. En julio no existía un impulso
revolucionario en el conjunto del país, y la intentona de Kornílov había
suscitado precisamente este impulso. Finalmente, los adversarios de los
bolcheviques estaban muy decididos entonces, mientras que ahora se mostraban
llenos de vacilaciones. “[N]o habríamos conservado el poder los días 3 y 4 de
julio”, concluyo Lenin,
porque antes de la aventura de
Kornílov, el ejército y la provincia habrían podido marchar sobre Petrogrado.
Hoy, la situación es totalmente distinta. […] Todas las condiciones objetivas
de una insurrección coronada por el éxito se cumplen.
Hacia el final de este texto, Lenin solicitó que el Comité Central consolidara el grupo bolchevique en la Conferencia Democrática de Estado “sin miedo a dejar a los indecisos en el campo de los indecisos”. Le instó a redactar una breve declaración (“cuanto más breve y más tajante, mejor”)
subrayando de la manera más categórica la inoportunidad de largos discursos, la inoportunidad de los ‘discursos’ en general, la necesidad de una acción inmediata para salvar la revolución, la necesidad absoluta de una ruptura completa con la burguesía, de la destitución de todos los miembros del gobierno actual, […] la necesidad de traspasar inmediatamente todo el poder a manos de la democracia revolucionaria dirigida por el proletariado revolucionario.
Los
bolcheviques, “[d]espués de leer esta declaración, después de haber reclamado
decisiones y no palabras, actos y no resoluciones escritas”, debían enviar “a
todo nuestro grupo a las fábricas y los cuarteles”. Al mismo tiempo,
considerando la insurrección como marxistas, es decir, como un arte, debían
organizar sin demora
el estado mayor de los destacamentos insurreccionales, distribuir [sus] fuerzas, enviar a los regimientos más seguros a los puntos más importantes, cercar el teatro Alexandra, ocupar la fortaleza Pedro y Pablo [y] detener al estado mayor general y al gobierno.
También
debían
movilizar a los obreros armados, convocarlos a una lucha definitiva y encarnizada, ocupar simultáneamente el telégrafo y el teléfono, instalar nuestro estado mayor de la insurrección en la central telefónica, conectarlo por teléfono con todas las fábricas, todos los regimientos, todos los centros de la lucha armada /28.
No es
extraño que la reacción inicial de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado a
estos mensajes de Lenin fuera harto similar a la que había acogido
anteriormente sus “Cartas desde lejos”. “Estábamos todos estupefactos”,
recordará Bujarin algunos años después /29. Varios miembros del Comité Central
abandonaron a toda prisa el teatro Alexandra para reunirse en su propio cuartel
general en sesión secreta de urgencia para discutir sobre las cartas de
Vladímir Ilíich. En esta reunión no solo participaron los miembros del Comité
Central presentes normalmente en la capital y responsables de la gestión
cotidiana de los asuntos del partido (a saber, Bubnov, Djerzinski, Ioffe,
Miliutin, Sverdlov, Sokolonikov, Stalin y Uritski), sino también Kámenev,
Kolontai y Trotsky (era la segunda reunión del Comité Central a la que este
asistía desde su salida de la cárcel), los moscovitas Bujarin, Lómov, Noguin y
Rýkov, así como Stepán Chaumian, representante de la organización bolchevique
en el Cáucaso.
Casi
todos habían recibido una copia de las cartas de Lenin antes de la deliberación
/30. Lo que se ha publicado de este debate es muy fragmentario /31. El comité
entendió de común acuerdo que sería oportuno programar rápidamente una reunión
sobre las cuestiones tácticas. Stalin propuso que se hiciera circular más
ampliamente las cartas de Lenin, pero esta propuesta fue rechazada, pese al
hecho de que la primera misiva estuviera dirigida específicamente no solo al
Comité Central, sino también a los comités de Moscú y de Petersburgo. Por el
contrario, la mayoría de los presentes parecían desear que se destruyeran
discretamente. Bujarin sostuvo más tarde que el Comité Central calibró la
posibilidad de quemar las cartas, e incluso que decidió por unanimidad hacerlo
/32. Según el acta oficial del debate, el comité votó a favor de conservar una
sola copia de cada carta y adoptar medidas para evitar que cundiera el
nerviosismo.
Según
Lómov, una de las mayores preocupaciones del Comité Central en aquel momento
era
lo que podía suceder si las cartas llegaban a manos de los trabajadores de Petrogrado […] y de los comités de Moscú y de Petersburgo, pues ello habría provocado de inmediato enormes disensiones en nuestras filas. […] Temíamos que si las palabras de Lenin llegaban a los trabajadores, serían muchos los que dudarían de lo acertado de la posición adoptada por el conjunto del Comité Central /33.
Para
mayor seguridad, el Comité Central concluyó el debate del 15 de septiembre
confiando a dos de sus miembros, que trabajaban respectivamente con la
organización militar y el comité de Petersburgo (eran Sverdlov y Bubnov), la
responsabilidad de velar por que en los cuarteles y las fábricas no circulara
ningún llamamiento a la acción inmediata al estilo del preconizado por Lenin.
De
momento, por tanto, los llamamientos de Lenin al derrocamiento del gobierno
provisional fueron rechazados sin más ceremonia. Si cabe señalar un cambio de
actitud pública de los bolcheviques durante la Conferencia Democrática de
Estado tras la recepción de los mensajes de Lenin, no es más que el hecho de
que Trotsky comenzara a descartar la posibilidad de que de esta surgiera un
gobierno cuya creación fuera una primera etapa hacia la entrega del poder a los
soviets. Ahora insistía categóricamente en la entrega directa del poder
político a los soviets. Este cambio sutil, pero importante, se puso de
manifiesto el 18 de septiembre, en una reunión de los delegados de los soviets
de obreros y soldados a la conferencia. Trotsky emprendió allí una encendida
polémica con Mártov, quien se expresó a favor de la formación de un gobierno
socialista amplio que incluyera a representantes de todos los principales
grupos invitados a la conferencia. Trotsky sostuvo, por el contrario, que,
vista la composición de la Conferencia Democrática de Estado, era sumamente
imprudente confiarle poderes gubernamentales, y que de hecho era necesario
entregar el poder a los soviets, que se habían acreditado como fuerza política
enérgica y constructiva /34.
De
todos modos, los bolcheviques no cejaron en sus esfuerzos por convencer a los
delegados a la conferencia de que debían romper con la burguesía y adoptar las
primeras medidas encaminadas a la creación de un gobierno revolucionario. Así,
en la sesión del 18 de septiembre, dieron lectura formalmente a la declaración
oficial del partido sobre la cuestión del gobierno, es decir, de la plataforma
autorizada por el Comité Central el 13 de septiembre, que como hemos visto se
inspiraba en parte en el artículo de Lenin “A propósito de los compromisos”. Esa
noche, respondiendo a los llamamientos de los bolcheviques, 150 delegados de
las fábricas y unidades de Petrogrado se manifestaron delante del teatro
Alexandra para apoyar la formación de un gobierno exclusivamente socialista.
Por tanto, en vez de abandonar la conferencia y convocar a las masas para la
insurrección, como proponía Lenin, el partido movilizó a los obreros y soldados
para presionar a la Conferencia Democrática de Estado e incitarla a adoptar una
línea más radical /35.
Para
Lenin, la presentación de la plataforma bolchevique en la Conferencia
Democrática de Estado era una señal innegable de que la dirección del partido
rechazaba las tesis expuestas en sus misivas de mediados de septiembre. No cabe
duda de que se sintió todavía más perturbado al leer la edición del 16 de
septiembre de Rabotchiy Put’, que incluía su ensayo “La Revolución rusa y la
guerra civil”, debidamente atribuido a su autor. No solo el Comité Central
había tomado medidas para que el conjunto del partido no se viera influido por
sus llamamientos a un levantamiento inmediato, sino que también se ocupaba de
difundir sus puntos de vista anteriores para dar la impresión de que el líder
bolchevique seguía manteniendo las posiciones moderadas que había defendido la
semana anterior.
Este
fue el momento en que Lenin decidió volver de inmediato a Petrogrado, a pesar
de que el Comité Central se lo había prohibido expresamente, según la
explicación oficial porque le preocupaba su seguridad. El 17 de septiembre, o
poco tiempo después, sin autorización del Comité Central /36, Lenin viajó de
Helsingfors a Vyborg, a 130 kilómetros de la capital, y avisó a Krupskaya y
Svérdlov –pero no al Comité Central– de que estaba firmemente decidido a volver
a Petrogrado /37.
1/ G. S. Rovio, Kak Lenin skryvalsja u gel’singforsskogo policmajstera, En Institut Marksizma-leninizma pri CK KPSS, Lenin v 1917 godu, vospominanija, Moscú, 1967, p. 148-156 ; Starcev, V. I. Lenin v avguste 1917 goda, p. 121-130 ; Starcev, O nekotoryh rabotah V. I. Lenina pervoj poloviny sentjabrja 1917 g., en A. L. Fraiman, (dir.), V. I. Lenin v oktjabre i v pervye gody sovetskoi vlasti, Leningrado, 1970, p. 30-31 ; H. M. Astrahan y cols., Lenin i revoliucija 1917 g., Leningrado, 1970, p. 277-284 ; Norman E. Saul, Lenin’s Decision to Seize Power: The Influence of Events in Finland , Soviet Studies, abril de 1973, p. 491-505 ; M. M. Koronin, V. I. Lenin i finskie revoljucionery, Voprosy Istorii, 1967, n° 10, p. 11-17.Notas
2/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 119-121.
3/ Ibid., p. 133-139.
4/ Los historiadores occidentales apenas han prestado atención a estos escritos. Entre los historiadores soviéticos que trataron de dilucidar de forma precisa la evolución de las opiniones de Lenin, estas cartas son objeto de una gran confusión y ocasionalmente de amargas disputas. Esto se debe en particular al hecho de que toda discusión abierta sobre el apoyo proclamado de Lenin a un desarrollo pacífico de la revolución en septiembre de 1917 y sobre la relación entre sus opiniones al respecto y las de la dirección del partido en Petrogrado se consideraba tabú. También se debe en parte al desfase entre la redacción de estos ensayos y su publicación; aparentemente, hasta hace muy poco no se ha realizado un intento prudente de comprobar la fecha exacta de su elaboración. Para diferentes puntos de vista, véase A. M. Sovokin, O vozmožnosti mirnogo razvitija revoljucii posle razgroma kornilovščiny, Voprosy Istorii KPSS, 1960, n° 3, p. 50-64; B. I. Sandin, Lenin o sootnošenii mirnogo i vooružennogo putej razvitija revoljucii posle razgroma kornilovščiny, Učenye zapiski Leningradskogo gosudarstvennogo pedagogičeskogo instituta, vol. 195, vyp. 2 (1958), p. 213-232; S. N. Frumkin, V. I. Lenin o vozmožnosti mirnogo razvitija revoljucii, Učenye zapiski Riazanskogo gosudarstvennogo pedinstituta, vol. 19 (1958), p. 29-51; Starcev, O nekotoryh rabotah V. I. Lenina pervoj poloviny sentjabrja 1917 g., p. 28-38 ; N. Ja. Ivanov, Nekotorye voprosy krizisa ‘pravjaščih verhov’ i taktika bol’ševikov nakanune oktjabr’skogo vooružennogo vosstanija, en I. I. Minc, Lenin i oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie v Petrograde: Materialy Vsesojuznoj naučnoj sessii sostojavšejsja 13-16 nojabrja 1962 g. v Leningrade, Moscú, 1964, p. 202-214. Salvo en las ediciones más recientes de las obras de Lenin, estos ensayos están recopilados en orden cronológico de su publicación, es decir, entre el 14 y el 27 de septiembre. Un análisis definitivo de las pruebas textuales internas ha llevado a V. I. Startsev a concluir que los tres extractos habían sido redactados antes de los que solía creerse (o sea, entre el 6 y el 9 de septiembre).
5/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 229-238.
6/ Ibid., p. 200-207.
7/ Ibid., p. 214-228.
8/ Sokól’nikov, Kak podhodit’ k istorii oktjabrja, p. 165; Oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie, vol. 2, p. 188.
9/ Véase Perepiska sekretariata CK RSDRP(b) s mestnymi partijnymi organizacijami, vol. 1, p. 186-187.
10/ Las actas de esta reunión están reproducidas en Pervyj legal’nyj Peterburgskij komitet, p. 259-270.
11/ Slutski presentó una resolución de la comisión ejecutiva que no se publicó y que al parecer reflejaba claramente su posición.
12/ Sobre esta cuestión véase Trockij, Sočinenija, vol. 3, 1ª parte, p. 435-436.
13/ El resultado fue de 519 votos a favor del plan bolchevique, 414 a favor de la resolución socialista moderada y 67 abstenciones.
14/ Todas las unidades de la guarnición de Petrogrado, independientemente de su tamaño, tenían derecho a un representante por lo menos en el soviet de Petrogrado, mientras que la representación de los obreros se ajustaba a la regla de un diputado por mil trabajadores. En la práctica, esto creaba un gran desequilibrio entre los soldados, entre los que los SR eran relativamente fuertes, y los obreros, entre los que la influencia de los bolcheviques era muy fuerte. Desde el comienzo del mes de agosto, los bolcheviques trataron sin éxito de eliminar esta desventaja proponiendo que hubiera un representante por cada unidad de mil soldados, como en el caso de los obreros.
15/ Vladimírova, Hronika sobytii, vol. 4, p. 269.
16/ Perepiska sekretariata CK RSDRP(b)s mestnymi partijnymi organizacijami, vol. 1, p. 35; Komissarenko, “Dejatel’nost’ partii bol’ševikov”, p. 300.
17/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 49.
18/ A este respecto, véase V. I. Starcev, Iz istorii prinjatija rešenija ob organizacii vooružennogo vosstanija, en “Lenin i oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie v Petrograde”, p. 472.
19/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 49-54 ; Trockij, Sočinenija, vol. 3, 1ª parte, p. 293-298, p. 351-357; véase también Oktjabr’skoe vooruzbennoe vosstanie, vol. 2, p. 196 y 206.
20/ A este respecto, véase Reiman, Russkaja revoljucija, vol. 2, p. 271.
21/ Isvestia, 17 de septiembre, p. 7.
22/ Soldat, 17 de septiembre, p. 3.
23/ Rabočij Put’, 13 de septiembre, p. 1-2.
24/ A. A. Burishkin era un industrial moscovita y Kishkin un Cadete de Moscú; ambos participaban entonces en las conversaciones con Kerenski sobre un futuro gobierno.
25/ Las informaciones periodísticas sobre el discurso de Kámenev divergen notablemente. Véase Rabočij Put’, 17 de septiembre, p. 2-3 ; Isvestiya, 15 de septiembre, p. 5 ; Novaya Žizn’, 15 de septiembre, p. 5.
26/ Isvestiya, 16 de septiembre, p. 5.
27/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 239-241.
28/ Ibid., p. 242-247.
29/ N. I. Bujarin, Iz reči tov. Buharina na večere vospominanii v 1921 g., PR, 1922, n° 10, p. 319.
30/ E. D. Stasova, Pis’mo Lenina v CK partii, en Vospominanija o V. I. Lenine, 5 vol., Moscú, 1969, vol. 2, p. 454.
31/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 55.
32/ Bujarin, Iz reči tov. Buharina na večere vospominanii, p. 319.
33/ G. Lómov, V dni buri i natiska, PR, 1927, n° 10 (69), p. 166.
34/ Novaja Žizn’, 19 de septiembre, p. 5.
35/ Oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie, vol. 2, p. 208-209.
36/ A. Šotman, Lenin nakanune oktjabrja, en O Lenine, 4 vol., Moscú y Leningrado, 1925, vol. 1, p. 116.
37/ N. Krupskaja, Lenin v 1917 godu, en O Vladimire ll’iče Lenine: Vospominanija 1900-1922, Moscú, 1963, p. 208 ; K. T. Sverdlova, Jakov Mihajlovič Svérdlov, Moscú, 1960, p. 283.
* Alexander Rabinowitch, Les bolcheviques
prennent le pouvoir. La révolution de 1917 à Petrograd, París, La Fabrique,
2016.