El lenguaje no puede reparar los estragos del machismo y, si
se le encomienda políticamente esa función con carácter coactivo, el machismo
seguirá vivo, pero el lenguaje se degradará.
Esa es, a mi juicio, la conclusión esencial del informe de
Ignacio Bosque, suscrito por todos los académicos de la Lengua asistentes a la
sesión del 1 de marzo de 2012. Mi intención inicial era abandonar rápidamente
el tema del lenguaje y pasar al de las conductas machistas, pero no debo
hacerlo sin decir tres cosas. En primer lugar, el informe de Ignacio Bosque me
parece irreprochable, fundado y meritorio, porque ha desmontado pieza a pieza
muchos tópicos de corrección político-lingüística, con un temple y un respeto
formal dignos de admiración, y reorienta implícitamente el núcleo de la lucha
contra el machismo al ámbito extralingüístico o, como mínimo, demuestra los
límites intrínsecos del lenguaje como instrumento supuestamente facilón de
lucha contra el machismo.