Hugo Chávez está bienaventuradamente muerto para el
imperialismo y sus animales dóciles desparramados por todo el orbe, esos mismos
que ya habían escrito su muerte en 2002, esos que nunca se cansaron de
prodigarle insultos y odio de clase en sus versiones más descarnadas. El comandante Hugo Chávez está desoladoramente muerto para
el pueblo pobre, para los oprimidos, los luchadores, los soñadores, de
Venezuela y Nuestra América. El desamparo se puede leer en sus rostros, en sus
ojos empozados de tristeza.
Sus ampulosidades verbales, sus contradicciones, sus
transacciones (algunas inevitables para quien ejercía el gobierno de un Estado
periférico en este contexto histórico), las coexistencias pactadas que toleró,
los funcionarios y figuras indefendibles que buscaron anular toda praxis
antisistémica de los y las de abajo