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Adolfo Sánchez Vázquez |
Adolfo Gilly |
Como de tantas otras cosas que hacen al sentimiento y a la inteligencia,
Adolfo Sánchez Vázquez también nos dijo del exilio. Escribió del exilio
nombrándolo y otras veces sin nombrarlo, apenas tejido como filigrana en sus
escritos filosóficos, literarios, políticos, poéticos. Su escritura misma es un
caso de la fertilidad literaria del exilio, de la larga cosecha mexicana que
nos vino con la semilla del “Sinaia” o del “Ipanema” o con otros vientos que no
tuvieron nombre pero semillas trajeron: Juan Gelman por ejemplo, por nombrar
entre todos uno para mí muy querido.
“Fin del exilio y exilio sin fin” se llama un escrito
ejemplar de don Adolfo sobre la realidad prolongada del exilio. Cuando las
razones y las condiciones políticas o sociales que lo engendraron se difuminan
y desaparecen, el exilio pues llega a su fin.
“Y entonces –nos
dice Sánchez Vázquez– el exiliado
descubre con estupor primero, con dolor después, con ironía más tarde, en el
momento mismo en que objetivamente ha terminado su exilio, que el tiempo no ha
pasado impunemente y que, tanto si vuelve como si no vuelve, jamás dejará de
ser un exiliado”. Lo escribió Bolívar Echeverría en “Imposible regresar a Dublín”: “Transfigurada, la ciudad a la que uno
quisiera regresar sólo puede existir en verdad, espejismo cruel, en el universo
inestable de la memoria”.
¿Es esto irremediable? Es y no es. Al decir de don Adolfo,
el exilio podría ser “la suma de dos raíces, de dos tierras, de dos esperanzas.
Lo decisivo es ser fiel –aquí o allí– a aquello por lo que un día se fue
arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar, aquí o allá, sino cómo se está”.