Especial para La Página |
¿Qué
se puede recordar de Oscar Niemeyer, el más famoso arquitecto brasileño cuya
obra artística ya forma parte del patrimonio de la humanidad? ¿La espléndida y
extraordinaria catedral de Brasilia? ¿El fabuloso Palacio da Alvorada? ¿La
imponente y magistral sede de las Naciones Unidas en Nueva York? ¿La majestuosa
Universidad Houari Boumediene de Argel? ¿La sorprendente Casa de la Cultura de
Le Havre? Niemeyer era un revolucionario del espacio, un subversivo de la
armonía, un eterno amante de lo insólito cuyas realizaciones suscitan pasión y
admiración por todo el mundo.
Pero
lo esencial está en otra parte. Si sólo se hubiera que recordar una cosa del
genial arquitecto, sería la lealtad a sus principios, la fidelidad de su
compromiso comunista y su amor por los pobres de la tierra. «Es necesario ante
todo conocer la vida de los hombres, su miseria, su sufrimiento para hacer
arquitectura, para crear», decía.
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