Mi suegro, de nombre Ángel Rafael Castillo, murió justamente el día de su cumpleaños, el 18 de noviembre de 1993. Vivió sus 92 años sin mayores contratiempos en su salud, hasta que un día, algo dentro de su cuerpo empezó a fallar. Se trataba, con toda la simpleza del caso, de que el mecanismo que permitía la regeneración constante de los leucocitos ya no pudo seguir cumpliendo su cometido y el Viejo Castillo se enfrentó a lo inevitable: la enfermedad y finalmente su muerte, la que sobrevino digamos que alegremente, pues se encontraba rodeado de verdad, verdad, del afecto de toda su familia; afecto que ni él ni los demás se habían atrevido mutuamente a manifestarse durante su larga vida.
Así, a medida que avanzaba el deterioro de su salud, mi suegro se enfrentó, digo yo que con serena valentía, a su muerte programada. Por eso, se pudo permitir aconsejar y dejar mensajes a todos y cada uno de los miembros de su familia.