La noche del 24 de septiembre de 2007, Stanley Mera Vera, el
soldado ecuatoriano de veinte años perteneciente al Ejército español, dormía
sobre el suelo en el estrecho espacio entre las filas de cuatro asientos
enfrentadas en la parte trasera del BMR (blindado medio sobre ruedas). La
rugosa chapa de acero, que por el día se recalentaba con temperaturas de 40 °C,
se convertía por la noche, cuando el termómetro descendía y el metal se
enfriaba, en uno de los pocos lujos que un soldado puede darse en medio del
desierto de Afganistán.
Por las noches, el pequeño rincón dentro del vehículo era
propiedad exclusiva de Mera, que se lo había apropiado no solo porque era
refrescante, sino porque además le protegía de los insectos que aprovechando la
noche salían de sus guaridas. A un cuerpo de distancia dormía un soldado colombiano nacido
en Medellín, Cristian Montaño, de 19 años. Tendido a la izquierda del motor,
ubicado en la parte delantera del vehículo y justo detrás del asiento del
conductor, Montaño dormía con la tranquilidad de tener la ametralladora
Browning 12,70 al alcance de su mano. Sobre el techo descansaba el soldado
albaceteño Rubén López García, de 19 años, que al igual que Montaño no se
despegaba de su puesto junto a la ametralladora alemana MG42 calibre 7,92,
instalada sobre la escotilla trasera, justo encima de Mera.