La muerte del presidente Hugo Chávez, Comandante de los
pobres de Latinoamérica, nos encuentra de noche, hastiados tras un día más de
miseria cotidiana y pútrido Occidente. Su fallecimiento nos encuentra a
oscuras, lloviendo, indígena Caronte mágico, embajador de lo diverso, y de
golpe certero, implacable enfermedad, acaba, al menos por unas horas, con la
esperanza de los condenados de la tierra. Lágrimas de papel, tristeza y humedad
tropical, corren por los barrios de Caracas, lamentos -como infinitas elegías-
caen por las laderas, por los cerros, hasta inundar de sincero dolor las
avenidas del centro, de Altamira. Bajaron una vez, mujeres y hombres, niños,
armados de valor y palos, utensilios de cocina, para salvarte de las garras de
la tiranía blanca, del golpe de estado petrolero, Comandante, y bajarán de
nuevo, con las plurales tonalidades de lo negro en sus rostros, bajan ya de los
cerros, del 23, de todos, a rendirte un homenaje consciente, fraternal. El luto
se extiende por América, un luto intenso, del color del petróleo.
"Chávez nuestro que estás en los pueblos". El pueblo, en la calle, reza por Chávez. La espiritualidad se mete en el corazón de los pobres. Tienen mucha necesidad. También se mete en su corazón la gente que se la juega por ellos. Y eso era Chávez: un hombre que se la jugó por su pueblo. Por su pueblo y por los pueblos de la América. Es con Chávez que los pueblos de América se han vuelto a reconocer. La oposición le criticaba la "regaladora" de dinero a los países hermanos. "Diplomacia del petróleo", la denostaban. Chávez sabía que no se salvaba un pueblo solo. Se tenía que salvar todo el continente. ¿No es eso lo que Europa le pide a Merkel? Pero Merkel no es Chávez. Hace falta gente honesta que reconozca que Chávez hizo lo que aquí estamos reclamando. Suramérica, hoy, llora pero crece. Europa sigue arrogante y se hunde.