Rafael Castaño Rendón
Desde la ilustración, existe el tiempo homogéneo del
progreso. Ya Walter Benjamin, en el período de entreguerras, nos mostró como la
idea de tiempo había hecho que no se entendieran los movimientos fascistas y
les permitió la victoria. Fueron considerados hechos pasajeros en el continuum
del tiempo de la historia. Se ha dicho que nada ha perjudicado tanto a la
izquierda como el hecho de pensar que tenemos el progreso y la historia de
nuestra parte. Esta concepción ha sido criticada tanto por Benjamin como por el
Lukács de “Historia y Consciencia de clase”.
Como antes había hecho Lenin en la práctica, en los años
sucesivos, Gramsci, Lukács, Korsch, Benjamin, trataron de romper con este
tiempo homogéneo y que avanza, para permitir que en él pueda aparecer el hecho
de la revolución, que es la ruptura de su continuidad, acabando con la
cotidianeidad (me llega al vuelo aquella magnífica definición de Lenin:
"La Revolución es el día de fiesta
del oprimido"). En la revolución, el tiempo se hace coágulo, aparece un
punto de discontinuidad y hace posible lo imposible. El tiempo progresivo,
continuo, mecánico, el del reloj y antibiológico, nos mata.