En 1939, en el Teatro de la Opera de Poznan, un bailarín
remató su solo con dos vibrantes taconazos (la música era una czarda) y para su
estupor vio que la gente huía despavorida de la sala mientras el suelo temblaba
y los vidrios se hacían añicos. Era un gran bailarín, y lo sabía, pero incluso
a él mismo lo sorprendió su fuerza, hasta que cayó en la cuenta de que estaban
cayendo las primeras bombas alemanas sobre Polonia.
A los polacos siempre les ha sido difícil diferenciar los
hechos individuales y los hechos colectivos en su país. Durante mucho tiempo se
dijo que en Polonia no tenían todos los tornillos en la cabeza, pero sí tenían
un tornillo extra: el reflejo colectivo de autodefensa como sentimiento patrio
nacional.