Un historiador que figura entre los contados que articulan
rigor, ecuanimidad y amor por la disciplina publicó en enero de 1983 un
vigoroso ensayo acerca de la guerra librada por Argentina y Gran Bretaña en las
islas Malvinas (abril/junio 1982). Nuestro autor empieza diciendo que, a causa
de la guerra, “…más gente ha perdido la
chaveta por esto que por cualquier otra cosa. No quiero decir la gran mayoría
de la gente, cuya reacción fue, con toda probabilidad, seguramente más
apasionada o histérica que la de aquellos cuya profesión es escribir y formular
opiniones”.
A ojos vista, podría suponerse que el autor se refería a los
argentinos y sus demandas sobre las Malvinas, o a la desgarradora y no menos
real contradicción que continúa causando insomnio entre los analistas progres:
la índole dictatorial del régimen cívicomilitar que en 1976 usurpó el poder en
Argentina, aunada a las históricas demandas de este país sobre la colonia que,
eufemísticamente, Londres llama “Falklands” y, alevosamente, incluye en sus
“territorios de ultramar”.