
Si Atenas llora, Esparta no ríe. Los países europeos
mediterráneos ya han vertido amargas lágrimas. En 2012 la imposición forzosa (o
mejor dicho, golpista, en el caso de Italia) de políticas de austeridad provocó
un empobrecimiento que no tiene precedentes de la postguerra a hoy. Pero ni
siquiera a Esparta, es decir a Alemania, le va bien. Lo que está ocurriendo es
el inicio de un círculo vicioso en el que los países económicamente más fuertes
se ven envueltos en una espiral recesiva que se autoalimenta continuamente.
Tras resistir dos años a la crisis de la deuda europea, aprovechándose del
debilitamiento del euro que ha permitido exportaciones más competitivas fuera
de la eurozona, ahora también Alemania empieza a mostrar los primeros signos de
una posible crisis.