El trabajo es, desde el principio de los tiempos, el motor
impulsor del hombre; lo que desdeñó al individuo de su aspecto primitivo a fin
de convertirlo en el ser desarrollado y pensante que conocemos hoy. En El papel del trabajo en la transformación
del mono en hombre, Federico Engels afirma, con toda certeza, que el
trabajo es “la condición básica y
fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto
punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre”.
Engels evalúa los pasos decisivos en el desarrollo de la
posición erecta del ser humano e insiste en que solo el trabajo estimuló que la
mano del hombre hubiera alcanzado “ese
grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte de magia,
a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la música de
Paganini”. Con el transcurso del tiempo y las diferentes formaciones
económicas sociales, el trabajo fue adquiriendo diferentes matices. En la comunidad
primitiva se caracterizó por la labor colectiva y la propiedad común; mientras
que, con la aparición de la propiedad privada sobre los medios de producción,
en las formaciones siguientes el trabajo se convirtió en fuente de explotación,
del esclavo en la sociedad esclavista, el siervo en la feudal, y el obrero en
la capitalista.