Clarice Lispector ✆ Joao Bosco |
Clarice Lispector era reacia a aparecer en público. Su timidez se lo impedía, detestaba las entrevistas: “Cuando empiezan a hacerme muchas preguntas complicadas, me siento como un ciempiés al que un día preguntaron cómo no se confundía al andar con cien pies. Él quiso demostrar su técnica y acabó olvidando lo que sabía. A mí también me da miedo esto”, explicó a un periodista del Jornal do Brasil en 1971.
Concedió una última entrevista para la televisión en 1977. Sentada en un sillón orejero de cuero marrón, rígida e incómoda, humedecía los labios con la lengua mientras la atmósfera diáfana se velaba de vez en cuando por el humo del cigarrillo que fumaba. Con el bolso en el regazo, sacaba una caja de cerillas, cogía otro cigarrillo, lo ponía en su boca, prendía la cerilla, aspiraba. Respondía absorta –en su mundo, con la mirada en el infinito– a las preguntas del periodista Júlio Verner, entre silencios pausados, pensativos. En los minutos finales la escuchamos responder: “Bueno, yo ya estoy cansada y muerta. Pero espero resucitar. Estoy hablando desde mi tumba”. La entrevista fue emitida después de su muerte, a finales de febrero de aquel año, por un canal TV de São Paulo.