Amy Goodman & Denis Moynihan / El
Super Bowl 50 fue tal vez la final de la Liga Nacional de Futbol Americano más
politizada de la historia. No por el juego en sí, sino por la extraordinaria e
intensa actuación que realizó en el entretiempo la superestrella de la música
Beyoncé. Este gran espectáculo deportivo, más que ningún otro, es considerado
como la cúspide de la fama y del deporte comercial en Estados Unidos, con una
audiencia estimada de 110 millones de espectadores en todo el mundo. Beyoncé
presentó ante esa gigantesca audiencia una actuación magistral de canto y baile
con contenido político que superó ampliamente al juego en sí. La canción que
interpretó,
“Formation”, ya ha sido
consagrada como un himno del black power por una nueva generación, confirmando
así a cualquiera que tuviera dudas que el movimiento
Black Lives Matter resiste, y con renovado vigor.
Beyoncé no era la estrella central del espectáculo. La
atracción principal era la banda británica Coldplay, cuyas melodías pop de años
pasados resultaron algo empalagosas en comparación con lo que vino después. En
medio de fuegos pirotécnicos, vestida con una chaqueta negra ajustada al
cuerpo, dos cinturones de balas cruzados en el pecho y medias de red, Beyoncé
irrumpió en el centro de la cancha acompañada de unas 25 bailarinas, mujeres
afroestadounidenses que, vestidas de manera similar y con boinas negras, evocaron
el recuerdo de las Panteras Negras en la década de 1960. El simbolismo del show
se dio a entender cuando las bailarinas formaron una enorme “X” en la cancha, a
modo de conmemoración de Malcom X, el ícono del black power asesinado en 1965.