Pepe Mujica @ Julio Ibarra |
“Los riesgos subsiguientes a la erosión del contrato social son
demasiado graves para permanecer cruzados de brazos”: Boaventura
de Souza Santos, La caída del Angelus Novus, p. 290
Don Pepe Mujica es un verdadero personaje en el paisaje
político de América Latina. Sencillo, de una modestia que no es fingida, habla
siempre desde el talante de la sabiduría. Si usted no le conoce ni sabe nada de
Uruguay, no importa: se nota a leguas que no es Presidente de China, de la
India, de Australia o de Brasil. Es obvio que le sobrecogen esas dimensiones,
del mismo modo que se espanta de las grandilocuencias discursivas que exaltan
con tanta ligereza palabrotas como “Revolución”o “Socialismo”.
Conociendo el modo salvaje como vivió Don Pepe Mujica su
experiencia política en el Uruguay de los gorilas, resulta conmovedora su
generosidad, su picardía, su profundo anclaje en la realidad que conoce como al
vecindario. De allí nace tal vez ese rudo realismo político que le ahorra toda tentativa
de inflar retóricamente lo que modestamente puede hacerse, lo que en verdad es
viable.
Sabe Don Pepe Mujica que la frágil correlación de fuerzas con la que cuentan las izquierda de Latinoamérica no da para mucho; sabe por ello mismo que todas las experiencias de avanzada que hoy se viven en la región, no van más allá del límite de un capitalismo de Estado (más distributivo, tal vez; otros más sociales, otros más nacionalistas, etc.) Sabe Don Pepe que el estatismo puede ser tan nefasto como la falta de Estado, que el paternalismo burocrático ha sido históricamente un freno para el verdadero protagonismo del pueblo erigido como auténtico poder popular. De allí sus reservas respecto a encandilamientos ideológicos que deberían confrontarse con la tarea primera de todo proceso de cambio: viabilizar, crear condiciones de gobernanza, hacer lo que es posible hacer y hacerlo bien.
Sabe Don Pepe Mujica que la frágil correlación de fuerzas con la que cuentan las izquierda de Latinoamérica no da para mucho; sabe por ello mismo que todas las experiencias de avanzada que hoy se viven en la región, no van más allá del límite de un capitalismo de Estado (más distributivo, tal vez; otros más sociales, otros más nacionalistas, etc.) Sabe Don Pepe que el estatismo puede ser tan nefasto como la falta de Estado, que el paternalismo burocrático ha sido históricamente un freno para el verdadero protagonismo del pueblo erigido como auténtico poder popular. De allí sus reservas respecto a encandilamientos ideológicos que deberían confrontarse con la tarea primera de todo proceso de cambio: viabilizar, crear condiciones de gobernanza, hacer lo que es posible hacer y hacerlo bien.