Un nuevo orden político está emergiendo en Oriente Medio y
Turquía aspira a ser su líder asumiendo una posición contraria a los regímenes
autoritarios. A principios de esta semana, el primer ministro turco, Recep
Tayyip Erdogan, llegó incluso a denunciar como “intento de genocidio” las
continuas matanzas de civiles a cargo del gobierno sirio.
El deseo de Turquía de defender los derechos humanos en la
región es un hecho positivo, pero la condena de Siria por parte de Erdogan es
muy hipócrita. Mientras Turquía siga negando los crímenes cometidos contra los
no-turcos a principios del siglo XX, durante los últimos años del Imperio
Otomano, su llamada a la libertad, la justicia y los valores humanitarios
sonará falsa.
El intento de Turquía por cultivar una imagen como
protectora global de los derechos de los musulmanes se ve comprometida por un
legado de limpieza étnica y de genocidio contra los cristianos y de terror
contra los árabes y los kurdos. El recuerdo de estos crímenes está muy vivo en
todos los antiguos territorios otomanos. Y Turquía no puede servir de modelo de
democracia hasta que reconozca la violencia brutal, los traslados de población
y el genocidio que subyacen al Estado turco moderno. >> Read
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