En ocasiones, la práctica literaria pareciera transformarse
en un ejercicio de despliegue de técnicas y recursos complejos que, de una
manera u otra, apunta a una espectacularización inútil del lenguaje y a
estructurar un monumental vacío camuflado por tramas de sentido que solamente
una estrategia autorial, pensada para un “otro”, podría develar al lector. Así,
para muchos autores, la yuxtaposición abismal de sensaciones y de imágenes
simbólicas debiera ser entendida como una mirada profunda de la existencia
humana, aunque lo evidenciado al lector sea una paquidérmica estructura
lingüística en la cual la esencia de la narrativa, la ficcionalización de los
referentes inmediatos, sería desplazada por una escritura hirsuta y
sobrecargada de sí misma.
En una panorámica a la obra de Juan Mihovilovic (Punta
Arenas, 1951), revisando los cuentos de Restos mortales (2004) y los libros El
contagio de la locura (2006), Desencierro (2008) y Grados de referencia (2011),
el primer acercamiento resulta sospechoso: viajes hacia el interior de la
locura humana; realidades alternas desarrolladas casi junto con partir la
narración; diálogos entre un sujeto narrador y un tú incompleto y, al parecer,
construido únicamente como excusa para el despliegue de la trama, en fin, una
amplia variedad de estrategias que, si no hubiesen sido manejadas con técnica y
habilidad –como lo ha hecho Mihovilovic–, colaborarían, de seguro, a engrosar
las filas de aquellas obras clasificables como grosísimos “proyectos
escriturales” que nunca completan su propósito inicial.