Eduardo Zeind Palafox
[Especial para
La Página] | Zenón, en célebre paradoja,
demostró la imposibilidad del movimiento. Kafka, según Borges, reeditó la
paradoja del antiguo pensador cortando páginas y capítulos de sus libros, que
no explican lo narrado o lo relatado con la minucia del historiador, del
tiempo. Los místicos judíos creían que jamás podríamos leer la página inicial
que el Verbo, consustancial (‘homoousios’) y apellidado por todas las cosas,
había escrito. En las Escrituras leemos que en los inicios de los humanos
tiempos todo era caos y que neblinas formaban la estructura del mundo. Santo
Tomás quiso demostrar que la creación del mundo a partir de nada era quimérica
ensoñación.
Podríamos multiplicar los ejemplos y los nombres de los
pensadores que han procurado arrostrar el problema de los orígenes de la sociedad,
pero preferible es, como querría Gastón Bachelard, pensar en lo que hay y no
sólo en posibilidades convincentes. Poco importan los fatuos orígenes de una
sociedad, pero mucho importa su historia. La sociología, que