- “Frente a lo desconocido, algunos sueños nuestros no tienen menos significado que nuestros recuerdos”: André Malraux, Antimemorias
Es complejo vivir, en el espacio social de la democracia,
sin el armazón estructural del pasado. Sin conocer los lazos que nos unen con
el suelo que pisamos, sin las leyendas que riegan nuestro tejido cultural. La
memoria individual (recuerdos y sensaciones) y la memoria histórica
(reconocimiento y asunción de lo ocurrido) componen la red simbólica de nuestro
presente. Sociedades, como la nuestra, que desconocen su Historia reciente
-amputada hace años de la educación pública, negada por las instituciones-,
carecen del sentido del tiempo, ignoran su identidad y están a merced de
narraciones falsificadas, ideologemas convertidos en dogmas: el discurso único
de la razón (instrumental) de Estado. Ante el caos de las ficciones paralelas,
contradictorias, carentes de sustrato real, alimentadas por la subjetividad,
frente a la impostura del huracán de la novedad, se alza la Historia común, un
valor superior, incluso, al propio interés común: “la tradición no se hereda,
se conquista”, escribió Malraux.