Chloe Cushman ✆ The Guardian |
[Robert H. Wade] comienza con la aguda observación de que tanto los economistas como otros científicos sociales tienen a estudiar “problemas concretos”. La pobreza extrema es un problema y existe una vasta literatura que la aborda. Sin embargo la desigualdad y la concentración de rentas se consideran como parte del “orden natural”. Es como la cuestión que sale en los manuales introductorios de la economía de los “fallos del mercado”. Esa misma expresión parece implicar que el mercado, en general, funciona bien, y que lo que tiene son algunos defectos, más o menos grandes, pero que no hacen que este sistema económico deje de ser el más productivo e incluso el más equitativo en la distribución de los recursos. Por lo tanto, si hay una “economía de ricos”, no hay una “economía de pobres”.
Para los economistas académicos convencionales (no se me
ocurre otra manera de traducir “mainstream”, ya estamos petados de anglicismos,
y el castellano es un lenguaje bastante rico para que si nos tomamos la
molestia encontremos por lo general buenos y propios equivalentes) la
desigualdad es necesaria a la par que funcional. Si no hay desigualdad, la
gente no será creativa ni se esforzará más de la cuenta. Intuitivamente
esto parece correcto: al fin y al cabo, si da igual lo que me esfuerce voy a
cobrar lo mismo, o si da igual el riesgo que asuma con un nuevo proyecto voy a
cobrar lo mismo, para el común de los mortales se impone la ley del mínimo
esfuerzo (aunque uno se pregunta por qué algunos de los voceros más
vulgarizadores no aplican esto a empresas que no aplican una política de
incentivos correcta, los ricos han de ser incentivadísimos, parece que los
trabajadores asalariados, menos).