◆ “El modelo unipolar no sólo es inadmisible para el mundo contemporáneo sino que es imposible… porque se trata de un modelo que no puede funcionar por estar carente de la base moral propia de nuestra civilización.” — Vladimir Putin
Víctor Wilches /
Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, surgieron cinco nuevas
repúblicas independientes en Asia Central[1]. En medio de este caos y desconcierto, la
recién establecida Federación de Rusia, como heredera del desaparecido campo
soviético, se enfrenta a una serie de graves problemas que comprometen su
estabilidad (profunda crisis social, económica y política) y seguridad
nacional (problemas de fronteras con la mayor parte de sus países vecinos e
incluso con los países recién desmembrados de la URSS; unas fuerzas armadas
descompuestas que ponían en duda la defensa del nuevo estado y la seguridad del
arsenal nuclear; y un aumento de la criminalidad y el surgimiento de mafias).
En ese momento los gobiernos de las recién creadas
repúblicas independientes son demasiado débiles para enfrentar los serios
desafíos de gobernabilidad, economía y seguridad que afloraron en el interior
de sus fronteras. Carecían de la experiencia de gobernabilidad como estados
independientes y de los recursos económicos necesarios para afrontar las nuevas
circunstancias tras la disolución de la URSS. A esto, se agrega la irrupción
desestabilizadora en la región de poderes extranjeros que buscan imponer su
influencia para hacerse con el control de esta rica y geoestratégica región.
Los nuevos gobernantes, ante esta difícil situación, se ven abocados a buscar
apoyo y unir esfuerzos para enfrentar la nueva realidad.